Un beso en el cuello.
Nie MingJue va dejando besos de mariposa por toda su nuca expuesta, uno de esos gestos que le vuelven loco y prácticamente le obligan a chillar lo que desea, cuándo y cómo lo desea. Y sí, lo que desea es que su novio le empotre de nuevo contra el colchón, contra el suelo de su cuarto o contra una de las paredes recubiertas de posters de videojuegos, porque Jiang Cheng siempre ha sido un friki de esos que además están bendecidos con una belleza innata. El cuándo es ahora y el cómo es con toda la fuerza de esas manos y esas caderas de gigante que tiene.
Sin embargo, tiene un problema. Un gran problema. Porque Nie MingJue no se mueve.
Hay veces —algunas muy puñeteras que clamará odiar con todas sus fuerzas, porque es un impaciente, pero ante las que nunca ha usado ninguna palabra de seguridad, y eso que las tienen— en las que Nie MingJue decide torturarle. Pero no de las formas de las que suele disfrutar más a menudo y que implican una causa-consecuencia directa; no con cuerdas, esposas, azotes, pellizcos o mordiscos que dejan marcas que duran días (y que le encantan). No. Hay veces en las que Nie MingJue decide torturarle a través de la paciencia y la lentitud. Es una táctica más propia de Lan Huan, que adora ir despacio y besar cada recodo de su piel, hacerle el amor con ese ritmo arrebatador que le lleva a enrabietarse en sus brazos cuando menos se lo espera. Hay una sutil (o no tanto) diferencia entre hacerle el amor y follarle, y Jiang Cheng declarará odiar la primera con todas sus fuerzas, porque esa autoestima suya todavía tiene problemas para creer que no solo una si no tres personas le quieran de esa manera. Sin embargo, Nie MingJue tiene otros propósitos un tanto distintos a los de Lan Huan. No lo hace para adorarle —aunque también lo adora, por eso no deja de susurrarle al oído todos esos malditos halagos que le tienen al borde de las lágrimas— si no para desquiciarle. Lo hace para llevarle al límite de sus fuerzas y obligarle a suplicar. Y, al ritmo que van, no le debe quedar demasiado para conseguirlo.
Jiang Cheng intenta mover las caderas casi desesperado. Lo intenta, que es distinto a conseguirlo. Gime... o gimotea, mejor dicho, cuando la mano de Nie MingJue lo presiona como un firme grillete contra el colchón de la cama, decidido a no dejarle moverse sin su permiso. Puede sentir los labios del abogado curvarse en una sonrisa divertida y maligna contra la sensible piel de su espalda, de sus cervicales. Después muerde uno de los laterales de su nuca, un lugar ya marcado, y el estudiante de doctorado no puede evitar chillar entre la frustración y el placer. El ruido queda opacado por la posición de su rostro, hundido entre todos los almohadones que ha podido encontrar y recopilar como protección para su maltrecho orgullo. Sin embargo, la corriente de placer puro que le recorre de arriba a abajo con tan solo ese mordisco es imposible de ignorar. Podría haberse corrido allí mismo si Nie MingJue se hubiese movido tan solo un milímetro, o si su propio pene no estuviese atrapado, encarcelado entre su vientre y las sábanas sin posibilidad de alivio, tan erecto que duele.
Su posición es... bueno, comprometida como poco. Por un lado le encanta. Por otro, la odia. Nie MingJue le tiene presionado bocabajo contra el colchón, completamente desnudo y vulnerable y con la cara hundida motu proprio entre los cojines de la cama. Está dentro de él. Lleva demasiado tiempo dentro de él, erecto pero sin moverse más que de vez en cuando en estocadas superficiales que apenas se dignan a hacer fricción sobre su desatendida próstata. Como si el cuerpo de Jiang Cheng, su interior ardiente, no fuese más que una funda para mantenerle caliente un rato. Sus brazos se doblan por encima de su cabeza, las manos inmovilizadas gracias a su propia camiseta, incapaces de llegar a ningún sitio, ni al cabronazo de su novio ni a sus ignorados genitales. Y él solo solloza y lucha una batalla que sabe que lleva perdida desde su mismo comienzo, porque no puede hacer más. Rendirse, quizá. Se rendirá dentro de no demasiado rato, cuando la presión de todos esos malditos estímulos se vuelva demasiado y sea una decisión entre correrse o morir con una erección. Si no ha provocado ya a lo largo de estos veinticuatro años que su madre le desherede, lo conseguirá esta noche, cuando tengan que identificar su cadáver, sin duda.
Maldito MingJue... Se vengará. Jura que se vengará de esto.
Que, hablando del abogado, él parece estar pasando un rato de lo más agradable. El calor de Jiang Cheng a su alrededor de alguna forma le permite olvidar que lleva erecto y excitado mucho rato, así que se permite solo recrearse en el placer de estar hundido dentro de él. Podría vivir hundido dentro de él, le encanta. Tanto como le encanta besar su piel al descubierto, su espalda blanca y sus hombros tatuados. Lame las líneas de tinta que dibujan flores en su piel de alabastro de punta a punta y acaricia su estrecha cintura. Le masajea y le colma de besos y de atenciones deliciosas pero desesperantes sin llegar nunca a embestirle. No lo hará hasta que no se lo pida. Con palabras literales, esa es su única condición. Mientras tanto, hasta que ese momento de ruptura no llegue, disfrutará de todas las evoluciones posibles del cuerpo de su novio. Cómo de empezar algo incómodo ha pasado a relajarse y cómo ahora tiembla de la cabeza a los pies por el placer incontenible a punto de explotar. Cuando Nie MingJue pasa, divertido, la lengua por toda la curva de su cuello —recreándose, por supuesto, porque recorre desde el comienzo del tenso trapecio hasta llegar a morder el lóbulo de su oreja— Jiang Cheng trata de retorcerse. Muerde la almohada que le queda más cerca, pero ni con eso consigue acallar por completo un chillido agudo.
-¿Todo bien por ahí, preciosidad? -Cuestiona Nie MingJue con ese tono de voz juguetón que, ahora mismo, su novio odia. Sobre todo cuando hace un pequeño y lento círculo con las caderas para, si es que es posible, volverle todavía más loco-. ¿Estás disfrutando?
-Disfrutaré... cuando me folles como es debido...
Nie MingJue ríe. Jiang Cheng ha girado un poco la cabeza, así que alcanza a besar su mejilla. Así lo hace. Planta un sonoro beso encima de su pómulo antes de devolver su boca a lugares más sensibles. Mientras lame y mordisquea su cuello, aprovecha para deleitarse con la visión maravillosa de ese rostro al contorsionarse de placer. Tiene los bordes de los ojos húmedos.
-Ugh... Ming-ge...
-Ya sabes cómo funciona esto, preciosidad. -Comenta el abogado sin demasiadas complicaciones-. Si quieres que haga algo en concreto, solo tienes que pedirlo.
-Si te lo he... dicho...
-Pídelo. -Le ordena-. No lo has pedido.
Un escalofrío provocado seguramente por ese tono de voz tan grave y profundo recorre a Jiang Cheng de arriba a abajo, y Nie MingJue se permite un suspiro placentero al sentir como su interior se contrae alrededor de su miembro. Está seguro —tampoco sería la primera vez, después de todo— de que si se mueve solo un poco y le ordena que se corra, Jiang Cheng podría tener un orgasmo allí mismo.
En realidad, Jiang Cheng no necesita mucho para tener un orgasmo allí mismo.
-Ming-ge... -Solloza, tan lastimero como arrebatador-. Fóllame...
-Suplica por ello.
-¡Tramposo!
-No son trampas, baobei. -Se ríe el abogado mientras mordisquea de nuevo su nuca y disfruta de cómo su novio se retuerce bajo sus brazos-. Te dije lo que quería desde el principio, ¿no te acuerdas?
-Eres un cabronazo...
-¿Lo soy? -Pregunta casi como si quisiera hacerse el inocente mientras masajea una de las nalgas redondas y blancas del universitario, que de pronto se estremece con el tirón en el estómago de la anticipación-. ¿Seguro?
-De los peores que conozco... Bastardo...
Y no necesita más, porque es parte de su juego y los dos lo saben. Después de esa hora de... "calentamiento", de mantenerle abierto de par en par con su miembro en su interior, Jiang Cheng apenas puede aguantar más. Cuando un único azote cae con toda la firme potencia del brazo de MingJue en su trasero, el estudiante de doctorado se rompe en un grito desesperado.
-¡Por favor, Ming-ge!
Lan Huan corrige exámenes de música de los niños de cuarto de primaria en el salón y Meng Yao se prepara un té en la cocina. Los dos escuchan con asombrosa claridad el ruego de Jiang Cheng, su voz rota por las lágrimas y el placer y el chasquido seco que le ha precedido. Y luego el golpeteo rítmico del cabecero de la cama de Nie MingJue al impactar contra la pared al ritmo de sus caderas. Intercambian una mirada cómplice.
Deberían unírseles en un rato, cuando las paredes dejen de moverse y el suelo de temblar.
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77 kisses [Mo Dao Zu Shi Fanfic]
FanfictionUna pequeña lista de besos que compartir a cuatro. Porque la vida para Jiang Cheng es más entretenida teniendo a tres novios a sus pies. -Capítulos cortos -Los capítulos no siguen un orden cronológico -AU moderno -Actualización los jueves -Versión a...