La perlita morada se había roto por la parte de abajo, así que tuve que sacar la mitad de las perlas de la pulsera para reemplazarla por otra. Abrí mi joyero y saqué un paquete de piedrecitas de colores que usaba para customizar mis chaquetas y pantalones vaqueros. Fui descartando las que no encajarían en la pulsera. Primero, una demasiado alargada; luego, otra de un color más rosado que morado y luego, otra demasiado pequeña. Tras remover un poco más, encontré una que era del mismo tono de morado que la otra perla morada de la pulsera y de la misma forma, aunque transparente, lo cual contrastaba con las demás, que eran todas mates.
- Es lo que hay, me dije a mí misma.
Metí la perlita por el hilo y, después, todas las demás siguiendo el orden de los colores del arcoíris. Cuando ya estaban todas, volví a atar ambos extremos del hilo y ajusté el nudo para que no se soltara. Volví a ponérmela en la muñeca derecha, extendí el brazo para ver cómo quedaba y, aunque estaba diferente, aún así, molaba. En ese momento, me fijé en el espejito de mesa que tenía al lado y lo acerqué para mirarme la parte de la clavícula, donde tenía el chupetón. No me dolía mucho, pero me daba rabia verlo ahí. Inevitablemente, se me volvieron a inundar los ojos de lágrimas y busqué en mi estuche un poco de corrector y una esponjita para cubrírmelo. Suspiré hondo y las palabras de Andy volvieron a resonar en mi cabeza: "Eres de esas a las que les gusta provocar con tus modelitos para que los tíos babeemos por ti". Por un momento, llegué a creérmelas, pero, obviamente, sabía que no era así. Yo no pretendía provocar a ningún tío. Eso se lo había sacado de la manga porque era un baboso de mierda. Tenía un malestar en el cuerpo que hacía que se me removiese el estómago. Y no sabía cómo contárselo a mi hermano y a mis amigos. Me daba miedo lo que pudieran pensar.
Entonces, el sonido del teléfono, que estaba en mi mesilla al lado de la cama, me despertó de mis pensamientos y fui corriendo a atenderlo. Vi que me estaba llamando un número desconocido, así que respondí un tanto tensa.
-¿Sí?
-¿Ash? Soy Dustin.
- Ah, hola, Dustin. ¿Qué...qué pasa?, pregunté mientras me secaba las lágrimas.
-¿Por qué estás en casa? Creíamos que estabas con Max.
- Es que me apetecía comer sola, no te ralles.
-¿Seguro? ¿Estás bien?
-¿Qué? Sí, sí, todo bien - dije tratando de poner un tono más alegre - Bueno, ¿qué querías?
- Tengo 1 buena noticia y otra mala. ¿Por cuál empiezo?
- A ver, ¿cuál es la mala?, pregunté, intrigada.
- Eddie no quiere posponer el Fuego infernal, así que tendremos que jugar sin Lucas.
-¡Hostia! Qué mal, ¿no?
- Sí, es una putada, así que nosotros 3 no podemos faltar.
- Ya, sobre eso...no sé si iré, la verdad, dije, cabizbaja.
-¿Cómo? ¿Tú tampoco vienes? ¡No me jodas, Ash!, exclamó él.
- Ash, no nos falles tú también, por favor, añadió Mike quitándole el teléfono a Dustin.
- No quiero fallaros, pero es que no tengo muchas ganas...
-¡Va, lo pasaremos bien, ya verás! ¡Es la batalla contra Vecna!, insistió Dustin.
Entonces, me lo pensé durante unos segundos. Era una friki de la moda, pero también de la fantasía. Llevábamos meses preparándonos para la batalla final y, además, Lucas no podría estar con nosotros de ninguna manera. A mí, sinceramente, no me apetecía nada más que quedarme en casa tranquilamente después del susto que había vivido, pero veía que mis amigos me necesitaban. No sólo los de siempre, sino también Eddie y los demás chicos del Fuego Infernal. Si no iba, se iría todo a la mierda. Así que, suspiré hondo y cedí.
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Érase una vez en Hawkins - Stranger Things
Teen FictionHola, soy Ashley Harrington. Nací en Hawkins, un pueblo de Indiana. Os voy a contar la aventura que viví junto con mi grupo de amigos: Mike, Will, Lucas, Dustin, Once y Max, en la que nos enfrentamos a las oscuras criaturas del Mundo del Revés. Todo...