Capítulo 34 - Hermanos

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 —¿Cuánto tiempo os ha llevado construir todo esto? —Ojain seguía asombrado ante la proeza de aquellos prisioneros, bajo las celdas del Bastión Plateado.

—Te contaré sobre este lugar, pero quizá deberíamos ofrecer un rato de descanso a ese marinero. —sonrió Ristri—. No querría que desvelara nuestro secreto solo por no compartir este lugar con él. —Agregó y se situó justo debajo de la celda de Bilgir.

Al aprendiz le costaba confrontar su escasa habilidad con los elementos, y cuando observó al viejo prisionero, que a pesar de su agotamiento logró crear un agujero como el que había hecho él en apenas segundos, no pudo evitar pensar en la diferencia que había entre él y la mayoría de elementalistas de Viltarión.

Bilgir no podía moverse por las cadenas de hierro de Ebalor, que estaban apegadas como serpientes constrictoras a su cuerpo, pero incluso así, inmóvil, una sonrisa se dibujó en su rostro al ver el Salón Argenta bajo sus pies.

—Parece que estas celdas tienen más sorpresas que las rameras de vuestros prostíbulos. —rio, y miró el interior del habitáculo, sin importarle que Korusei invadiese su cuerpo cuando se encontraba con la mirada del anciano prisionero, o la del joven que había tenido en la celda de enfrente hasta ahora.

—No sé qué sorpresas guardan esos lugares de la ciudad. —Sonrió Ristri, mientras se encaramaba por el orificio—. Aquí solo podrás estirar las piernas, temo que para esas otras actividades tendrás que ingeniártelas primero para escapar. —Agregó mientras revelaba de sus harapos una llave prístina.

El marinero esperó con impaciencia a que el hombre desbloqueara el tosco candado que mantenía juntas las cadenas alrededor de su cuerpo.

—Gracias. —Palpó sus muñecas adormecidas cuando sintió la presión de las cadenas desvanecerse—. Te haré saber si encuentro la manera de escapar de aquí. —Bromeó, antes de echar un segundo vistazo al agujero por donde había salido su compañero de mazmorras.

—Antes de la primera luz tendré que colocártelas de nuevo, no querríamos que los centinelas empezaran a investigar cómo has logrado deshacerte de tus ataduras. —Advirtió Ristri—. No si queremos seguir teniendo este breve respiro cada noche.

Bilgir solo dejó escapar un gruñido y asintió con la cabeza, antes de introducirse por el orificio hacia el habitáculo debajo, dónde Ojain esperaba.

El marinero ojeó detenidamente cada esquina del Salón Argenta, mientras estiraba de forma exagerada sus extremidades para reavivar sus músculos después de haber mantenido la misma postura desde que fue encerrado.

—¿Por qué no os han puesto esas cadenas a vosotros? —se giró, para posar su mirada en el hombre que acababa de liberarlo.

—Los barrotes de tu celda y la de nuestro joven noble aquí son los únicos que no están hechos de ese metal, en cuanto a por qué no se las han puesto a él... No sabría responderte.

—Pareces nervioso, chico. —Dijo el marinero, y volvió su mirada a Ojain—. ¿Acaso estás recibiendo algún tipo de trato extraordinario que los demás no sepamos? —preguntó, acusador.

El aprendiz soltó una carcajada—. Es posible, pero no por las razones que pensáis. —Contestó.

Bilgir alzó una ceja, divertido.

—¿Qué razón entonces? —insistió el capitán.

Ojain decidió contestar, no con palabras, sino una muestra de su poder. El aprendiz posó la mano en una de las piedras que formaban el suelo de las celdas, encima de su cabeza, entonces comenzó a deformarla.

Al cabo de varios segundos apenas logró alterar su forma.

—¿Por qué demonios te han traído aquí? Un niño tendría más posibilidades de escapar de una celda normal y corriente... —Comprendió el marinero, al ver la pobre habilidad del joven frente a él.

El aprendiz rio ante el comentario y trató de disimular un tono melancólico.

—Supongo que los Cultistas del Sol no querrán que vea de nuevo la luz del sol, al fin y al cabo, ese comandante estaba convencido de nuestra culpa.

—Eso va para todos, chico, no importa qué hayas hecho para terminar aquí. —Contestó el otro prisionero, sin temor a mostrar sus sentimientos ante la escalofriante premisa de toda una vida en esas mazmorras.

Tanto Bilgir como Ojain posaron su rostro en el suelo al recordar su realidad.

—Maldita guerra... —Se lamentó el joven.

—¿Guerra? —los dos hombres volvieron su vista hacia él nada más pronunciar esa palabra, solo entonces comprendió que no había forma de que ninguno de ellos hubiera oído aquella noticia del exterior.

—Un mensajero del sultán fue asesinado en Hilgar. Cuando escuchó el trato que le dieron, nuestro líder no titubeó en reunir a sus soldados... —Explicó.

—Elementales... —Un súbito hilo de preocupación invadió a Ristri—. No puedo decir que me extrañe, Binos siempre ha tenido ese deseo de invadir a mi pueblo desde la última guerra elemental, no me sorprendería que ese «asesino» fuese uno de sus hombres...

—¿Cómo sabes tú las intenciones del sultán? —preguntó Bilgir, mientras lamentaba cada vez más el instante que decidió viajar desde Tyskfjäll hasta Tirfen.

—Porque estoy pudriéndome en estas celdas solo por haber nacido en Hilgar. Nosotros no sufrimos tanto como el Reino de la Doncella, pero era evidente que cuando el sultán y sus vasallos se recuperaran, reanudarían sus conquistas. Pero nunca pensé que fuese a ocurrir ahora...

—Todavía no se han recuperado, de no ser por mi maestro... Mi antiguo maestro, —Ojain se corrigió—, no podrían financiar esa masacre. Binos está llamando a este conflicto «guerra», pero solo los necios creen que Hilgar tiene una oportunidad contra Tirfen. —Explicó el aprendiz.

—¿En qué bando estás tú? —preguntó Ristri y miró al joven, que solo suspiró al oír esa pregunta.

—Yo solo quería evitar vivir como siempre había hecho, pertenecer al Banco de Jade parecía una buena opción para no malvivir entre las calles de la capital, pero este traspié ha demostrado que me equivocaba...

—Al menos parece que todavía albergas esperanza, si estar en las celdas más profundas del Bastión Plateado es simplemente un «traspié» para ti. —Contestó el marinero.

—Es lo último que se pierde, al fin y al cabo. —Replicó Ristri y volvió su rostro a Ojain—. Debí sospechar que era algo así, todos saben que el sultán y sus cultistas tienen interés en reanudar viejas rencillas.

—Si te soy sincero, nunca entendí por qué detesta tanto a los materializantes... —Comentó el joven.

—Porque les teme. —El marinero escupió esas palabras como si fuera evidente.

—¿A los materializantes? ¿Bromeas? —dijo ristri—. Cualquier elementalista sería capaz de mantener a raya a varios de ellos sin problemas.

—Quizás, si es en un combate abierto. —Rio el marinero—. Pero de noche, mientras descansas, eso es otro asunto... Me gustaría ver qué persona es capaz de mantener a raya a semejantes asesinos, son tan escurridizos como una serpiente y tan silenciosos como una lechuza nocturna.

Las palabras de Bilgir hicieron meditar al viejo de Hilgar.

—Puede que tengas razón... —Miró hacia dónde se encontraba la celda en la que Ojain había depositado su curiosidad desde el primer día—. Al fin y al cabo, una de ellas espera tras esa puerta maciza de arriba...

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora