43 - Soft

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Un beso suave.

Hacer el amor con Lan Huan —ya sea hacérselo o dejar que se lo haga— siempre es un riesgo, y Jiang Cheng no siempre quiere correrlo. Es distinto a follar, es distinto a echar un polvo, y suele haber demasiadas cosas en la balanza en las que pensar antes de dejarse caer a ese abismo, por mucho que sepa que los brazos de su novio van a ser un colchón de seguridad en el que resguardarse, que el golpe no va a ser mortal. Suelen salir demasiadas cosas a la luz, cosas a las que no siempre quiere enfrentarse. Si las evita hasta con su terapeuta, ¿cómo va a querer que estallen en la cama con su novio?

(Por supuesto, al hacerlo con Meng Yao o con Nie MingJue le pasa lo mismo. Y, a la vez, es distinto. Lan Huan es tan cuidadoso con él, tan dulce... Le pone contra las cuerdas sin pretenderlo, sin intentarlo y sin siquiera saber que lo está haciendo. Es el que menos dificultades tiene para hacerle sentir vulnerable, abierto y herido, y eso a veces le aterra.)

Su madre le ha llamado hace tan solo una hora. Ha pasado poco más de una semana desde el incidente, esa comida familiar en la que su padre sugirió que quizá podría sacarse antes el doctorado si invirtiese menos tiempo en sus novios y dónde la propia Yu ZiYuan apuntó un certero y doloroso "fornicando". No tenían formas más finas ni más sutiles de decirle lo que pensaban, claro que no. ¡Cómo si ellos no follasen!

Oh. No importa.

En cualquier caso, su madre no ha llamado para disculparse ni mucho menos. Nada más lejos de la realidad, solo llamaba para aumentar la presión sobre sus hombros y conseguir que esté a punto de tener un ataque de ansiedad y otro de rabia al mismo tiempo, una combinación de lo más desagradable. Y justo a tiempo, después de esa llamada, Lan Huan llega a casa de un día tranquilo en el trabajo, cosa que solo pasa cuando se alinean los astros y los planetas teniendo en cuenta que le da clase de música a críos de ocho años con flautas dulces. Se encuentra, todavía de pie en el salón y con la respiración agitada, con una versión muy frustrada de su novio. Desde ahí, solo hay un recorrido posible. O quizá habría dos, porque siempre podría haber aceptado la invitación del maestro para tomarse una infusión relajante los dos juntos y compartir sus preocupaciones, pero no es lo que quiere.

Lo que quiere es follárselo. O que se lo folle, tanto da. Así que antes de que Lan Huan termine de pronunciar su oferta, le agarra de la muñeca y lo arrastra hasta el sofá. Después comienza a quitarse la ropa a toda prisa, furioso. Lan Huan lo entiende cuando le besa, tan irritado que casi es doloroso, y le desabrocha la camisa. Ni se resiste ni se opone, a pesar de que podría detener todo aquello con una única palabra, y, en su lugar, toma las riendas del beso. Jiang Cheng gime entre sus brazos al sentir esa lengua dura contra la suya, una de las manos de su novio en su entrepierna, masajeándola por encima de la bragueta abierta del pantalón y la otra sosteniéndole por la cintura. Gime y se deshace. Apenas diez minutos más tarde, están follando en el sofá. Salvo que no, no del todo, pero Jiang Cheng, embrujado por la rabia, la frustración y la decepción, tarda demasiado en darse cuenta de que ha caído en una trampa.

Cuando por fin se percata, es demasiado tarde. Le acorrala una jaula de piernas y brazos, el más cálido de los abrazos, pero nadie se la está metiendo a nadie. Tampoco logra moverse. Está atrapado por completo entre las colchonetas del sofá y el pesado cuerpo de Lan Huan.

-Lan Huan -comienza con un tono bajo, peligroso-, ¿por qué demonios no me estás follando?

-Sabes por qué, A-Cheng. -Un beso cae en su mejilla. Es tierno y lento, se alarga en un toque que causa que le arda la cara de la vergüenza y al mismo tiempo empieza a temblar. Descontento, Jiang Cheng intenta retorcerse, apartar el rostro para que no le alcance, meterle mano si es necesario. Moverse. Algo. Lo que sea. Lo único que logra es que otro de los malditos besos de Lan Huan caiga sobre la curva de su mandíbula mientras sus susurros lo arrullan-. Está bien, A-Cheng. Puedes hablar. Puedes contármelo.

-¡No quiero contarte nada! ¡Solo quiero follar!

-A-Cheng...

El doctorando —eterno doctorando según su padre, se recuerda con frío cinismo— cierra los ojos y rehúye la mirada de Lan Huan, porque sabe que no será capaz de soportarla sin romperse y no quiere romperse. 

No lo necesita. Es lo que más necesita.

-¡Qué te muevas!

Como malamente puede, porque en comparación Lan Huan es mil veces más fuerte que él, Jiang Cheng le agarra por los hombros e intenta salir de ahí. Si es necesario, se hará una paja en el baño y se largará a estudiar. No funciona. El abrazo de Lan Huan se aprieta todavía más en torno a su cuerpo y usa el peso de su cuerpo para apresarle. No puede moverse. No puede hacer nada.

Vaya. Como en la vida.

-¡Lan Huan!

-Sabes tan bien como yo que no es bueno para ti. -Declara el profesor, serio. Es el tono de voz que pone cuando alguno de sus alumnos se porta mal-. No voy a dejar que te hagas daño, A-Cheng.

-¡¿Por un puto polvo?!

-Es más que eso. Los dos lo sabemos.

Reprimiendo un chillido que nada tiene que ver con el placer, prueba otra táctica. La de la súplica. Hacerlo siempre es un cañonazo a su dignidad, pero es una de las maneras más sencillas de dejar a sus novios en el suelo. 

-A-Huan, por favor...

-No, A-Cheng.

-¡Por favor!

Pero Lan Huan solo niega con la cabeza y le besa así como hace él, tan suave y tan dulce. No se lo merece. No se merece todo ese amor, no se merece a Lan Huan, no se merece ese beso. Ese beso, que es lo único que necesita para que Jiang Cheng rompa a llorar. 

Solo entonces, Lan Huan afloja el agarre, pero no le deja ir. Le abraza y le promete que le hará sentirse mejor, pero no así. En menos de cinco minutos, esa ilusión de frustración sexual se rompe, desbordada por todo lo que realmente hay debajo, por todo lo que ha causado esa llamada de la que Jiang Cheng solo comparte detalles entre sollozo y sollozo. Lan Huan pasa una manta alrededor de sus hombros y le envuelve con ella. Un instante después están acurrucados en el sofá mientras Jiang Cheng se desahoga y su novio acaricia y besa su cabello, incitándole a dejar salir todo lo que lleva dentro. 

Cuando Meng Yao y Nie MingJue vuelven a casa, todavía no se le han acabado las lágrimas, así que acaba arropado y rodeado por una burbuja de tres. Y aunque duele, la caída no le mata.

77 kisses [Mo Dao Zu Shi Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora