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—Creí que entrarías a ayudarla

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—Creí que entrarías a ayudarla.

—No soy una esclava.

—Pero ayudaste a Torvi.

—Es diferente, ella vio cómo finiquitaba su esposo.

—... debo preparar mis naves.

—¿Cuánto tiempo?

—El necesario— esta vez Bjorn no se dirigía a su hermana, sino al rey Horik, quien acribillaba a su madre con preguntas. Eyra le dedicó una mirada al príncipe, quien se la comía con la mirada.

—Ni más ni menos, rey Horik— dijo Eyra en tono sombrío.

—Su padre tiene un nuevo hijo— corrió la esclava.

—¿Niño? — inquirieron ambos.

—Sí.

—Debo felicitar a su padre— dijo el rey Horik—. Nunca es un mal día para tener un hijo. Los dioses no dejan de bendecirlo.

—También estoy feliz por el Jarl Ragnar.

—Erlendur— lo llamó su padre.

—¿Quién eres?

—Porunn.

—Me refiero a qué eres para mi hijo.

—Es una sirvienta, una esclava— se acercó Bjorn—. Y me enamoré de ella.

—Ambos se gustan— susurró Eyra al oído de su madre y esta les sonrió complacida.

—¿Y tú, cuándo?

—Cuando Bjorn y Ragnar lo permitan.

—Ay, hija.

—Vamos, alguien debe preparar su partida.

—Te extrañaré— besó su frente.

—No tardarás mucho, aquí estaré.

***

—¿Deben pelear desnudos?

—Para presumir sus músculos— rió Elin.

—Deja que Inga aprecie su belleza, Brenda— siguió Eyra.

—Basta de juegos, ustedes también deben entrenar— dijo Kaira.

—Deberíamos desnudarnos para mostrar nuestros músculos— dijo Brenda quitándose la armadura para tomar su escudo y espada.

—Alguien quiere ganarte a Bjorn— sonrió Gerda.

—Vamos, Inga— la llamó Eyra.

Ambas tomaron escudo y espada y empezaron a combatir. Ya se conocían el temperamento, la entrega, el temple con el que siempre peleaban, el ritmo al que podían forzar a la otra para lograr el cometido durante la batalla. Brenda peleaba con Kaira porque quería probarse a sí misma que había mejorado de forma considerable, aunque todos sabían que Kaira estaba a la altura de Lagertha y algunos la consideraban más sádica al solo pelear con sus hachas, sin escudo cerca. Elin, por su parte, le enseñaba un poco a Gerda cómo mejorar poco a poco sin dejar de ser mano dura.

—¡No te concentras! — gritó Kaira luego de derribarla.

—Señora...

—Solo alardeas— espetó Kaira—. ¡Otra vez!

—Sí, mi señora.

—¡Las demás, tomen su armamento y correrán por toda la playa!

***

—Volvieron— Bjorn le palmeó el hombro.

—Gracias a los dioses que está bien— sonrió Eyra—. Ve a recibirla.

—Vamos— la tomó del brazo y la condujo. Lagertha abrazó a cada uno de sus hijos.

—Ve a confesarle tu amor— dijo Eyra—. No te prives de ello, quizá muramos en batalla.

Bjorn corrió al encuentro de la esclava. Sonrió con cierta melancolía al ver la declaración de amor, al saber que se correspondían los besos, ella no había sentido el flechazo con alguno de los tantos hombres con quienes la comprometieron antes. Elin le apretó el hombro, en señal de solidaridad, ya llegaría el momento, por ahora debían encomendarse a los dioses. Sigrid acompañaría a su hermana a los saqueos. Todos subieron a los botes. Ragnar encabezando la marcha. Los cuatro, Rganar, Lagertha y sus dos hijos en un mismo barco, con su séquito; Brenda, Inga, Sigrid y Kaira remaban junto a los hombres de Ragnar, Kaira y Elin hablaron en tierra que harían relevos si alguna se cansaba, pues ambas eran manos derechas de Eyra, una por su amistad y la otra por la protección. Lagertha le aseguró a Sigrid que la mantendría informada de todo lo que se hablara.

Ragnar habló con su esposa y sus hijos escucharon, lo que el adivino les había dicho sobre el destino de Athelstan, que estaba vivo, cuando el rey Horik les había asegurado que fue un traidor que yacía muerto. Ahora dudaban más del rey. Eyra ya no sabía si podía confiar en él, si se puso de acuerdo con alguien más, de dentro o fuera de su círculo para traicionar a su padre. Cuando Ragnar fue a otra parte del barco, pidió a Elin que supliera a Kaira en los remos para comunicarle sus impresiones.

—El rey Horik apenas y sale de su campamento— dijo Kaira viendo de reojo mientras comían.

—Y no deja de vigilar a tu padre— dijo Inga.

—Vamos, ya comenzó a cuestionarlo— dijo Elin.

—Ragnar hace política a su modo y el rey Horik es de mente cuadrada, ¿qué esperaban? — inquirió Eyra al acercarse.

—... porque es lo sensato— dijo Ragnar—. Bueno, yo... desafortunadamente, es muy tarde para hacer que Torstein regrese.

—Deberías haber hablado con nosotros— dijo Lagertha—. El rey Horik tiene razón.

—Intentaré recordarlo la próxima vez, Jarl Ingstad.

—No habrá próxima vez, Ragnar, a menos que aceptes que no volverás a hacerlo sin consultarme antes— dijo el rey Horik—, porque tú y yo no somos iguales. Entonces, ¿qué propones ahora?

—Esperar.

—¿Para qué?

—Lo inesperado.

—Déjame decirte qué esperar. El rey Egbert enviará a alguien para engañarnos o un ejército para aniquilarnos.

—Eso salió bien— dijo a Rollo.

—¿Eso crees?

—¿Qué, tú también, Eyra?

—No, yo te entiendo.

Volvió el mensajero seguido de los sajones, al bajar de su caballo, mostró su espada y la puso en el césped. El muro de escudos seguía. A la cabeza, el rey Horik y sus padres. Eyra solo tenía cerca a Kaira y Floki, Bjorn y Rollo también yacían cerca, expectantes a lo que pudiera pasar. Se habló de intercambiar rehenes y el mensajero entregó algo muy valioso para la familia: la pulsera de Athelstan, aquella que su padre le dio, significaba que estaba vivo. Ragnar dijo que todos irían a la villa del rey Egbert. Los mensajeros partieron, gustosos con lo obtenido en esa pequeña negociación. Pronto se vieron acorralados por grandes redes que les cortaban el paso, Erlendur, Brenda, Inga y Elin, entre otros vikingos habían emboscado a los mensajeros del rey sajón.

El fin de la Era DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora