Capítulo 46 - La hechicera del viento

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 Ulenna apenas había podido pegar ojo desde su visita a Ojain, la situación del joven aprendiz de banquero le había quitado toda esperanza de poder descansar.

La médica se vistió rápidamente y bajó a la primera planta de la unión del viento.

—Ulenna. —Ni la temblorosa voz de Nimir la hizo reaccionar—. Mi señora, La Estrella del Sol partió al atardecer. Los novicios esperaban verte ahí para despedirlos...

—Tenía asuntos en el Bastión Plateado. —Suspiró ella—. ¿Cuántos nos quedan en la ciudad? Con este maldito conflicto llevándose parte de nuestros hombres al norte habrá quejas... Puede que altercados...

—Ciento cincuenta... —Murmuró el neurótico personaje con voz temerosa.

—Santos elementales... Definitivamente habrán altercados... —Llevó su mano a la cabeza—. Debo ir al bastión, si llegasen cultistas diles que estoy allí.

—¿Pedirá ayuda al sultán, Mi Señora?

—Como intentar apagar un incendio con jarras de agua, lo sé, pero debo intentarlo...

Nimir quiso coincidir con su maestra, pero la premisa de no recibir ayuda hizo que no contestara.

—Suerte... —Fue lo único que dijo.

—Divide a los novicios por sectores, debemos hacerlos rotar para evitar que la organización se agote... Ahora más que nunca... —Le dijo y continuó hacia la entrada del sagrado edificio.

Después del breve encuentro, Ulenna abandonó la unión y se adentró a los muelles como había hecho el día anterior, para buscar la infame serrería. Antes de ir al Bastión, debía cumplir la promesa que había hecho a su joven amigo. Y eso era algo que ni su pupilo más fiel necesitaba saber...

—Naaga tsuico. —Los marineros que esperaban tirados al sol en el puerto de Tirfen guardaron silencio y saludaron de forma automática a la Hechicera del Viento.

—Naaga hocaris. —Agachaba la cabeza gentilmente a cada persona que la reconocía en el ajetreado atracadero.

A la líder de la unión le sorprendió encontrar semejante muchedumbre al lado del mar, pero incluso con tantas personas cerca, la mayoría se apartaba gentilmente de su camino, en momentos como ese agradecía ser reconocida en las calles.

Aunque la penumbra del miserable distrito al lado del puerto era tan tenebrosa como la guarida de un grupo de bandidos, Ulenna agradeció la falta de gente una vez logró escapar de la trampa en la que se habían convertido los muelles de Tirfen. Donde no solo notó marineros y aldeanos, sino también soldados y elementalistas fieles al sultán, que requisaban los navíos más grandes de pesca para su campaña al norte, bajo la impotente mirada de los pescadores y los habitantes más empáticos del puerto.

—«Ya ha comenzado» —se dijo mientras entraba por los callejones más estrechos del barrio, a la vez que intentaba mantener los pensamientos más oscuros fuera de su mente.

Pero la tercera guerra elemental era lo único que pasaba por su cabeza cada vez que veía un soldado de Tirfen cerca.

Fortuitamente el interior del demacrado distrito apenas contenía centinelas. Ulenna agradeció por primera vez la pobre seguridad de aquellos callejones, aunque había salido de la Unión del Viento hacía tan solo minutos, ya sentía una aversión natural hacia el rojo uniforme del Bastión Plateado.

Pero incluso en aquella súbita calma la elementalista no aminoró sus pasos ni un momento, debía encontrarse cuanto antes con su contacto del norte...

—Hechicera del Viento. —La voz femenina no saludó como los demás aldeanos, en su voz había un inconfundible toque de frialdad, el toque de un mercenario.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora