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El arte y la ciencia de hacer preguntas es la fuente de todo el conocimiento

—Thomas Louis Berger

|Muchas preguntas|

Escucho mi tripa rugir nuevamente en mi habitación asignada. Hoy sábado, no he salido de mi habitación asignada, tampoco he podido conciliar sueño, eso se debe a que este lugar es demasiado diferente a lo que solía tener a mi alrededor.

Una de las cuatro paredes se encontraba forrada con papel de los años setenta. Era de color azul marino con toques dorados. El resto de las paredes eran de una gris lavanda, que combinaba con el suelo de madera. La cama de metal negro y el armario rococó, las cortinas largas y blancas, medio transparentósas. Y la larga alfombra granate.

Claro que, sabía en qué estilo se habían inspirado por el reglamento, que leí en lo que transcurría la noche. El cual era de color marrón con una brújula que apuntaba al norte y al sur y dentro de este estaba el símbolo de la institución.

Las maletas aún seguían sin deshacer, porque según el reglamento, "Tiene un periodo de veinticuatro horas para instalarse en su cuarto"

Es decir, tenía todo el día, me levanto y camino hacia mi equipaje, y en silencio comienzo a abrirlo, y veo toda la ropa muy bien doblada y planchada. Me quedo observándolo por un tiempo porque, todo estaba puesto con mucho miramiento.

Miro cada una de las prendas, los recuerdos, los aromas.

— Uf

Resoplo, dejo cada prenda tomándome el tiempo necesario para apreciarlas. Acabo somnolienta y mucho más ambienta porque no he comido, cenado ni tampoco desayunado.

Me pellizco la mejilla para no dormirme, pero la tarea se dificulta por la música clásica.

Espabilo ya que escucho el teléfono vibrar a mi lado. Lo tomo y veo que son las doce y media, justo la hora del almuerzo. Me obligo a salir de la habitación, y acomodando como puedo el cabello desgreñado.

Me dirijo hasta el largo pasillo de anoche, y me quedo frente a la gran puerta. Respiro profundamente a sabiendas de lo que hay. Tomo uno de los grandes tiradores de color oro.

Como la noche pasada, está plagada de personas. Las mesas tienen un total de seis plazos. Las paredes son de piedra con cuadros de marcos dorados, y ventanas de medio arco enormes. En el frente se encuentra una ventanilla de donde sobresalen unas cuantas mujeres atendiendo a la hilera de pupilos. Me paro letras de una chica. La fila mengua hasta llegar mi turno, miro todo lo que hay y en realidad hay mucha variedad de alimentos. Pero lo que hace que salivara era el salmón con coles de Bruselas.

— Hola, podría darme por favor él...

— ¿Cuál es tu nombre? —Pregunto la mujer, con fuerza

— Riley

Toma un portafolio buscando algo hasta encontrarlo.

— ¿Así que eres nueva, eh? — Asiento mientras la mujer busca coger un cucharón con un potingue verde moco, pero soy más rápida y la detengo.

— No quiero eso, ¿podría, por favor, ponerme una porción de salmón y coles de Bruselas? —Pregunto con educación, y con una sonrisa tímida, pero ella carcajea, como si hubiera dicho una barbaridad.

— No cielo, no puedo. Así que toma tu puré y siéntate a comerlo.

— Sí, sí que puede. —Insisto con la misma sonrisa y convicción.

— ¿En este internado las normas se cumplen al pie de la letra no?

— Sí, por eso mismo tomaras tu puré, y te olvidaras del salmón.

— Entonces sí ha leído el reglamento, al ser nueva tengo una comida gratuita, la cual puedo escoger con total libertad. Y lo que yo quiero es el salmón, con las coles de Bruselas.— La mujer resopla antes de meterse al interior. Y al volver lo hace con un salmón descolorido y unas coles de Bruselas semi quemadas.

— Tu comida, ¡siguiente!

Deja caer el plato en mis manos, sin darme oportunidad a objetar, camino hacia la señora que da los cubiertos, para después sentarme en una mesa completamente vacía y alejada a la de las demás.

Meto un trozo del pescado que además de estar pálido estaba soso y seco, hice una mueca parecida a las de Jimmy Fallon. Probé las coles que ya eran otro nivel, cuando escucho la madera del banco crujir, Trago empleando mucho esfuerzo antes de ver por el rabillo del ojo un plato con macarrones con carne picada.

— Hola, ojitos

Meto otro trozo de pescado ignorándolo, esa acción hace que insista dos veces más, pero lo ignoro nuevamente.

— ¿Por qué me ignoras?

— Porque no hablo con desconocidos

— Ayer hablaste conmigo.

Giro la cara para verlo a los ojos. Al instante de hacerlo, un escalofrío recorre mi cuerpo entero. Ya que tiene varias heridas en la cara, pequeños cortes para ser exactos. Pero decido no preguntar nada al respecto.

— Sí, "ayer", pasado.

— No puedes conocerme si no me hablas. —Dice como si su lógica fuera superior al mío

— ¿Cómo te llamas?

— Veo que te has topado con Gerda.

Señala a la trabajadora, pero ignoro por completo su evasiva, ya es la segunda vez que hace eso.

— ¿Cuántos años tienes?

—¿Quieres?, dudo que esa cosa esté en buen estado, y no parece gustarte.

— No, gracias. Y me encanta.

Miento descaradamente

— Tus ojos me dicen que mientes.

— ¿Por qué estás aquí?

Insisto nuevamente.

— Veo que me has hecho caso y no te has quitado el pañuelo.

—No te hablaré más hasta que me contestes alguna de las preguntas. —Dejo de hacer contacto visual, par agachar la mirada, concentradme en mi plato. El banco cruje y supongo que se habrá rendido, pero no, está enfrente de mí. Con los brazos cruzados sobre la mesa junto a su cabeza.

— ¿Puedes mirarme?, me gustan tus iris de color gris azulado con esa salpicadura de color ámbar.

Iba a abrir la boca, pero contuve las ganas y la volví a cerrar. Nadie había describió mis ojos de esa forma. Coge mi plato antes de que atrape una col. Pero, aun así, no lo miro. Vuelvo a escuchar el ruido del cristal y la madera, pero esta vez en vez de salmón seco hay macarrones con un olor increíble.

— Conseguiré que me hables de nuevo ojitos, te lo aseguro.

Revuelve mi cabello antes de marcharse. 

LacronetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora