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Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón

—Jorge Luis Borges

|La buena suerte|

Noviembre comienza, intensificando el frío, la nieve y las lluvias. Esta última semana, papa ha llamado, y yo como siempre he rogado que me saque de aquí, sigue habiendo rechazos hacia mi persona, y comentarios y actitudes misteriosas.

— ... El debate final se llevará a cabo mañana, y enhorabuena a los que llegaron hasta aquí.

Suena el timbre y salgo, detrás de Romy, que tampoco me habla. Y para qué negarlo me afecta lo suficiente como para mandarle cartas que me devuelve quemadas, o en pedazos. Llego a mi habitación y dejo caer mi mochila. Me tumbo un tiempo en la suave y cómoda, cama. Solo quiero ver películas, hasta que llegue la hora de cenar. Acabo viendo El Titanic, y cuando me doy cuenta de la hora, pego un salto de la cama, mareándome por la brusquedad, me calzo y tuerzo la cara al ver una carta. La tomo, y la abro, para encontrar ocho palabras.

Nos, vemos en el comedor, debemos hablar; Romy.

Doy saltos, ya que por fin accede a dialogar. Salgo de la habitación, y camino rápido hacia el comedor, que nuevamente se encuentra decorada, y con las mesas puestas. Tomo mi asiento más frecuente buscando a ver si encuentro a Romy, que no aparece. El comedor está completamente lleno y sigue sin presentarse, ¿no se habrá arrepentido?

Esto es absurdo, se supone que somos amigas, no novias, tóxicas

Escucho que la puerta se abre, y giro el cuello, de manera brusca, como si fuera un búho, al igual que absolutamente todos los que se encuentran en la zona. Un joven camina por el comedor como si fuera el rey del mundo, solamente se escuchan sus mocasines negros, al igual que el traje que porta. Es Lubóng. Se sienta en una mesa redonda, y allí es cuando me doy cuenta de que no es el único que ha entrado, sino que, lo siguen una pelinegra, un castaño y Romy.

Se sientan junto a él, y la cocinera les entrega la comida, todos vuelven a murmurar, pero yo sigo viendo fijamente a esa mesa.

— Allí están.

Escucho decir a Harper, la miro. Y la encuentro con un maquillaje chillón, la camiseta blanca, cortada como un top, y la falda, más corta de lo que es.

— Sabes, deberá ir a saludarlos, hace mucho que no los veo. Tal vez me dé un premio. ¿Huy, que te pasa?

— Romy sigue enfadada.

— Nadie debería estar triste por Romy— Sus ojos saltones están sobre los míos, mientras espero a qué sigua ablando.

— Ella, es guapa, y talentosa. Y hace que te pierdas a ti misma, necesita desgastar a la gente que quiere, para estar bien, pero eso no está bien.

Juguetea, con los guisantes de mi plato, mientras pone muecas y habla en murmullos. Me atrevería jurar, que está en uno de sus tantos viajes astrales.

— ¡¿Podrías aguantar a Morís, mientras los saludo?!

— Claro, no hay problema.

— Protégela con tu vida eh

Afirmo con la cabeza, y tomo a la gallina, no era la primera vez que la cargaba. Aunque Harper fuera una chica muy sabia, su locura la superaba, sus comportamientos eran, demasiado infantiles.

Ingiero la comida con la que no jugueteo, eso le da tiempo a volver con una sonrisa de oreja a oreja, Pretendo preguntar, pero toma su animal, y se va dando saltos de alegría. Tomo la carta y me aliso la falda por debajo de la mesa, por varios motivos, estoy muy nerviosa. Me pongo en pie y comienzo a sentir vértigo.

LacronetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora