21 - Seductive

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Un beso seductor.

-Er-ge.

Aunque escucha con perfecta claridad la voz de Meng Yao en el silencio de su apartamento, son sus manos las que le hacen alzar la mirada de la novela que está devorando. Esta vez, es el cuarto tomo de una saga que empezó por curiosidad, una de esas que creyó que no le iba a enganchar. Nie MingJue reclama un pago por la apuesta que dice que ha ganado (porque vaticinó que se leería al menos tres de los seis libros en menos de un mes) pero Lan Huan no recuerda haber hecho ningún trato. De todas formas, difícilmente va a poder librarse de su segundo novio más tozudo, y lo sabe, pero tampoco le importa. El primero en el ranking de cabezas duras, por si las dudas, es Jiang Cheng; pero Jiang Cheng debe estar todavía en la biblioteca —porque el laboratorio cierra los domingos, la biblioteca no— con la nariz enterrada en toda esa bibliografía infumable que necesita para su investigación. 

Las manos de Meng Yao, finas y pequeñitas —y de una habilidad tremenda cuando le conviene, como hoy, por ejemplo—, se asientan en sus hombros y aprietan con cuidado los nudos que se busca a diario por las malas posturas que toma al leer. Su tío le gritaría si le viera tirado en el sofá, y mucho, pero su tío ya bastante tiene con asumir que sale (y vive) con tres chicos al mismo tiempo y que esos tres chicos también están enamorados entre sí. No le quiere dar más disgustos al pobre, así que no le piensa contar que sin duda se le ha olvidado poner la espalda recta o cómo se ha ido deshaciendo poco a poco de los severos horarios que se empeñó en inculcarle durante la adolescencia. O de la mayor parte de su compendio de normas, en general. 

Bajo el efecto calmante de lo que comienza como un masaje por parte de su segundo novio, Lan Huan ronronea y cierra los ojos, encantado. A tientas, porque está demasiado a gusto como para esforzarse mucho, busca el separador que le regalaron en la librería cuando se llevó la saga entera después de leer el primer volumen. Lo coloca entre las páginas que tiene separadas entre sus elegantes dedos de músico y deja el libro en la mesita baja de café del salón. Porque el capítulo podrá estar siendo muy interesante, sí, pero, ya lo siente, las manos de Meng Yao le prometen aventuras todavía mejores. Encantado cuando esos dedos se cuelan bajo la larga capa de cabello negro lacio y le masajean el cuello, Lan Huan echa la cabeza hacia atrás. Busca la mirada ajena, y se encuentra con esos dulces ojos ambarinos sonriéndole. Sonriéndole de verdad, como hace cuando están solos, en vez de con esa expresión dócil pero fría, tan falsa, que suele mostrar de cara al público. 

Es sincero. A Lan Huan le encanta que lo sea. 

-Hola.

-Hola. -Saluda su novio, sin variar ni un milímetro su sonrisa. Se inclina sobre su rostro en el respaldo del sofá, hasta que las puntas de sus narices parecen a punto de rozarse. Lan Huan se ríe, frunce la suya e intenta elevarse tan solo lo suficiente como para frotar ambas. Aunque Meng Yao se deja, no necesita ser un experto para saber que algo distinto le pasa por la cabeza-. ¿Te interrumpo, Er-ge?

-Para nada. -O puede que un poco sí, pero al maestro la verdad es que le da igual. Cualquiera de sus novios es más importante que un libro, eso lo tiene claro-. De hecho, estaba pensando en prepararme un té. ¿Me acompañas?

-Tenía alguna idea mejor. -Meng Yao deposita un beso suave en la punta de su nariz, pero habría que estar ciego para no ver que los tiros van por alguna otra parte, porque sus manos siguen en sus hombros y en su nuca, apretando y haciendo maravillas para que se relaje. Esas mismas manos que de vez en cuando bajan hacia sus pectorales, los toquetean con picardía y luego vuelven a subir. El motivo, sin embargo, Lan Huan lo desconoce-. ¿Te acuerdas de que día es mañana?

-¿Lunes?

-Er-ge...

Suele ser difícil que sus tres novios lleguen a un consenso, da igual la situación, porque son tres personas muy distintas y muy suyas, y a ninguno le gusta ceder. Sin embargo, hay algo en lo que los tres, tanto Meng Yao como Nie MingJue como Jiang Cheng, están de acuerdo: los pucheros de Lan Huan son irresistibles. El único que difiere es el propio Lan Huan, que no se atreve a considerarse tanto. En su opinión, los irresistibles son los de Meng Yao —que los pone tan abiertamente como él— o los morritos fruncidos de Jiang Cheng cuando se enfurruña como un niño pequeño. Nie MingJue no pone pucheros nunca. Una pena. 

En cualquier caso (¡en este caso!) poco puede hacer el desdichado maestro de música contra el puchero que exhibe su novio, enfurruñado pero adorable, con las mejillas hinchadas. Solo por eso, por esa visión tan dulce, no puede evitar reír, negar con la cabeza y alzar una mano para acariciarle el rostro. Que nunca haya parado con sus masajes implica que solo está jugando, y los dos lo saben.

-Vamos a hacer ya cuatro años, tú y yo. -Suspira con una sonrisa ilusionada, como si no se lo creyera. Dentro de su cuarteto, cada combinación particular tiene sus propios aniversarios. Mañana es el suyo, el de Meng Yao y él-. Se me han pasado volando. 

La expresión de Meng Yao vuelve a tornarse en una sonrisa, esta vez complacida. Lan Huan se acuerda. Por supuesto que se acuerda, jamás lo olvidaría. En realidad, no ha temido lo contrario en ningún momento.

-A mí también. Pero ya sabes lo que dicen, el tiempo vuela cuando te diviertes.

-Debe ser eso, sí.

-El caso... -ahora, las manos de Meng Yao abandonan por fin su cuello. El ayudante de doctor desaparece un segundo de su visión, solo para volver por el frente. Camina a pasos calmados, lentos, como si se regodease, mostrando lo ligero que va de ropa. Los ojos pardos de Lan Huan se iluminan con interés al darse cuenta de que tan solo lleva una de sus camisas blancas, las que le desaparecen cada dos por tres del armario porque uno de sus novios universitarios, da igual cuál, se las roban con demasiada frecuencia. Por un segundo, se atreve a fantasear con que eso es lo único que lleva-, es que puede que se me haya ocurrido una forma de celebrarlo hoy. Mañana vamos a estar muy liados.

-Seguimos teniendo una reserva para cenar.

-Y no planeo cancelarla ni aunque me pidan veinte tutorías. -Asegura Meng Yao mientras se encarama al sofá. Queda a horcajadas encima de su novio y Lan Huan puede comprobar con deleite que, efectivamente, su camisa es la única prenda que lleva puesta-. Pero quizá podríamos adelantar parte de la celebración para ahora, ¿no crees?

Bueno, hay otra cosa que lleva, aunque no es una prenda de ropa. Lan Huan comienza a fantasear al respecto cuando se da cuenta del fino rastro de lubricante que cae entre los muslos de Meng Yao. O más bien lo que hace es intentar adivinar. Su sonrisa toma ciertos tintes entretenidos cuando se pregunta en silencio cuál de todos —de la extensa colección que guarda ordenada por tamaños en uno de los cajones de su cuarto y con los que le encanta torturar a A-Cheng— sus plugs anales llevará puesto. 

-¿Qué regalo tienes preparado para mí, A-Yao?

Que él le había comprado (y se lo dará, aunque no sabe si en la cena o después del sexo... tiene como mínimo media hora para decidirlo) un bonito colgante de plata con las iniciales de su nombre entrelazadas con las propias. Clásico, romántico... puede que un poco cursi, pero siente que usar el alfabeto romano le da cierto toque especial.

Meng Yao sonríe de oreja a oreja, pero se toma su tiempo en contestar. En vez de eso, se inclina sobre el cuerpo de su novio, con las palmas de ambas manos plantadas en su pecho, y le besa en los labios. Es un beso suave, lento, que dura hasta que se quedan sin aire. Meng Yao lleva el control completo y absoluto del acto, y a su novio en realidad le encanta. Cada vez que intenta profundizarlo aunque solo sea un poco, el ayudante de doctor amenaza con retirarse, hasta que Lan Huan gimotea en sus labios como si pidiera disculpas. Sin embargo, nunca deja de besarle. Nunca. Es como una promesa de todo lo que le hará esta noche —o ni siquiera esta noche, tan solo dentro de unos minutos— de cómo va a llevarle al límite y de lo que también quiere que le haga. Es una promesa de su regalo de aniversario, y quizá una confesión de por qué Jiang Cheng y él se tiraron tres días investigando tiendas de juguetes sexuales por internet.

Cuando se separan, Lan Huan se siente sin aliento, y eso que ni siquiera ha usado la lengua... todavía. Le arde la cara. Lo sabe, y le encanta. Tanto como lo hace la prometedora expresión de su novio, en especial cuando susurra una única frase en su oído. 

Apenas un minuto después, Lan Huan le lleva en volandas a la cama. 

77 kisses [Mo Dao Zu Shi Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora