Capítulo 36 - Decisiones

4 2 0
                                    

 El interior del Roble Oxidado se había convertido en un centro de mando en cuestión de minutos. Después del ataque que había sufrido en la plaza central de Pirfén, la Paladina de Acero decidió reunir a todos los guerreros bajo su mando en la taberna a pesar de las horas.

—¿Qué demonios ha ocurrido? —preguntó Agida, la elementalista más joven del pelotón de Yvelde, una intrépida y baja guerrera que portaba placas metálicas azuladas y un antifaz de tela del color de Hilgar.

—Nuestra querida capitana se habrá perdido una vez más por las calles de este renombrado estercolero. —Bromeó Tizen, el integrante más viejo del pelotón, y el único materializante que trabajaba para ella, así como el único que no portaba armadura, sino un atuendo azul oscuro de tela—. ¿Te ha tenido que salvar Termidas otra vez? —agregó.

—Me temo que sí. —Contestó la comandante, en el mismo tono divertido que su camarada—. Pero no por las razones de siempre. —Suspiró.

—Agiún la ha atacado hace un momento. —Dijo Termidas, completamente serio.

Al escuchar ese nombre los soldados de Hilgar acallaron sus risas.

—¿Qué? ¿La asesina del sultán? —Agida fue la primera en reaccionar al conocido nombre del sur.

—La misma, aunque por la forma que me atacó temo que solo buscaba tantear el terreno...

—¿Cómo fue eso «tantear el terreno...»? —preguntó Termidas—. Si la figura que vimos derretirse en la plaza no ha muerto, entonces... ¿Qué era la persona que luchó contra ti? —la preocupación se podía palpar en cada palabra de su comandante.

—No lo sé. —Contestó Yvelde—. Pero sé que los soldados del sultán han llegado hasta la frontera. Su majestad debe ser informado, Hilgar todavía piensa que el incidente con aquel emisario solo ha sido un caso aislado...

—Su majestad está perfectamente satisfecho con ignorar las represalias de Tirfen... —La actitud pesimista de Tizen no fue bien recibida por la comandante, que posó su máscara plateada en la tela del materializante.

—Su majestad actuará si surge una amenaza. —Dijo Yvelde con severidad, y miró a su segundo al mando—. Termidas, necesito que envíes el mismo mensaje desde Duner y que ayudes a liderar sus defensas de ser necesario.

El elementalista no pudo evitar suspirar ante la súbita orden.

—¿Vosotros esperareis aquí?

—Y defenderemos la población si llega el momento. —Contestó la capitana, y puso la mano en el hombro de su guerrero—. Creo que convencí a esos dos cretinos de ir hasta Duner para incordiar a las fuerzas de Tirfen, pero necesito a alguien de confianza allí. —Bajó el tono de voz al decir esas últimas palabras—. Desconfía de esos dos chiflados y ten paciencia con los centinelas de la fortaleza.

—No te preocupes, sé qué debo hacer. —Contestó el elementalista.

—Nosotros doblaremos las patrullas entre las calles de Pirfén hasta que su majestad envíe refuerzos. —El cansancio se podía palpar en el ambiente cuando Ylvede compartió aquel plan con los demás.

—¿Cómo era la asesina del sultán? —preguntó Agida.

—No tenía máscara consigo y mis cortes con la espada no parecían molestos ni dolorosos para ella... —Explicó, mientras revivía las arremetidas contra la guerrera, más parecida a una figura de arcilla sin cocinar que a una persona—. Tampoco hizo uso de ningún poder elemental...

—¿No usaba máscara...? ¿No usaría una con la forma y el color de un rostro? —propuso la joven elementalista.

—Aunque así lo fuera, no explica cómo demonios pudo derretirse como mantequilla caliente en el suelo del pueblo y no dejar rastro alguno. —Dijo Termidas, era evidente que aquella muestra de habilidad lo había afectado.

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora