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—Me pregunto, si al menos sabes, hermano por qué te he traído

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—Me pregunto, si al menos sabes, hermano por qué te he traído.

—Sí.

—Más alto, no te oigo.

—Sé por qué. Maté a Lagertha.

—¿Cómo?

—Maté a tu madre, Bjorn.

—¿Por qué?

—Creí que era Ivar, creí que ella...— no lo dejó terminar, pues propinó una bofetada—. Creí que Ivar venía a matarme— otro golpe.

—¡No me importa qué creíste! ¡Estar borracho no es excusa de nada! ¡Mataste a mi madre! — gritaba Bjorn con toda su cólera. Eyra se aferraba a mantenerse en el trono, inmóvil, aún estaba dédil, pero no podía perderse eso—. ¡Mataste a la escudera más famosa del mundo! ¡Tú! Hombrecito triste, patético y trasnochado.

—¡No merecías ni besarle los pies! Y no eres digno de que te llamen hijo de Ragnar— gritó Eyra desde su lugar, con tono y mirada despiadada, tomó el hacha de Kaira en espera de que su hermano se quitara de en medio.

—Yo...— no podía ni levantar la cabeza por tanto golpe que le daba el rey.

—Cuando mataste a mi madre, también mataste una parte de mí. Y debes entender... jamás te perdonaré.

—Lo sé. Y es cierto, Bjorn, soy un triste despojo de hombre. He arruinado mi vida y lo que quieras hacerme... incluso quemarme vivo... lo aceptaré. Porque lo merezco. A diferencia de Ubbe, Eyra y de ti, nunca fui motivo de orgullo de nuestro padre.

—¡Hvitserk es culpable! Escucharon su confesión— exclamó antes de volver a su trono y tomar la mano de su hermana—. Mañana decidiré un castigo para ti.

—Es todo, debes descansar— ordenó Kaira al guardar su hacha y tomar la mano de su reina para llevarla a sus viejos aposentos, donde la esperaban sus hijos. Pronto se acostó, Gyda puso a los más jóvenes, recargados en el vientre de su madre, la reina comenzó a llorar con desesperación.

—Será mejor que te los lleves— dijo Einar.

—Ya perdí dos bebés y ahora a mi madre.

—Ahora está con los dioses, disfrutando de la compañía de tu padre, de mi hermana, de mi hija, de Siggy.

—Eso no me ayuda, la necesito aquí conmigo.

—Todos, algún día, iremos al salón de Odín.

—¿Qué hace un hombre? Pelea y protege a su familia. Debes liderar con la cabeza, no con el corazón. ¿Puedes hacerlo?

—Es un dolor interminable.

—Creí que dormías.

—No pude, incluso desperté a mis hijos.

—¿Cómo te sientes?

—Horrible, ya es el segundo que pierdo, ¿sabes? Cuando me encarcelaron que perdí al primero, ni siquiera se lo dije a Halfdan o que estaba embarazada.

—¿Y crees que Freya no se lo haya dicho ya?

—Espero que no, así me puedo llevar yo el dolor a la tumba.

—¡No! Tú no hables de eso.

—Subí a dejar a mi hijo, pero desee tanto quedarme ahí a su lado— lloró en silencio—. Me necesitas, ¿no?

—Más que nada— no dejaba de ver el fuego—. Ahora que perdí tres cosas: a mi hijo Hali, la corona de Noruega y ahora nuestra madre.

—¿Estás molesto conmigo?

—¿Por qué debería estarlo?

—¿No sientes que te he traicionado?

—Prometiste sobre tu collar sagrado jamás hacerlo y yo confío en ti.

A la mañana siguiente, luego de no poder dormir en toda la noche. Ambos reyes prescedían la ejecución. La gente empujaba, escupía y maldecía a Hvitserk. ¿Cómo no hacerlo? Lagertha era la mujer más famosa de su tiempo. Los grandes del pasado se quedaban en el camino y nadie estaba preparado para ese cambio. Bjorn usaba su tan acostumbrada piel negra y Eyra el vestido rojo de su madre, no emitieron palabra alguna, solo esperaban al condenado. Gunhild creía que no era lo correcto y Kaira quería matarlo con sus propias manos.

—¡Enciendan el fuego! — ordenó Bjorn. Gyda, Egil, Daven y Einar dispararon las flechas en llamas. Los gemelos veían cómo se consumía el fuego, el condenado vio al cielo y sonrió verse aliviado de su dolor, el Valhalla lo llamaba. Bjorn dio la orden, Ubbe lanzó el hacha y se lanzó el agua para sacarlo de ahí—. Te salvé, ¿sabes por qué? Porque sé que morir te hacía feliz.

—Quizá creíste que los dioses admirarían tu coraje y te admitirían el Valhalla— escupió Eyra al empujar a su hermano y por fin encarar al asesino de su madre—. Pero no quiero que seas feliz, ni quiero que entres en el Salón de Odín.

—¡Quiero que sufras una muerte en vida, desterrado de Kattegat y de las zonas habitadas, condenado a morir en una zanja de algún bosque perdido, completamente olvidado, infeliz, insignificante e indigno de ser recordado! — gritó Bjorn al tomarlo del cuello de la ropa para obligarlo a verlo a los ojos—. Como una pulga en el lomo de una oveja.

—¡Llévenselo! — espetó Eyra al empujarlo, luego de que su hermano le escupiera en el rostro.

—El invierno lo matará— dijo Ubbe.

—Ese es su problema— dijo Eyra con odio. Hizo una señal con la cabeza para que sus hijos se reunieran de nuevo con ella.

El fin de la Era DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora