Capítulo 24 - Luz de jade

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 Bahir recorrió las calles de Tirfen en dirección al Bastión Plateado mientras observaba apaciblemente el atardecer, su hora favorita en la calurosa capital.

Su paso era lento, aún más de lo habitual para su avanzada edad, pues, el tedio de regresar al palacio de Binos por tercera vez en la misma semana le había resultado más que agotador, pero debía hacerlo.

Los soldados que guardaban la entrada murmuraron entre si al ver al anciano banquero acercarse una vez más, también habían notado la extraña ocurrencia de verlo aparecer repetidas veces allí.

—Avildas... ¿Te importaría informar a los centinelas en los calabozos? Deseo estar completamente solo, debo... Tratar un asunto un tanto delicado. —Dijo nada más acercarse a los guardas, pero solo dirigía sus palabras a un hombre con atuendo rojo y armadura dorada, y una máscara de los mismos colores con dos piezas de zafiro pulidas y brillantes que cubrían los orificios de sus ojos.

—Filger está hoy allí abajo, si deseas intimidad, estoy seguro de que él te la otorgará sin miramientos... —Contestó el capitán de los guardas sin ocultar su acritud por el ominoso banquero y su actitud.

Bahir miró al joven elementalista, aquel soldado era el que más temía encontrar cada vez que acudía a las llamadas del sultán, pues era el único centinela en toda la ciudad lo suficientemente estúpido, o con el suficiente honor para evitar sucumbir a sus interesantes ofertas.

—Veo que sigues como siempre... Así haré pues... —Se limitó a contestar, antes de echarle una última ojeada a través de su máscara de bronce.

—Bahir. —Lo detuvo el hombre justo antes de que entrara a los enormes pasillos del bastión—. He oído que estuviste ayer junto a La Hechicera del Viento en los calabozos, que visitasteis cierta celda... —Agregó y obvió un énfasis en las últimas cuatro palabras.

—No te preocupes, no es a Pitera a quién vengo a ver hoy. —Contestó con una sonrisa bajo su antifaz.

Al mencionar aquel nombre, los guardas y Avildas guardaron silencio, todos conocían el nombre de la excéntrica prisionera, pero pocos eran capaces de mencionarlo abiertamente.

El viejo banquero hizo una ligera reverencia, y finalmente entró a los amplios pasadizos del bastión. Aunque no le agradaba pisar el hogar del sultán, agradecía las ocasiones que lo hacía para ir hacia las mazmorras, ahí se ahorraba la infinidad de escalones que llevaban hasta el concilio.

En solo minutos, Bahir alcanzó la escalera que llevaba por los maltrechos pasadizos hacia la prisión. Pero antes de alcanzar la puerta a la sala de los centinelas bajo tierra, el anciano vio a Filger frente a los escalones, esperando.

—Mi mensaje llegó rápido por lo que veo. —Comentó al ver aparecer a su maestro.

—¿De qué se le acusa? —preguntó Bahir, sin molestarse siquiera en saludar o detener sus pasos.

—Dijo que los Cultistas del Sol lo habían encerrado por equivocación, al parecer hay rumores que apuntan a un cargamento prohibido... —Explicó el guarda mientras sacaba su juego de llaves para abrir el paso al poderoso noble.

—Quédate aquí, quiero preguntarle a solas qué ha ocurrido. —Le ordenó Bahir—. Estoy seguro de que podrá aclararme todo este asunto.

—¿Las necesitas? —preguntó Filger, y le ofreció las llaves.

—Solo vengo a hablar, no quiero liberarlo y ponerme en contra de Riún y sus cultistas todavía.

—Al parecer ella no sabe nada de todo esto... Fue Gilin el que orquestó el encierro de los marineros y tu pupilo... —Comentó el centinela y guardó los tintineantes objetos en su cinto de cuero.

—¿Gilin? —la voz del banquero se ensombreció al escuchar sobre la mano derecha de la Enviada del Sol—. Con más razón para no hacerlos enfadar... Espera aquí, no tardaré demasiado. —Agregó, y entró por la puerta maciza que llevaba a los pasillos más seguros de todo el bastión.

El paso de Bahir era firme y relajado. Mientras pasaba lentamente ante las celdas donde había llevado a Ulenna el día anterior observó múltiples rostros nuevos, de hombres casi tan desaliñados como los que habituaban los calabozos desde hacía años.

—¿Quién eres tú? —preguntaban con voz temerosa, aquellos prisioneros ya habían experimentado el lado oscuro de la capital sureña, o habían visto a sus compañeros hacerlo.

Pero Bahir no contestó, se limitó a mirar una a una las nuevas caras que había dentro, hasta que llegó ante la puerta de madera al final del pasillo, donde entró con Ulenna, entonces, vio por primera vez el rostro derrotado de su fiel pupilo en la celda de al lado.

—Ojain. —Dijo y llamó su atención de inmediato.

—Maestro. Sabía que vendríais. —Contestó este, y vio como Korusei tomaba posesión de su cuerpo cuando lo miraba—. Te agradecería que apartarais la mirada, maestro. —Sonrió mientras entrecerraba sus ojos dorados, cada vez más débil.

Bahir se acercó a los barrotes, sin apartar su mirada del joven.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—Gilin, un hombre que decía ser el comandante de ese grupo de cultistas descubrió a dos materializantes a bordo del barco que me encargaste vigilar...

—Ahh... —Suspiró el banquero, solo entonces apartó la mirada de su pupilo—. Lamento que hayas tenido que experimentar todo esto... —Se disculpó.

—¿Podrás sacarme de aquí...? —preguntó Ojain, esperanzado.

Durante varios segundos, Bahir miró al suelo a través de su máscara de bronce y se sumió en un silencio ensordecedor.

—Lo siento, chico, pero has visto demasiado. Los cultistas de Jinos no perdonarán a ningún traidor. Ni siquiera al heredero de su mandato... Sé que será difícil, pero no te lo tomes como algo personal.

***

La larga pausa que siguió a las frías palabras del banquero sumió al joven en un mundo de incertidumbre. Entonces comprendió el porqué de semejante secretismo ante la entrega al sultán, y también comprendió qué era lo que Binos deseaba de ese navío de Tyskfjäll y que solo su maestro podía proveerle.

—Santos elementales... ¿Quería a esos dos materializantes...? —Se atrevió a preguntar—. ¿Por qué? ¿Para qué? —alzó la voz cuando su maestro no contestó e hizo evidente que aquella desorbitada conclusión era la correcta.

—Nunca le he preguntado. —Al escuchar esas palabras, una helada sensación recorrió toda su espalda al corroborar sus temores—. Es extraño... —Murmuró el banquero—. Que tú de todos mis conocidos hayas terminado al lado de Pitera... Te deseo suerte. Lamento que no puedas ver tu sueño realizado, Ojain. —Hizo una leve reverencia, y se alejó por el pasillo, sin poder evitar detener sus pasos un instante para observar la puerta que había al lado de su celda.

La ira y la incertidumbre carcomían al joven por dentro, pero, aun así, Ojain logró reunir las fuerzas suficientes para alzar la voz desde su pequeña celda.

—¡Todavía no estoy muerto, maestro! ¡Haríais bien en recordarlo...! Pues yo también vengo de la nada... —Su última frase la susurró en un tono amargo, pues fue en ese momento cuando el joven aprendiz de banquero se percató que nada sería lo mismo para él en Tirfen, todo lo que había construido desde que era un joven ladronzuelo con aspiraciones se había desvanecido por completo...

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora