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Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad."  

Marco Aurelio.

|"Me da miedo"|

Despierto con una sensación de culpabilidad enorme. ¿Cómo es posible que me dejara enredar de esa forma? Si sabía que a la larga me arrepentiría. Es domingo, por lo cual, la gran mayoría, por no decir todos.

Estarían en el centro, desayunando en alguna cafetería, o en casa de sus amigos o ligues. Por lo tanto, seriamos cuatro gatos, junto a las empleadas.

Este pensamiento logra que me tire para atrás, viendo el techo de la habitación, no quiero más discusiones con Gerda, porque siento que la cabeza me reventara. Son las siete y pico cuando por fin me levanto, tomo una toalla y mis lociones, antes de salir hacia las duchas femeninas.

Todo se encuentra vacío, permitiéndome escuchar mis chanclas, resonar por los pasillos, el tiempo pasa lentamente, y el frío cala mis huesos, logrando que mi piel se vuelva de gallina, lo que me da más sueño.

Dejo mis cosas en mi taquilla, y me adentro en la ducha, encendiéndola. Jadeo cuando, las gruesas gotas se deslizan por mi cuerpo, pero de alguna forma me relajo.

Froto mis brazos, torso y piernas, con desosiego de un momento al otro, la esponja comienza a quemar mi piel, y es allí cuando me detengo, cierro los ojos respirando con dificultad antes de enjabonarme nuevamente, masajeo mi cuero cabelludo cuando un olor extraño comienza a inundar mis fosas nasales. Olía como a frituras y ¿carne?, el olor me desagradaba, por lo cual intentaba respirarlo lo menos posible siguiendo con mi labor.

El corazón se detiene cuando oigo una melodía sonar, sin importar que los ojos me vayan a escocer por el jabón, los abro de par en par.

El chorro de agua se corta cuando pulso un botón. Ato la toalla a mi cuerpo y salgo viendo si hay nadie, todo eso para que el olor a fritura sea más intenso. Escucho una taquilla, cerrarse con fuerza, aspiro, antes de pensar en una sola cosa, ¡Salir por patas de aquí! No miro atrás, solamente tengo la toalla y el champú, como arma.

Aunque un champú no haga mucho realmente

Corro mojando el pasillo, ya que la música se aproxima a mí, hago un giro brusco que hace que me caiga, haciéndome daño en la rodilla, pero me recompongo y avanzó, la vista comienza a nublarse por las lágrimas, giro nuevamente, y la música también, al igual que yo ante la escena que tengo enfrente.

La música me estaba conduciendo.

Estaba enfrente de las puertas de la entrada al bloque de estudios, y delante de mí había un gran charco de sangre, perteneciente a Gerda, ella estaba colgada, atada y desnuda, pero eso era lo menos importante, pues su piel estaba abierta en cuatro trocos... como la rana sus intestinos corazón todo estaba fuera de ella sobre sus brazos, en su interior se veían las frituras, mientras que sus ojos estaban vacíos. Lo, pero de todo, parecía que la habían frito a ella, estaba quemada, calcinada.

La arcada es tan fuerte al saber que ese es el olor a carne que venía desde las duchas, me doy la vuelta soltando un grito desgarrador, para comenzar a correr sintiendo que el mareo se convertiría en desfallecimiento. Lloro a mares, mientras tiemblo y me tambaleo sin saber bien hacia donde ir, No corro mucho porque algo choca contra mí, lo que me hace gritar, sé que me llaman por mi nombre, pero mi juicio está nublado, es como si volviera nuevamente al día en el que mama murió.

Corro, pero unos brazos me agarran

―¡¡Suéltame!!, ¡¡Suéltame!!

Consigo proporcionar una patada que hace que me suelten, me doy media vuelta y doy media vuelta, resignadme a volver a ver esa escena.

Cuando llego, en una mirada furtiva, veo una tecla negra, pero no más por las teclas. De nuevo esos brazos vuelven a alcanzarme, pero esta vez por más que zarandeo, grito y golpeo, no me sueltan.

― Riley, no soy una amenaza. Respira.

Obedezco, y me doy cuenta de que es la voz de Lúbong, no me importa que me haya proclamado como suya, o que lo dejara en ridículo en el debate, solo me aferro a él y a su camiseta.

― Gerda... esta... esta

Giraba mi cabeza, para confirmar que era cierto lo que veía, pero me abrazo con más fuerza. Oía murmullos, muchos murmullos, pero todos lejos de mí.

― No te gires. Pequeña

― ¿Qué demonios suce...?

― ¿Riley?

Noto otro par de manos que hacen que me altere nuevamente, pero la voz del pelinegro consigue relajarme otra vez.

― No hay nada que ver, vallan a sus habitaciones y no salgan hasta nuevo aviso, de lo contrario, acabaran peor que ella.

Lubóng, me separa unos centímetros de él para mirarme en busca de algo que no haya.

― Cooper, lamento preguntarte esto ahora, pero ¿viste quien hizo eso?

― N-no... Huía, porque me estaban siguiendo y-y me condujo aquí.

― ¿Quién te guiaba?

― L-la música, sonó y como la otra vez, ... Como con mama...

Comenzaba a alterarme nuevamente.

― ¿No es la primera vez que oyes esa "música"?

― Ya está bien de preguntas

Dijo el pelinegro.

― No, no está. Co...

― ¡¡Basta de preguntas!!

Braman las dos némesis. Lubóng, pasa su brazo por mi cintura obligándome a caminar, lo hago, pero pensando en la escena que dejo detrás. Camino coja, sin saber muy bien por donde me está conduciendo, hasta que el frío mañanero golpea mi cuerpo, no tardó mucho en castañeteando los dientes.

Pero disminuye cuando un grueso abrigo me cubre, miro al que me la dio sin decir nada. Se acerca, para cogerme en brazos, y acelerar el paso, no pasamos mucho tiempo cuando llegamos a una torre diferente, sube las escaleras y encuentro una sala con tonos grises y negros, Un espacio moderno, pero cálido, dio unos pasos más y me encontré en una habitación. Me dejo sobre la cama y me arropo, sin dirigirme palabra o mirada alguna.

― Duerme pequeña

― ¿Que van a hacer con ella?

― Deberías preguntar qué es lo que ara el jeque con Ronan.

― No...

― Estoy seguro de que habrás notado su pequeña obsesión por los ojos, y la amenaza hacia el lobo.

Todo parece ser que él la... no, no puede ser.

― Deberías, descansar.

Lo miro fijamente antes de tragar saliva.

Me mira unos instantes, acaricia mi mejilla y como si fuera un gato, muevo la cabeza.

― No pudo... me da miedo

Murmuro para mí misma, no dice nada durante unos instantes, porque simplemente oigo caer su calzado en el suelo de madera, y seguido él metiéndose bajo manta. Para así acercarse y acariciar mi cabello, su tacto surte algo de efecto, logrando que me duerma. 

LacronetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora