CAPÍTULO 24

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CAPÍTULO 24

Nyari

Estoy exhausta, la luz del sol lastima mi vista, poco a poco voy abriendo los ojos adaptándome a los rayos del sol, tengo cubriendo mi cuerpo desnudo con el saco de Ethan, seguramente me lo coloco cuando me quedé dormida, él sigue dormido, lentamente me voy acostumbrando a la luz que se filtra por el cristal, él comienza a despertar abriendo ligeramente los ojos.

—Buenos días, señorito Morrison —digo jugando, con un ojo cerrado aun tallándome el otro con mi mano.

—Buenos días, gruñona —abre solo un poco los ojos sonriendo levemente, acaricia mi mejilla, me acerco, subo sobre él, no se opone, lo beso y corresponde, el saco sobre mi espalda, cae dejándome desnuda— debes desayunar —indica, mientras coloco ambas manos en sus mejillas acercándome a su boca mirándolo a los ojos grises encantadores.

—Dirías tú, es lo que intento —deja sus manos en mi cintura, lo beso, un beso suave.

—Y tú respondes, que comida real —me besa.

—Y no me digas gruñona —vuelvo a besarlo.

—Es lo que eres —dice mirándome a los ojos en un tono burlón, marcando sus hoyuelos.

—No lo soy —me defiendo.

—Lo eres —dice en medio de un beso largo.

—Vámonos —digo después de besarlo.

—¿A dónde quieres que te lleve? —pregunta en un tono serio— ¿al hotel? —supongo por mi reacción de ayer.

—A tu casa, es ahí donde está mi ropa y Gertrudis —respondo calmada y serena.

—¿Gertrudis? —arruga las cejas confundido y luego recuerda— la cabra.

—Sí, la cabra —lo beso y regreso a mi asiento, cubriéndome con su saco, en enciende el motor del auto, muevo las prendas de ambos destrozadas.

—¿Qué buscas? —dice mirando al frente, sin dejar de conducir.

—Mi móvil —estira su brazo al asiento trasero, lo encuentra y me entrega mi móvil, le envío un mensaje a Maya, que la veo en la casa de los Morrison, Ethan conduce— espera —me exalto un poco— ¿Cómo se supone que entraremos así? —pongo mi mano en su pecho desnudo, lo observo y me observo y con nuestro aspecto definitivamente no podemos entrar, la palabra decente en estos instantes no, nos define en lo absoluto.

—¿Así cómo? —dice como si no lo supiera, mirándome de pies a cabeza de lo más natural.

—Sin ropa —lo digo de forma obvia, él solo está en bóxer, de ese modo está conduciendo y a mí lo único que me cubre es su abrigo, no tengo nada debajo, absolutamente nada a excepción de los calcetines.

—No te preocupes —suena tan tranquilo, como si no le preocupara nuestro aspecto, sigue conduciendo, llegamos a la residencia, estaciona el auto, en un lugar que no es la entrada principal, él baja del auto y yo no me muevo ni un centímetro— baja —ordena y abre la puerta de mi lado— dije, que no te preocupes, nadie te verá —asegura y bajo del auto, sujeta mi mano y avanzamos por un corredor estrecho.

—Déjame adivinar, por aquí escapabas de adolescente —digo graciosa, no responde— tengo razón, cierto —lo miró fijamente, voltea, me besa y añado graciosa— eras un chico rebelde.

—No era —aclara— soy un chico rebelde —dice presuntuoso contra mi boca, sujeta mi mano.

—¿Tus padres saben de ello? —pregunto curiosa, mientras seguimos avanzando.

Nyari: El Imperio CaídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora