Yvelde despertó con los primeros rayos de sol que entraron por la ventana del Roble Oxidado, la taberna donde había elegido alojarse junto a sus hombres.
La Paladina de Acero había decidido desayunar sin compañía en su habitación, para intentar pensar sin que el ruido de la posada o el exterior la distrajese... Pero a pesar de haber meditado durante horas, por muchas vueltas que le diera a sus opciones, no sabía cómo actuar en Pirfén. Preparar las defensas ante un inminente ataque sin garantías de que fuese a ocurrir sería contraproducente para la confianza de sus aldeanos, pero estar de brazos cruzados no haría más que afectar la moral de sus fuerzas...
Entre esos pensamientos, la joven comandante fue interrumpida por dos sonoros golpes contra la puerta de madera.
—¿Capitana? —Yvelde reconoció la voz de Termidas—. Ha llegado un mensajero... Parece que hay problemas al norte... —Dijo su segundo al mando a través del áspero material.
—¿De Hilgar? —se apresuró a abrir, sin ocultar la preocupación en su tono de voz.
—No ha dicho de dónde es... Está esperando abajo.
Yvelde suspiró—. Por todos los elementales, ¿no tenemos suficiente con el inminente ataque de Tirfen...? —murmuró, cansada—. Veamos qué tiene que decir...
La joven comandante agarró sus pertenencias y miró al rostro cubierto por el casco metálico de su compañero, antes de bajar.
—¿Es grave? —preguntó, mientras dirigía sus pisadas hacia la escalera que llevaba a la sala común de la posada.
—Solo ha mencionado al grupo que causa problemas cerca de la marisma. —La capitana detuvo sus pasos.
—¡¿En Filbar?!
—Sí...
—Demonios... Tenemos asuntos más importantes aquí, ese maldito grupo no deja de probar la paciencia de nuestro rey... ¿Eh?
—No creo que sea Fobert quién lo haya enviado... —Respondió Termidas.
—¿Estás seguro? Antes de enviarnos aquí era el único de la asamblea obsesionado con encontrar a esos bandidos de poca monta...
—Este mensajero dice conocer el nombre del grupo... —Contestó el segundo al mando.
Yvelde abrió los ojos por completo bajo su máscara de acero y aceleró su paso hacia el nivel inferior.
—Demonios... Termidas, si me estás tomando el pelo...
—Son las palabras de ese extraño, no las mías. —Comentó el elementalista tras ella, sin amainar su marcha.
—¿Quién? —preguntó cuando se asomó a la gran sala del Roble Oxidado, sin molestarse en disimular su frenética búsqueda del mensajero por el local.
—Ese... —Apuntó con el dedo a un hombre sentado en el mismo asiento que ellos habían usado la noche anterior, para escapar de los otros huéspedes.
El extraño emisario vestía una toga azul oscura, un sombrero del mismo color y lucía el símbolo de la nación en sus extrañas vestiduras, el jabalí de Hilgar. Pero lo que más llamó la atención de la joven comandante fue la oscuridad que se formaba alrededor de su rostro. Por mucho que lo intentase, era incapaz de comprobar si llevaba o no una máscara sobre su cara.
—Un elementalista de luz... —Murmuró al verlo, antes de acercarse—. ¿Cómo te llamas? —a pesar del escalofriante aspecto del extraño, Yvelde no dudó en preguntarle directamente para resolver las dudas que su compañero le había generado.
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Crónicas de Viltarión I ‧ Canción de Piedra y Hierro
FantasíaEn un mundo donde las personas pueden manipular los elementos a su merced, moverse distancias a la velocidad del relámpago y ser trastornados por una simple mirada, el conflicto crece por momentos. Elementalistas y materializantes buscan su lugar en...