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—¿Y tú?

—Jamás me había sentido tan vivo.

—¿No te hirió?

—No, ¿a ti?

—Estoy bien, cariño— Halfdan por fin la abrazó.

—Debemos recuperar fuerzas— la llevó de la mano.

—¿Dónde están los demás?

—A salvo.

—Tienes un corte, vamos adentro para curarte.

—No duele, tranquila.

—Sé que es leve, pero tú me ayudaste a sanar después de París.

—No se compara— se quitó la armadura y remangó—. ¿Lo ves?

—Anda, no me toma mucho tiempo.

—Con cuidado— intentó quitar el brazo.

—¿Ves que sí te duele? — se rió.

—Eres muy brusca.

—No aguantas nada.

—Lo presionaste a propósito.

—Estoy ansiosa porque los niños escuchen los gritos de batalla.

—Serán grandes guerreros, ya lo verás. Ahora, comamos.

—Siempre tienes hambre.

—Cocinas muy rico.

—Hay otra cosas que me quedan deliciosas.

—No me queda duda— atrapó sus labios con delicadeza. Ella soltó los trapos y el cuenco de comida y envolvió su cuello entre sus brazos, pero él no avanzó, sino que la atrajo hacia sí, para que se recargara en su pecho, la abrazó con tanto cariño, ella soltó un suspiro, casi como si se quedara dormida. Disfrutaron de ese momento juntos, a solas, solo en compañía del otro.

***

—No aceptarán el trato— dijo Bjorn.

—Eso ya se veía venir— dijo Kaira.

—Tenemos que luchar— dijo Ubbe.

—Debemos luchar— puntualizó Eyra.

—Al final, todos luchamos por el legado de mi padre— dijo Bjorn.

—Todos creíamos en él— dijo Eyra.

—Y todos hemos llegado a entender cómo un joven agricultor de Noruega arriesgó su vida para explorar el mundo, para que nuestro pueblo pueda cultivar— dijo Bjorn—. Ese era el propósito de su vida. Era la ambición de su vida, quiero que lo logremos.

—Si Ivar gana, los sueños de Ragnar se irán— dijo Eyra.

—No podemos permitir que eso pase— dijo Sigvold.

—Hay que prepararnos— dijo Elin.

—Parece que la solución es simple, ¿no? — dijo Ubbe.

—No podemos dejar a Kattegat totalmente expuesto— dijo Lagertha—. No sabemos los planes de Ivar. Creo que deberíamos enviar un número considerable de guerreros para defender la ciudad.

—No, tú no sabes lo que vi— dijo Bjorn—. El número de francos.

—Los dioses ya han decidido el resultado de esta batalla— dijo Halfdan y un escalofrío recorrió a su esposa. Todos enmudecieron ante aquello. Se preparaban para una nueva batalla, Eyra quiso acompañarlo, pero él no lo permitió, se perdió entre los árboles a afilar su hacha y pronto escuchó su cantar, el cual se mezclaba con el de su hermano, la princesa sabía lo que significaba, Sigvold, Gisli, Einar y Viggo se unieron a su señor.

—Tenía mucho que no cantabas.

—Creí que te unirías a nosotros.

—Es tu canción con tu hermano, no me entroemetería.

—Eres parte de la familia.

—Lo sé.

—No temas.

—Dame un beso— él obedeció, tomó sus mejillas y le dio un delicado beso.

—Vamos a la batalla.

Los tambores sonaban, ordenaron lanzar las flechas. Eyra ordenó a Sigvold que no se alejara de su señor. Tenía un mal presentimiento, así que él ordenó a Kaira no separarse de su señora, ese presentimiento podría ir en ambas direcciones y sabía que ambos lamentarían perder al otro. Por ese lado, el matrimonio agradecía no haber llevado a su hijo, para que no viera como su tío Harald amenazaba constantemente la vida de Halfdan. Elin derribó con facilidad a Hvitserk, quien se sofocó en el suelo. Gisli la devolvió a la realidad para que siguieran peleando. Viggo acompañaba a ese joven matrimonio al no tener a su esposa cerca. Entre los mismos amigos creció el temor.

En realidad no importaban sus posiciones, en el campo de batalla podrían separarse, ser heridos, morir, pero nada de eso importaba cuando la amistad, lealtad y amor era inmenso. Tanto el séquito como las doncellas avanzaban con feracidad apra proteger a sus señores. Eyra se manchaba el rostro y el escudo con la sangre de sus enemigos. Halfdan, de nueva cuenta usaba sus hachas, ahora no intercambiaban armas. No iban juntos. Halfdan yacía extaciado, avanzaba sin flaquear ni un segundo, los escudos no eran impedimento, sabía proceder sin problema.

Pero se veían superados en número, antes de que lo alcanzara, Sigvold hirió en la pierna a Harald y ayudó a su amigo a salir del campo de batalla. Kaira hizo lo propio con su señora, hirió a todos los que se acercaban y Viggo la sacó de ahí ilesa. Gisli y Elin cortaban cabezas y esas mismas las usaban como armas para hacer que otros cayeran. Escucharon el grito de Torvi, mas nadie llegó a tiempo, Guthrum había caído en su primera batalla. Torvi había perdido a su hijo mayor, se inclinó sobre él a verlo y fue Einar quien la protegió de quien fuera, una madre debía darle un último beso a su hijo. Ya eran muchos los que caían a cada segundo que seguían en esa ardua batalla.

No podían seguir así. Todos lo sabían, solo esperaban el momento en que sus líderes gritaran la victoria. Ivar todavía tenía un ejército de reserva, la ayuda de Rollo les había sentado de maravilla. El Valhalla aguardaba, estaban más que listos para ir, pero a qué costo. Cada uno defendía sus ideales, creencias, cada uno tenía un motivo para ir a la batalla ese día, se habían olvidado de los lazos fraternos y sanguíneos, ese día nada más importaba que el egoísmo de ir a la taballa. Bjorn dio la orden a los arqueros, para tratar de darles cierta ventaja, ordenaba la matanza de todo aquel que se considerara enemigo. Pero como predijo el vidente, la muerte de Ragnar solo traería calamidad y los dioses llorarían ver tanta calamidad.

—¡Retirada! — gritó Bjorn con todas sus fuerzas, Ubbe fue el primero en seguirlo. Einar empujaba a Torvi y Lagertha fuera de allí. Sigvold ordenaba a Halfdan, quien seguía buscando a Eyra, pronto los alcanzaron Gisli y Elin, al último y dando trompicones, Viggo, Kaira y la princesa Eyra.

—¡Marguerethe! ¿Dónde están mis hijos? — cuestionó Torvi.

—Thorun— exclamó Kaira.

—Madre— le brincó encima.

—Tomen sus cosas— ordenó Eyra—. Debemos abandonar Kattegat.

—No queda tiempo— dijo Halfdan cargando a sus hijos.

—No pierdan tiempo— dijo Elin aventando todo al cofre de su señora, la prioridad eran las cosas de los más jóvenes.

—¿Que ha pasado?— dudó Aren.

—Perdimos— fue lo único que dijo Gisli. Fue suficiente para que los mayores se movilizaran, temían porque jamás habían escuchado nada de una derrota.

El fin de la Era DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora