Un beso en un susurro ronco.
Jiang Cheng lleva los auriculares puestos. A veces lo hace cuando está por casa, porque nunca se sabe, y ya le da igual que le digan que se acabará quedando sordo por tener la música demasiado alta. Es una vieja costumbre de cuándo vivía con sus padres y quería ahorrarse el tener que oír las discusiones y los gritos que retumbaban por toda la casa, aunque ahora le sirve para evitarse los gemidos cuando intenta estudiar o jugar a algo. Aunque claro, eso provoca que luego se lleve sorpresas. Como ahora, que acaba de entrar en el cuarto de Lan Huan a pedirle una camiseta —todas las de Nie MingJue están en la lavadora— y que nada más abrir la puerta se encuentre al profesor de música en cuatro y a Meng Yao follándoselo.
-Ahora entiendo a Ming-ge por quejarse de lo de la lavadora.
-Oh, hola, A-Cheng. -Meng Yao le saluda con toda la normalidad del mundo, porque Meng Yao es el único maldito capaz de hacer estas cosas. Salvo cuando se alían los tres contra él, claro, pero aun así es un pequeño bastardo difícil de manejar. Jiang Cheng quiere regalarle una camiseta con el eslogan de "pequeñito pero matón". Quizá lo haga estas Navidades, y le da igual que el riesgo sea una semana sin sexo... O una semana con demasiado sexo-. ¿Querías algo?
-Una camiseta limpia.
-Seguro que a Er-ge no le importa prestarte una, ¿verdad?
Pero "Er-ge" solo gime, porque Meng Yao tiene una puntería asquerosa cuando quiere y acaba de darle justo en el punto que le hace ver las estrellas. Lan Huan se mantiene en cuatro sobre sus brazos y sus piernas, pero una de las muñecas le cede. Hay un cojín por debajo de su cara, preparado para momentos como este, cuando la barbilla golpea sobre el mullido relleno de espuma. Cede, pero Meng Yao no se inmuta y sigue embistiendo en su interior. Gimotea, pero Jiang Cheng se encoge de hombros y se dirige al armario como si todo esto fuera normal. Hasta cierto punto, así es.
-A... A... A-Cheng...
-¿Sí? -Cuestiona su novio, que le da la espalda mientras rebusca entre los cajones. Saca una de las únicas camisetas negras que tiene Lan Huan, y que casi no se pone, y sin hacerle demasiado caso a sus súplicas, se la enseña-. ¿Te importa que te la robe, baobei?
Lan Huan niega vehemente con la cabeza un par de veces. Ahora se apoya sobre sus codos, el culo bien alzado hacia arriba. Meng Yao le sujeta de las caderas y de vez en cuando, justo cuando más le tiemblan los brazos, se permite dejar un azote en esas nalgas blancas y redondeadas. Lan Huan responderá entonces gimiendo como si fuese a correrse, pero el apretado anillo alrededor de su miembro se lo impide. Ante aquella visión, Jiang Cheng traga saliva. Puede empezar a notar cómo la sangre discurre por sus venas en dirección a su entrepierna, que comienza a tensarse y levantarse, interesada en la bonita sumisión de uno de sus novios y en la tentadora crueldad del otro. Por un instante, no sabe cuál a de los dos extremos le tiene más ganas. Solo que la camiseta en sus manos le viene sobrando casi tanto como la que lleva puesta. Sin darse cuenta, la tela negra se le escurre de entre los dedos.
-Vaya, vaya, A-Cheng -dice Meng Yao, con una sonrisa ladina y reluciente abriéndose paso a través de su excitación. En otro contexto, sería escalofriante. Jiang Cheng a veces siente que lo recuerda sometiendo a ejércitos enteros, pero como le tiemblan las rodillas por su culpa, ni siquiera le extraña-. Qué torpe estás hoy, ¿no, cariño? ¿No será que quieres unirte a nosotros?
-No te hagas ilusiones, Meng Yao. Solo he venido a por una camiseta.
-¿La del suelo?
Solo por lo mucho que odia —le encanta— esa sonrisa confiada suya, Jiang Cheng se niega a contestar. En su lugar, se cruza de brazos y ladea la cadera hacia un lado, altivo, contemplándolos a ambos con una mirada soberbia. Poco puede hacer, sin embargo, cuando Lan Huan le busca, jadeante. Los labios entreabiertos, enrojecidos, y un hilo de saliva discurriéndose por su barbilla cada vez que Meng Yao embiste en su interior.
-Anda, A-Cheng -murmura su tercer novio en ese tono dulcemente envenenado con el que puede hacer que se estremezca-. Vente a la cama... Er-ge lo está deseando, ¿no es cierto?
-A-Cheng...
Traicionero, como si hubiera tenido todo aquello pensado, Meng Yao se inclina sobre la espalda del maestro de música hasta que alcanzar su oído. Sus caderas se quedan quietas y Lan Huan gime desesperado, moviendo las propias pero sin encontrar el consuelo que busca. La habitación queda en silencio, la respiración de Jiang Cheng congelada en sus pulmones. Tanto que el susurro de Meng Yao se hace perfectamente audible al rebotar contra las paredes.
-Venga, Er-ge, dile a nuestro dulce A-Cheng lo que quieres de él. Te recompensaré si lo haces bien.
Solo con eso, su novio gime. Parece desesperado, pero está disfrutando de todo esto, los tres lo saben. Entonces alza el rostro hacia Jiang Cheng, las mejillas empapadas de placer, suplicante y bello como solo él sabe ser.
-Bésame...
El susurro de Lan Huan es ronco y seductor. Podría parecer una orden pero en cuanto se mira a esos ojos vidriosos suyos, a esa miel cristalizada, cualquiera puede ver que en realidad no es más que una súplica desesperada y afónica. Jiang Cheng solo puede morderse el labio inferior al agacharse frente a la cama, su rostro solo un poco por debajo del de Lan Huan ahora. A su espalda, mientras se inclina para besarle el hombro, Meng Yao esboza una sonrisa. Una nueva estocada en su interior hace que ambos tiemblen, perdidos en un limbo a medio camino entre el placer y la razón. Una perdición a la que, según parece, pretenden arrastrar a Jiang Cheng sin el menor de los remordimientos.
-Vamos, A-Cheng. -Murmura Meng Yao, que ahora acaricia el pelo de su novio común e incluso se permite tironearlo un poco, porque sabe que a Lan Huan le encanta-. No muerde... no siempre.
Contra su voluntad —porque, por supuesto, apenas le gustan esta clase de situaciones— Jiang Cheng siente que una de las comisuras de sus labios se eleva hacia arriba. No se están molestando en ser especialmente seductores, pero su sola visión es suficiente para despertar el interés del estudiante de Física, que aunque sabe que ahora mismo debería estar preparándose los próximos exámenes (solo le quedan tres semanas, solo) esto le apetece bastante más.
Al final, inclinarse sobre sus rodillas hasta alcanzar los labios de Lan Huan no es más que un impulso, un instinto. Quitarse la camiseta y tirarla al suelo, otro un poco distinto. Y cuando se quiere dar cuenta, su novio tiene la boca abierta para él y Meng Yao le está besando con la promesa clara de que será el siguiente que acabe a la merced de ambos en el colchón.
Ya estudiará en otro momento.
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77 kisses [Mo Dao Zu Shi Fanfic]
Fiksi PenggemarUna pequeña lista de besos que compartir a cuatro. Porque la vida para Jiang Cheng es más entretenida teniendo a tres novios a sus pies. -Capítulos cortos -Los capítulos no siguen un orden cronológico -AU moderno -Actualización los jueves -Versión a...