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—Olaf, querido amigo

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—Olaf, querido amigo.

—¿A dónde van tus guerreros?

—A patrullar fronteras. Dale una silla. No te sorprende que desconfíe de que los reyes acepten mi autoridad. ¿Quién podría confiar en Thorkell el Alto? Ha traicionado a todos, incluso a sus hijos.

—¿No fue tu esposa quien se machó las manos con la sangre de tu hermano para darte la corona? ¿O para ceñírsela ella? Después de todo, es hija de Ragnar Lothbrok, está acostumbrada a la grandeza, ¿acaso no se la has dado tú?

—Es una mujer muy culta, muy ávida, guarda tesoros de Frankia, Inglaterra, Hispania, ¿cuánta más grandeza podría desear?

—Tu elección fue una victoria sin sentido.

—Al contrario, muchos reyes ya se han sometido a mi autoridad, sino puedo poner al Azote de los dioses al frente de mis ejércitos, una vez más— se levantó y rodeó la mesa—. Claro que ahora debo poner un ejemplo en quien no lo ha hecho y someterlo. Thorkell, por ejemplo, sería bueno que él ponga a prueba nuestros límites y los traspase.

—¿Y Bjorn?

—Es alguien muy especial.

—¿Y yo? Ya no soy importante, no tengo reinos para que conquistes. ¿Por qué no me matas?

—Solo espero el retorno de Eyra, le corresponde a ella vengarse de los hombres que la lastimaron, ¿no te parece?

***

—¿Y eso cómo te hace sentir?

—¿Acaso no fue Ragnar quien le propuso a Lagertha que fueran dos esposas?

—Se rehusó.

—Eso me dijo tu hermano.

—Esa mujer me da un mal presentimiento.

—No estoy celosa, si es lo que te preocupa.

—Sé que eres una mujer diferente y por eso te admiro.

—Tú eres admirable...

—¿Bjorn te dijo lo que pasó?

—No, lo deduje cuando pusiste al bebé a lado de tu madre.

—Aún estoy muy débil para viajar a lado de mi esposo.

—No te despediste de Ubbe y Torvi.

—Ella y yo nos distanciamos cuando la bautizaron como cristiana. No sé si te han hablado de eso, pero he admirado a dos mujeres cristianas porque se plantaron ante nosotros con el valor y coraje de una mujer escudera— sus ojos se cristalizaron al recordar aquello—, guardo vestidos de cada una, vestidos que me consiguió Halfdan en los saqueos en Hispania. No he concebido el abandono de nuestros dioses, por eso se me hace extraño, primero mi tío, luego mi padre y ahora ella.

—He visto que usas todos esos colores.

—Me gustan, son hermosos, también trajimos comida y joyas, me gusta aprender de todo lo que se me presente, pero no dejaría de creer en Freya, aunque hace tiempo que me abandonó.

—No digas eso, seis hijos es mucho, Bjorn hizo una broma, en privado, sobre si ya no conquistaban tierras— ambas carcajearon—. Tienes mucha fuerza si eres capaz de dar tanta vida.

—Pronto tú también compartirás esa dicha— sonrió mientras se acomodaba mejor en la cama.

***

—¿Qué significa esto? — inquirió Halfdan viendo la bandera.

—Cuéntale al rey Halfdan lo que viste.

—¿Cómo eran los invasores?

—Eran hombres raros de habla extraña, vestían pieles e iban a caballo. ¡Llegaron y se fueron como fantasmas!

—No son fantasmas.

—Son extranjeros que reclaman nuestra tierra— dijo Olaf—. Un día volverá, no como saqueadores, sino con un ejército.

***

—Estoy embarazada y estoy casada con un semidios— dijo Gunhild—. Tú también, así que no me hables de celos humanos, las preocupaciones triviales y repetidas de la humanidad. Creía que estabas por encima de eso, que eras un espíritu libre.

—Admiro la madurez con que has aceptado la decisión— sonrió Eyra a su lado, sentada en el trono cuando la esclava marchó—. No así, no la quiero cerca de mí.

—No hará falta, ella tampoco se ve feliz de verte aquí.

—Que no se preocupe, en cuanto me recupere, marcharé de aquí— pero su cuñada volteó a verla con pesar, porque la palidez no abandonaba su cuerpo.

El fin de la Era DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora