Capítulo 44 - El secreto de una asesina

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 Yvelde pensó en el títere que la había atacado en la plaza de Pirfén en completo silencio, mientras el cielo comenzaba a tornarse cada vez más oscuro... Los ataques de Agiún no habían sido ni ágiles ni poderosos, pero lo que más preocupó a la Paladina de Acero fueron las múltiples magulladuras que no parecían haberle hecho daño alguno.

—Capitana. —La voz de Agida la sacó de sus reflexiones—. ¿Cómo era la asesina que os atacó? Sé que no llevaba máscara, pero ¿cómo era ella? —preguntó.

La comandante miró a su alrededor y suspiró. La muerte del emisario de Tirfen; la de su asesino; y la batalla entre Termidas e Yvelde contra aquella guerrera habían hecho que cada día hubiera menos aldeanos en la pequeña población... El rumor de una guerra inminente había sembrado el miedo en el corazón de los aldeanos más cercanos a la frontera.

—Tenía la piel oscura, ojos negros y pelo dorado y plateado... —El tono de Yvelde era neutro.

—Si todavía sigue aquí, quizá podríamos buscarla en vez de guardar el otro lado del río... —Propuso Tizen, el único materializante del grupo—. Si decide actuar de nuevo, lo hará durante la noche.

—Lo sé, pero esa asesina casi me mata mientras absorbía cada uno de mis sablazos como si su carne no pudiera sentir mi hoja... No arriesgaré la vida de mis hombres contra una enemiga que no comprendo... —Contestó tajante—. Si la veis en el río, u os encontráis con ella en el pueblo, buscad refuerzos. Es una orden. —Agregó.

—Sí. —Ambos guerreros contestaron con seguridad al unísono. Desde que Termidas partió hacia Duner, el humor de Yvelde había decaído tan bruscamente como las flechas del miembro más viejo del grupo... Era evidente que su preocupación no hacía más que crecer por momentos.

—Parece que no tendremos que evacuar... —Murmuró Yvelde, solo ahora se había dado cuenta que eran los únicos aparte del posadero en el interior de la taberna—. Los habitantes se están ocupando de hacerlo sin que se lo recomendemos.

—¿Evacuaremos si no queda nadie aquí...? —preguntó Agida—. No me gustaría seguir en Pirfén cuando lleguen las fuerzas de Tirfen...

—Dependerá de la respuesta que nos dé su majestad. Hasta entonces seguiremos guardando esta región del sultán y sus asesinos.

Yvelde sabía que ni a Tizen ni a Agida le gustaba qué aguardaba los próximos días dentro de Hilgar, todos sentían que esperaban amargamente al inevitable ataque de los elementalistas del sur, incapaces de evitarlo.

—Capitana... —Murmuró el materializante, él había visto desde que Yvelde era tan solo una recluta lo mucho que había crecido—. Agiún ya está aquí y temo que la fuerza principal de Binos llegue de un día a otro... —Pronunció aquellas palabras con cautela, a pesar de no haber ninguna otra alma dentro del local—. Creo que es una equivocación no haber ido con Termidas.

—Sé por qué piensas eso, Tizen, pero no abandonaré esta posición mientras siga habiendo ciudadanos inocentes en el pueblo.

—Si vemos a su ejército, prométeme que partiremos. Si morimos no serviremos ningún propósito al reino, ni a Fobert... —Dijo el materializante. Incluso después de todos esos años no podía evitar ver a su capitana como a una compañera más. La Paladina de Acero agradecía y detestaba su árida franqueza a partes iguales, pero en esta ocasión sabía que tenía razón.

—Si llega a eso, partiremos a Duner. —Asintió con la cabeza.

Agida y Tizen se incorporaron e hicieron una leve reverencia a la comandante de Hilgar, pero antes de aventurarse a las calles del pueblo en dirección al arroyo, el tabernero se acercó tímidamente hacia los guerreros de Hilgar.

—Mi señora... —Titubeó el hombre con la máscara de la iglesia, tan brillante como una perla plateada—. Lamento ser descortés, pero temo que pronto abandonaré mi hogar para buscar tierras más seguras...

—¿Cerrarás tu posada? —preguntó al hombre.

—Ya lo he hecho, mi señora. —La respuesta extrañó a la guerrera de Hilgar—. Cada vez hay menos clientes y temo la batalla que llegará pronto al pueblo...

—Entiendo...

—Os dejaré la llave... Lo último que quiero es intervenir en los asuntos de su majestad... —El acento del hombre pareció cambiar ligeramente mientras rebuscaba en su camisa.

Yvelde miró con cuidado sus atuendos y después de un segundo encontró sangre en sus mangas, tanto Tizen como Agida posaron su máscara en su líder, conscientes también de la ominosa mancha.

Una sensación de inquietud se apoderó de la paladina, que miró con cada vez menos convicción al tabernero que los había atendido durante las últimas semanas.

—¿Quién eres...? —preguntó sin pensar, la apariencia de aquel hombre no era la que recordaba.

—Oh. —El tono del posadero cambió por completo. Cuando escuchó la pregunta de la Paladina de Acero, llevó la mano a su máscara y la arrancó bruscamente—. Pensaba que nunca te darías cuenta. —Sonrió y marcó su piel con una vil mueca—. ¿Creíste que no te seguiría después de que ese capitán tuyo nos separara de forma tan ruda?

Los ojos del hombre eran verdes como esmeraldas y el pelo tenía el color de la tundra. Pero lo que más desconcertó a la guerrera fue el semblante impasible ante la mirada de su pelotón y la ausente maldición que debió sufrir al ser observado...

El corazón de Yvelde dio un vuelco.

—¡Cuidado! —advirtió a sus guerreros, mientras desenvainaba su espada bruscamente para responder al súbito enemigo—. ¡Es ella!

Durante un instante, Tizen y Agida miraron extrañados a su líder, pero cuando vieron la fina espada de la paladina atravesar la carne del tabernero y su inexistente reacción al corte, todos imitaron a la guerrera.

El posadero ignoró la incisión en su pecho y blandió un cuchillo de cocina hacia los soldados de Hilgar. Todos se fijaron en el agujero que Yvelde le había provocado, no había sangre u órganos dentro... Aquella persona era igual a la mujer de tez oscura de la plaza.

Los guerreros atacaron al extraño ser, pero antes de poder alcanzarlo, el hombre esbozó una sonrisa y comenzó a derretirse ante todos, como una vela en una chimenea...

—Os recomiendo correr... —La voz abandonó el desfigurado cuerpo como el suspiro de un demonio—. Hilgar está acabado...

Después de unos segundos, el único rastro de la asesina fue la materia que quedaba en el suelo de la taberna.

—Por todos los elementales... —Murmuró Tizen—. ¿Termidas y tú luchasteis contra eso...? —preguntó con un hilo de temor en sus palabras.

—Sí... —Agida y el materializante fueron los únicos que notaron el cambio de tono en la voz de Yvelde. Debajo de su máscara plateada, la guerrera sonreía de lado a lado—. Es hábil pero ya entiendo como Agiún logra mostrar su rostro sin consecuencias. —Agregó.

—¿Podemos derrotarla? —preguntó la otra elementalista con su espada desenvainada, todavía horrorizada ante lo que acababan de presenciar.

—Sí. —La voz de Yvelde denotaba seguridad—. Solo debemos encontrar el cuerpo original de esa asesina. Lo que hemos visto hasta ahora han sido burdos intentos de personas fabricados y manipulados con poder elemental...

Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora