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—¡Yo voy a ir contigo!

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—¡Yo voy a ir contigo!

—Aún no te recuperas.

—No pienso discutir contigo, Ironside, mi mejor amiga está desaparecida y debo saber qué pasó con ella.

—La traeré conmigo, si es que está viva.

—No te atrevas a dudarlo— espetó Sigvold.

—Ni siquiera ustedes están seguros, la vieron por última vez en batalla.

—Promete que mis padres volverán contigo, a salvo— suplicó Aren.

—Haré todo lo que esté en mi mano.

—¡No! Harás mucho más que eso, de lo contrario, los dioses te abandonarán— espetó Kaira clavando su hacha en la mesa.

—Sigvold, Viggo, Aren, Thorun, quiero que venan conmigo.

—No lo tienes que pedir— dijo Viggo al ponerse de pie.

***

—¿Te apetece el hígado de caballao? Es sagrado para la diosa Freya.

—Lo sé, mi mujer lo come todo el tiempo— dijo Halfdan—. Gracias.

—¿Tienes sed?

—No sirven aguamiel donde me he estado quedando.

—He pensado en las suertes contradictorias— dijo Olaf—. Si es cierto que las normas manejan nuestro destino, ¿qué las hace tomar sus decisiones? ¡Te quité el reino! ¿Es arbitrario? ¿O hay algo que sea la razón de todo? Nosotros, por ejemplo, ¿seremos castigados por nuestro orgullo? ¿Por dar por sentados a los dioses? ¿Tenemos el destino que merecemos?

—Quizá tengas razón.

—¡No es una discusión! ¡Eres mi prisionero, estás a mi merced! ¿Acaso lo mereces?

—Tal vez era algo preparado para Harald y me tocó a mí cuando traté de ocuparme de sus tierras.

—¿Entonces no tiene nada que ver conmigo?

—Me encontraste muy malherido en el campo de batalla— espetó Halfdan—. Si me hubieses dejado morir allí, ¡claro que esto sería distinto! Pero ha pasado tanto tiempo y no sé dónde está la reina Eyra.

—Cuesta creer que los dioses jueguen con nosotros para divertirse.

—¿Encuentras placer en verme sufrir por Eyra? — se burló—. Por supuesto que sí.

—El dios cristiano destruirá a nuestros dioses.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Lo presiento— exclamó Olaf—. Pero no antes de que yo llegue a salvo al Valhalla— Halfdan dejó caer su pieza de pollo antes de seguir burlándose de su anfitrión y girar la vista alrededor—. Aunque sigo pensando si tengo que matarte o no. ¿Importa?

—A mí sí— gritó al intentar pararse, pero los guardias los sacaron de ahí a rastras.

***

—Mi rey...

—¿Halfdan no se molestará si te escucha?

—Eso se lo preguntarás cuando lo encuentres— sonrió Kaira al abrazarlo—. No quería que te fueras sin despedirnos.

—Te recuperarás— dijo Bjorn.

—Nos encargaremos de ello— dijo Gunhild al tomar el brazo de la pelinegra.

—Volveremos— Viggo la volvió a besar, con delicadeza.

—Recupérate, madre— la reverenció Thorun—. Te necesitamos en el campo de batalla.

—Llévale un vestido, no quiero imaginarme lo que le haya pasado— Bjorn lo aceptó y la pelinegra marchó, algo le habían dicho los dioses y no se lo quería comunicar.

—Vámonos— ordenó Sigvold.

***

—Si no fuera por ti, Canute, hubiera muerto.

—No me ordenaron matarte.

—¿Qué puedo ofrecerte para que me traigas noticias sobre el paradero de Eyra?

—Siempre quise ser rey.

—¿Un rey?

—¿Te lo imaginas? ¡El rey Canute! — exclamó luego de ponerse el mantel como capa y la cazuela como corona.

—Claro, un rey. Te podría hacer rey.

—¿De verdad?

—Lo juro.

—Yo juro que mientes, no tienes poder, solo palabras.

—¿Eres filósofo?

—Soy más del tipo práctico.

—Vamos, no te pido que me liberes, solo necesito saber que está bien.

—¿Quieres más guisado?

—Creo que esperaré hasta que esté por morir.

—Bueno, no se enfriará— se encogió de hombros, el rey se rindió ante la negativa de su visitante—. Parece que Bjorn Ironside ha llegado con una gran flota— dijo Canute ya en la puerta, sus ojos se iluminaron al escuchar de su mejor amigo y su temperamento cambió al saber lo último—. Posiblemente venga por ti, o tal vez solo por la princesa Eyra, ¿quién no querría estar con esa hermosa mujer?

***

—Siéntense— ordenó Bjorn.

—El rey Halfdan sigue vivo.

—Pero el rey Olaf puede ejecutarlo en cualquier momento.

—¿Y Eyra? — inquirió

—Nadie la ha visto.

—No parece haber lógica en sus acciones.

—Confíen en mí— dijo Bjorn—. El elemento sorpresa jugará a nuestro favor.

—¿Se quedarán con nosotros? — dudó Viggo.

—¿No sería mejor...?

—No, no sería mejor. Créanme, es cuestión de confianza.

El fin de la Era DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora