Un beso moviéndose, chocándose contra las paredes.
Incluso con su boca pegada a la de Nie MingJue, Meng Yao se queja cuando se golpean sin querer contra una de las paredes del salón. No les importa. No rompe su beso y la ligera molestia del golpe en el muslo no mina ni por un instante sus ganas de arrancarse la ropa. Que luego pueda o no aparecer un moratón ahí es un problema para más tarde. Las manos de su novio llevan ya un rato perdidas bajo su camiseta, acariciando su pecho y su cintura, y Meng Yao no tiene ni el más mínimo interés en impedirles que continúen desnudándole, besándole y haciendo de él un desastre, porque hoy es uno de esos raros —rarísimos— días en los que le apetece entregarse a alguien.
Se besan ansiosos, como si fuera lo único que pudieran o supieran hacer. Sus bocas parecen estar pegadas la una a la otra, imantadas con polos opuestos como sus personalidades suelen estarlo. Solo que este choque es placentero, intenso y llena sus sentidos con la vibrante anticipación del conocido placer, que para Meng Yao es quizá más deliciosa que el acto en sí mismo. Por eso le gusta tanto mirar, después de todo.
Durante un corto instante se separan. Están en mitad del salón, y ninguno sabe del todo bien cómo han llegado ahí si hace dos segundos estaban ambos contra una pared, rodando e intentando someter al otro. Habrá sido dando tumbos, casi seguro, que es como llevan ya un buen rato. Les da igual. Nie MingJue aprovecha la pausa para (¡por fin!) quitarle la camiseta y tirarla a algún lugar. Cae sobre la barra de la cocina, pero la verdad es que a Meng Yao nada podría importarle menos. En esta casa en la que viven, aunque los cuatro sean ordenados, hay buena tolerancia a un tipo específico de desorden: el de encontrarse prendas de ropa en los lugares más inesperados. (Jiang Cheng solo les ha gritado por ello una vez, cuando se encontró un calcetín en el horno. Dentro.) Y en cuanto se sabe semi desnudo, vuelve a ponerse de puntillas para alcanzar la boca ajena. Nie MingJue, por una vez complaciente, se inclina en su dirección para besarle. Ahora esas manos ásperas le sostienen por la cintura, le aprietan sobre la piel al descubierto mientras los brazos de Meng Yao se enredan tras su nuca, él estirándose todo lo que puede y su novio curvándose hacia su cuerpo.
En su beso, jadean el uno en la boca del otro. Después, vuelven a moverse, a pasos titubeantes y torpes. Por la cabeza de Meng Yao pasa el pensamiento fugaz de que deben de estar buscando uno de sus dos cuartos, aunque su éxito está siendo bastante relativo. Por no decir nulo. Pero, oh, qué poco le importa. Está tan perdido en estos besos que todo lo que quiere, todo lo que necesita, es que continúen hasta dejarle sin aliento.
O hasta que le rompan una pierna, una de dos.
En sus pasos descoordinados, acaban, una vez más, por estamparse contra algo. Esta vez es el sofá, el brazo que se le clava en la pierna. Se separan por instinto mientras Meng Yao contiene un quejido, porque esta no es la clase de dolor que le gusta sentir. También porque en general no tolera muy bien el dolor, los masoquistas aquí son los otros dos. Pero siempre hay ciertos tipos (mordiscos, arañazos...) que se escapan a su desagrado general, una excepción a la regla.
-¿Estás bien? -cuestiona Nie MingJue, preocupado, porque el golpe ha sonado fuerte.
-Sí, sí, tranquilo... Quizá deberíamos encender la luz.
-Voy.
-Espera.
En vez de dejar que su novio busque a tientas el interruptor —cosa que les habría venido muy bien a los dos, porque a este ritmo les van a salir al menos un par de hematomas a cada uno— Meng Yao le agarra por la muñeca y vuelve a ensañarse con él en uno de esos besos que llevan todo el rato intercambiando, los que van a llevarles a perder el sentido y chocarse contra todos y cada uno de los muebles de su piso compartido. No le importa. No le importa lo más mínimo. Al fin y al cabo, ¿no dicen por ahí que dos cabezas piensan más que una? Bueno, pues ahora son dos trabajando en el mismo problema mientras, por supuesto, se comen la boca.
¿O quizá son dos empeorando el mismo problema?
De nuevo, tampoco importa mucho. No cuando Nie MingJue le toma otra vez de la cintura y responde a su beso con todo el ímpetu posible. Solo que esta vez además le hace girar sobre sus pies en una búsqueda a ciegas (literalmente) del interruptor de la luz, que de pronto no está por ninguna parte. ¡¿Cómo es posible?! Su salón debe tener unos tres, deberían haber encontrado ya uno por lo menos.
Seguro que lo habrían hecho hace ya un rato si dejasen la boca y las manos quietecitas, pero ambos son unos impacientes y unos avariciosos, así que no besarse está fuera de toda discusión. O lo está hasta que se golpean contra el mueble del recibidor, una pequeña encimera con un cuenco de porcelana encima en el que suelen dejar sus llaves. Este les llega como por la altura de las caderas, y Nie MingJue se clava por accidente la esquina justo encima del hueso. Todavía dando tumbos se apartan como si quemase, y llegan hasta la pared contraria de una forma muy descoordinada y muy patética. Meng Yao por lo menos se resguarda en que nadie está viento esta lamentable exposición, ventajas de seguir a oscuras.
La luz se enciende.
-Así por curiosidad, ¿pretendéis follar, acabar otra vez en urgencias o hacernos comprar muebles nuevos?
Alertados por esa voz cínica que conocen tan bien —pero que esta vez les ha pillado por sorpresa— ambos giran la cabeza en la dirección del sonido. En el marco de la puerta de su habitación, ahora abierta, su tercer novio les contempla con los brazos cruzados; sus dedos tamborilean contra el antebrazo contrario a la espera una respuesta. Jiang Cheng parece cansado. Está despeinado y solo lleva una camiseta que le queda grande, porque, por supuesto, es de Nie MingJue. Sin embargo cuando les mira su ceño fruncido no demuestra ninguna clase de desaprobación, solo un ligero interés.
Nie MingJue y Meng Yao, que a partir de ahora ya no se estamparán con más muebles, intercambian una rápida mirada. Este es uno de esos momentos en los que se entienden sin necesidad de palabras. Ambos asienten. Y luego MingJue mira a su novio en común y sonríe mientras le tiende la mano.
-¿Te nos unes, preciosidad?
Parece meditarlo un momento, casi titubea, y Meng Yao comienza a fantasear con lo divertido que será reducirlo hoy a pedazos mientras Nie MingJue le destroza a él. Al cabo de un instante —solo después de mirarle a los ojos— Jiang Cheng enarca las cejas como si entendiese sus intenciones.
Sonríe.
Y coge su mano.
![](https://img.wattpad.com/cover/293856572-288-k214649.jpg)
ESTÁS LEYENDO
77 kisses [Mo Dao Zu Shi Fanfic]
FanfictionUna pequeña lista de besos que compartir a cuatro. Porque la vida para Jiang Cheng es más entretenida teniendo a tres novios a sus pies. -Capítulos cortos -Los capítulos no siguen un orden cronológico -AU moderno -Actualización los jueves -Versión a...