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Siggy no la dejó ver a su madre, sabía que algo malo había pasado. Al enterarse su padre, se mantuvo ausente, no quería hablar con nadie y se preguntaba qué había hecho para enfurecer a los dioses. Ragnar les dijo que irían al templo del dios Upsala para que lo conocieran y para rendirle tributo. Al Eyra enterarse qué había sucedido, quiso pedir por la recuperación de su madre antes de marchar, perder un hijo no debía ser nada fácil, más cuando era altamente deseado por los padres. Ragnar los jalaba a ella y a su hermano, mientras su madre llevaba a su hermana menor.

Los bendecían en nombre de los dioses mientras les salpicaban el rostro con sangre y Eyra sintió una presencia a su lado, como si la abrazaran. Como de costumbre, su hermano hostigaba al sacerdote con preguntas sobre sus dioses y culturas para saber si aprendía lo que se le enseñaba. Athelstan contestaba correctamente cualquier pregunta. Pasó primero su madre, después su hermano, se acercó al dios, lo contempló un momento y, al igual que Lagertha, puso una mano sobre él.

—Amada Freya, bendíceme con un buen hombre que me quiera y respete, que esté a mi altura como diga hija de mis padres, pues deseo ser una madre fructífera y una excelente guerrera.

Reunidos a la mesa, se preguntaban unos a otros sí habían visitado el lugar, si pidieron algo a los dioses y Lagertha les confesó que cumplieron todo lo que les pidió en aquella ocasión. Eyra sonrió complacida, quería que los dioses le sonrieran y lograr grandes hazañas. No se despegaba mucho de su madre, sabía que aún estaba débil y triste, pero no le preguntaba nada, no quería incomodarla, al parecer no era algo que se hablara, solo se aceptaba y continuaba, pues era la voluntad de los dioses y había que respetarla.

—Mamá...

—Niñas— despertó Lagertha.

—Es Gyda— sonrió la rubia.

—Estoy sangrando.

—Entonces ya no eres una niña, discúlpame— tomó la mano de su hija menor—, pero déjame abrazarte una última vez...— Eyra besó la frente de su hermana antes de volver a la cama.

A ella ya le había brindado ese abrazo maternal en el que despedía a la niñez, después de todo, era mayor a su hermana, estuvo feliz de compartir esa gloria con Gyda, pues ahora ambas tenían el mismo estatus, estaban a la altura del resto de mujeres de sociedad, significaba que ya estaban en edad de desposar a un marido que les brindara una nueva vida. Pero su madre aún no yacía lista para dejarlas ir, las amaba tanto que las quería a su lado.

La razón por la que su padre había llevado al sacerdote era para sacrificarlo, debían ser nueve de cada especie, pero Athelstan aún amaba a su antiguo dios, no había renunciado a él, eso ponía en peligro toda la operación, podían desagradar a los dioses y desatar su ira. Todos escuchaban las palabras del sabio vidente con atención. Encontraron al mejor reemplazo. Al día siguiente, desde temprano empezaron con la ceremonia. Ragnar abrazaba a sus hermanos y Eyra aún se aferraba a su madre, los cinco en primera fila, listos para ver cómo resultaba todo.

La mujer cantaba para llamar a los dioses a reclamar los sacrificios. El rey Horik efectuaba los sacrificios, primero los animales y después las personas. Recogían la sangre y la colocaban en los cuencos, no se desperdiciaba ninguna gota. Gyda en cierto modo estaba espantada, era nuevo para ella verlo tan de cerca, Bjorn les dio la mano a sus hermanas. Eyra no despegó la mirada del espectáculo a los dioses, quería aprender a hacerlo bien para cuando fuera su turno de complacer a aquellos proveedores de vida, muerte, alimento y bendiciones en general.

Al finalizar las jornadas, se despidió de su amado hermano, su padre, su tío Rollo y su amigo Floki, pues todos ellos eran emisarios del rey Horik, pues viajarían hasta las tierras del Jarl Borg para tratar de enmendar problemas políticos entre ambas figuras de poder, seguro su padre conseguiría algo a cambio, después de todo, era buen estratega y conseguía grandes cosas. Hacía política a su modo. Lagertha y Siggy se ocuparon de las niñas, la hija de Siggy tenía la protección de Lagertha pero no compartía casa con ellos.

—No has comido en tres días— Gyda sacó de sus pensamientos a su hermana, aunque no se dirigiera a ella. Eyra volteó a ver a su madre y esta las encaraba por igual. Intentó probar bocado con esfuerzo.

—¿Lo ves? — mencionó Eyra.

—Tengo miedo.

—Ve con el vidente, pregúntale si son ciertos— dijo Siggy.

—A veces, es mejor no conocer el destino— dijo Lagertha.

Pero pronto la desgracia se cebó sobre Kattegat, las hijas de Lagertha y la hija de Siggy cayeron víctimas de la lepra que azotó esos lugares por aquellas fechas. Deliraban y hablaban entre sueños, Lagertha no se despegaba ni a sol ni sombra, Athelstan se involucró en su totalidad en el cuidado de los ciudadanos que caían enfermos y, sobre todo, en las tres antes mencionadas, porque eran parte de su familia, las quería mucho y no podía ver el sufrimiento que pasaban las madres, a él también le dolía verlas en esa situación. Eyra siempre llamaba a su hermano, deseosa de que le sostuviera la mano para brindarle fuerza y así salir de aquel trance.

—¿Voy a morir? — preguntó Gyda.

—No— exclamó Lagertha por lo bajo—. El adivino cree que es el único en Kattegat con el don de la profecía, pero se equivoca, sé que no vas a morir.

Lagertha ensombreció su rostro luego de aquellas palabras, por la tristeza. Volteó a ver a Eyra, quien solo veía al infinito, no emitió ninguna palabra a su madre. Quien se limitó a cuidarla y bañarla tantas veces fuera necesario para que la enfermedad abandonara su cuerpo. En una ocasión, sonrió a su madre, para tratar de reconfortarla, en esa triste mirada le recordaba que la amaba y estaba agradecida por cómo la había cuidado. La esposa del Jarl se olvidó por un momento que la población mermaba en desproporción, solo se dedicó a sus hijas.

—¿Athelstan?

—Está tan débil que no puede comer.

—Reza a los dioses, por favor, por él— Lagertha besó a Gyda en la frente.

Hasta que un día, el sacerdote se levantó, pero su hermana no.

El fin de la Era DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora