Capítulo 25 - El mensajero del rey

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 La sombra blanca esperaba con un vaso de vino casi vacío en su mano, el olor de la taberna era el mismo que el de su bebida, pero no esperaba otra cosa al estar tan cerca del proveedor más grande de la nación del dulce y ácido brebaje.

Entonces, reconoció la figura de uno de sus hombres en el umbral del Bardo Ocre, la taberna dónde se había alojado junto a su pelotón.

—Ayonos, hay nuevas de la casa de nobles. —Dijo Iyé al verlo, un renegado del sur bajo su mando.

—¿Doverán? Santos elementales, este hombre nos va a volver locos, ya hemos buscado por todos los recovecos de esta maldita ciudad... —Hizo una mueca bajo su máscara oscura, estaba a punto de anochecer y no quería lidiar con el ajetreo al que el comandante de Kirut consideraba apropiado someterlos.

—No, es Guzak, ha venido de Asgun y trae órdenes directas de Yltamer...

La sombra blanca tosió el poco vino que había logrado introducir en su boca.

—¡¿Guzak está aquí?! —alzó la voz, todavía podía sentir el amargo líquido recorrer su garganta cuando entonó aquella pregunta.

—Sí... Yo también pensaba que estaba al norte.

—Santos elementales... —Se incorporó—. ¿Está en la casa de nobles?

—Sí. Él tampoco sabía que estábamos aquí, parecía igual de sorprendido que nosotros cuando me vio guardar a Doverán, pero no tanto como ese comandante paranoico. Imagina su sorpresa si hasta permitió que abandonara mi puesto a su lado para venir a informarte... —Comentó el elementalista.

—Debo hablar con él. —Dijo la Sombra Blanca, mientras sacaba cinco monedas de hierro de su cinto para dejarlas apresuradamente sobre la mesa.

—Ayonos... —Iyé lo detuvo con un gesto—. Antes de salir hacia aquí los escuché mencionar al gólem elemental... —Agregó sombrío.

—Por Edaur... ¿Lograste escuchar qué decían de esa criatura? —preguntó.

—No...

—Iré ahora mismo, la última vez que escuché del gólem maldito los rumores apuntaban al plano de las seis serpientes... Pero eso fue hace un mes...

—Si se está acercando el rey querrá movilizar a las fuerzas para evitar que cause más daño del necesario en la nación, la última vez que estuvo en Asgun se cantaron baladas de su destrucción hasta en la frontera... —Murmuró el elementalista.

—Sí... —Contestó Ayonos, sombrío—. Acompáñame, necesito a alguien de confianza para escuchar lo que Guzak tenga que decir si está junto al Elementalista de Hierro...

Pero antes de salir, la puerta del local se abrió una vez más y mostró la figura de un hombre delgado que portaba un abrigo azul de tela gruesa, con un manto de piel sobre su hombro, así como una máscara completamente lisa del color de la luna y una especie de turbante de tela encima.

El elegante personaje miró con atención hacia todas las mesas de la posada, hasta localizar a la Sombra Blanca y a su guerrero. Al verlos, simplemente caminó hacia los dos con infinita tranquilidad.

—¡Ayonos! —agachó la cabeza cortésmente al acercarse, en un tono de voz grave y placentero—. Me sorprendió averiguar qué estabais por estas tierras. —Agregó, y se quedó de pie al lado de los dos mercenarios.

—Guzak... Mi hombre acaba de contarme que estabas por aquí. Que puedo decir, casi no le creo cuando me dijo que traías nuevas de Asgun personalmente. —Señaló a Iyé—. Justo iba a ir hacia la casa de nobles para verte. —Agregó y se incorporó para darle un abrazo.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora