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—¡Ah! — se esforzaba Torvi

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—¡Ah! — se esforzaba Torvi.

—Esto está tardando demasiado— se quejó Ubbe.

—Y podría tardar mucho más— habló Eyra al entrar.

—¿Qué problema hay?

—El bebé está en una mala posición— dijo Gunhild.

—Entonces no podrá parir de forma natural— dijo Kaira, se alejó de la conversación para hablar con la futura madre, quien no dejaba de llorar.

—He venido a rezar por la mujer y el bebé.

—Adelante, por favor— dijo Eyra.

—¿Para qué es eso?

—Tal vez tenga que abrirla para quitar al bebé— dijo Gunhild.

—Dame tu mano— le sonrió Eyra.

—¿Morirá? — lo cual solo aumentó el llanto de Torvi.

—No dejes de verme, ¿de acuerdo?

Aún no, mi amor— sollozó Torvi.

—Tu bebé va a estar bien, tú vas a estar bien— dijo la reina, aunque sus ojos yacían cristalizados. Kaira la aferraba a que siguiera recostada, así que Torvi la jalaba de los brazos y el cabello. Ubbe no podía soportar los gritos.

—Ya viene— dijo Gunhild.

—Ahora, comienza.

—Puedo ver la cabeza.

—¡Sigue así! — ordenó Kaira.

—Ya está aquí— suspiró Gunhild al entregarle al bebé.

***

—¿Quiénes son estas personas? — cuestionó Bjorn al ver la bandera.

—Rus, la misma gente que conocimos en Kiev, la misma gente con que está Ivar.

—¿Qué significa? ¿Por qué vinieron a saquear aquí? — inquirió Ingrid.

—Ivar ha conseguido el ejército para arrebatar Kattegat a mi hermano.

—Exploraban la zona, prueban nuestras defensas— dijo Bjorn—. Mi hermana tiene razón.

—He oído historias de los Rus, es un reino inmenso, con muchos recursos. Enormes ejércitos. Tal vez planean invadir toda Escandinavia.

—Con el conocimiento y la ayuda de Ivar— dijo Bjorn.

—Qué complacido debe estar, de pensar que volverá y triunfará— espetó Kaira.

—No podemos resistir la invasión de un enemigo tan poderoso.

—¡Igual debemos resistir! — exclamó el rey golpeando la mesa con su puño—. No moverán sus ejércitos en invierno. Tenemos hasta la primavera para decidir qué hacer.

—En el fondo, ya sabes qué debes hacer— dijo Gunhild al pararse a lado de su esposo, luego se giró a su cuñada—. Eres la reina de toda Noruega, debes hablar con él.

—Solo dices eso por tu historia— escupió Ingrid.

—¿Disculpa? — se molestó Eyra. Se paró frente a la segunda esposa de su hermano, aquella que no la respetaba siquiera.¡Que rápido se olvidó de que fue esclava!

—Todos sabemos que Harald pidió tu mano— dijo Ingrid luego de recortar a Gunhild con la mirada.

—El rey de Noruega es mi esposo, Halfdan el Negro— dijo Eyra, con la cara dura, no la podía correr de ahí porque tenía tanto derecho como Gunhild de permanecer en la reunión.

—Con todo respeto, ¿qué otra pelea puede haber? Kattegat no resistirá a los Rus.

—Tienes razón— dijo Bjorn—. Gunhild también tiene razón, hermana, no te pediré viajar, aún estás muy enferma, pero mandaremos emisarios para que tu esposo venga aquí. ¿En qué creen los Rus?

—Son cristianos. Creen en un dios cristiano.

—Entonces, no pelearemos solo por nosotros, ¡sino por nuestros dioses! Y con la ayuda de Odín, debemos triunfar— dejó su hacha en la mesa—. Aunque parezca imposible.

—Einar, sé cuánto amas a mi hija, pero tienes que ir a hablar con tu señor— dijo Eyra—. No, Gyda, no vas a viajar.

***

—¡Einar! — se levantó de su trono y fue a saludarlo, Viggo y Sigvold también imitaron su acciٖón—. ¿Dónde está la reina? ¿Por qué no ha vuelto?

—Ella no quería que se lo dijese, pero perdió otro hijo, está muy enferma para viajar.

—¿Entonces por qué estás aquí y no con mi hija?

—Los hijos de Ragnar Lothbrok temen que Kattegat sea atacado por un nuevo enemigo.

—¿Qué clase de enemigo?

—Son los rus y debes entender lo poderosos que son— dijo al mostrarle el banderín, Viggo mostró el que ya les habían hecho llegar—, la amenaza que representan. Se aproximan los Rus.

—Debemos ir, tu familia está allá— dijo Sigvold—. La reina está muy enferma para combatir y querrá hacerlo si la batalla es ahí.

—Entonces hay que traerla a aquí, la batalla, claro— dijo Halfdan al poner el hacha en el cuello de su hombre—. Pero no vuelvas a hablar así de mi mujer, no hables de ella como si no me interesara.

—Sí, mi señor.

—Bien, necesitamos ayuda— dijo Halfdan a Einar—. Dile a Bjorn que traiga a sus guerreros aquí, no dejes que Eyra venga, Viggo, hay que mandar emisarios a los reinos vasallos.

***

—¿En qué está pensando? ¿Qué ha pasado desde mi partida?

—No lo sé, fue extraño, jamás lo había así.

—¿Qué viste, Einar?

—La forma en que Sigvold habló, nunca lo habíamos escuchado hablar así y el rey explotó en celos.

—Pero Sigvold le es leal.

—A ti, no a él.

—¿Y por eso me prohíbe viajar? ¿Para que no lo vea?

—No, perdóneme, pero no pude mantener mi promesa y le he dicho de su estado de salud.

—Era la voluntad de los dioses— le dijo con pesar, pues no quería preocupar a su esposo.

—Ha llamado a los reyes y Jarls para que se unan a él, pero en la capital.

—Igual tendrían que pasar por aquí.

—Espera a que se recupere para que por fin se reúnan.

—Ansío el día en que los dioses me doten de nuevo con salud— sonrió la reina con ternura—. Ve con Gyda, seguro aguarda tu regreso.

—Gracias, mi señora.

El fin de la Era DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora