Capítulo 54 - El brillo de Talasea

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 Las máscaras que habían logrado fabricar con el poder elemental cubría la mayor parte de su rostro. Piezas de arena que Ristri fusionó y entregó a sus compañeros para evitar invocar la ominosa maldición entre ellos mientras huían a través del vasto desierto.

Talasea norte era un parche ardiente entre la cordillera de Ylimer y La Primera Pradera, el comienzo de la flora al norte de la nación sureña. Entre sus dunas habitaban guecos ocres capaces de absorber agua a través de su áspera piel, que se mantenían inmóviles la mayor parte del día y zorros que abandonaban sus guaridas durante la noche para probar suerte con las escasas alimañas que atravesaban el más árido de los paisajes en Viltarión.

Aquel era un lugar inhóspito. Incluso para los elementalistas más capaces los intentos de robar territorio al desierto siempre habían terminado en fracaso. Ojain sabía muy bien qué significaba retar a Talasea, debían encontrar cuanto antes un lugar donde recuperar fuerzas si querían sobrevivir.

—¿A dónde vamos? —preguntó Pitera, jovial, era la primera vez que salía de su celda en años y ni el abrasador calor del desierto parecía hacer mella en el optimismo de la diminuta mujer de pelo plateado.

—A Aljir. —Contestó el aprendiz de banquero, mientras trataba de enfriar su cabeza con la sombra de sus vestiduras azules—. Pero antes iremos a Bagijen.

—¿A Bagijen? —Ojain pudo escuchar irritación en la pregunta del marinero detrás—. Los guerreros de vuestro sultán estarán ahí antes que nosotros, nos encontrarán de inmediato y más debilitados que dentro de esas celdas... Si fuera una población más grande...

—Si no vamos nos consumirá el desierto antes. Llegar a Bagijen nos llevará más de un día, dos como mucho. Hasta Aljir una semana... Además, antes de Bagijen hay montes con afluentes, solo debemos aguantar sin agua hasta ahí. —Explicó.

—Podemos abastecernos de agua en esos afluentes y seguir desde allí. No hay necesidad de parar en el pueblo, ¿no? —preguntó Ristri.

—También necesitamos comida y ropa para cruzar Talasea en condiciones. De Tirfen hasta los afluentes todavía hay reptiles y pájaros que podemos cazar, pero en medio del desierto, entre Bagijen y Aljir... Eso sería un suicidio.

—Podemos robar lo que necesitemos durante la noche. —Propuso Pitera, sin un ápice de culpabilidad en su voz—. Puedo entrar y salir a cualquier hogar antes de que la gente dentro se dé cuenta.

—Ya veo por qué te encerró el sultán en el bastión. —Rio Bilgir—. La mujercita tiene razón, tendremos que conseguir lo que necesitemos sin que nos vean y cruzar el desierto.

—La mujercita se llama Pitera. —Contestó la materializante y posó su máscara de arena solidificada en el marinero.

—No me gusta robar a los habitantes de un pueblo del desierto... Pero no veo otra alternativa. —Admitió finalmente Ojain, sin prestar atención a las palabras del tosco marinero.

—Viene alguien. —Dijo Ristri y señaló al horizonte, a una humareda de arena que algo desconocido provocaba mientras se acercaba peligrosamente hacia el grupo de fugitivos.

La conversación cesó de inmediato. El hombre de Hilgar y el capitán del norte se prepararon para el inminente uso de su poder contra la desconocida amenaza.

Entonces, los cuatro callaron por completo, anonadados. Una embarcación de apenas unos metros con una enorme vela blanca surcaba las dunas de Talasea como por arte de magia. Cuanto más cerca se encontraba, menos creían en sus ojos.

—Por todos los elementales... ¿Eso es un Barco? —Bilgir fue el primero en romper el silencio.

Encima de la pequeña estructura de madera pudieron identificar una blanca silueta que se camuflaba contra la vela.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora