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No me cabía en la cabeza como, Amanda Kaye, la mujer que me había echado en cara la muerte de una de sus hijas, la que me juró un odio y hasta desconocimiento de mí persona, la que no me dirigía la palabra y que repudiaba el haberme unido al Cinco-0, tuviera la entereza de culparse así como así, sin siquiera resistirse a que las manos de los militares apresaran sus brazos con una fuerza tremenda. Mi madre no se detuvo ni para dedicarme una mirada arrepentida, lucía como si su conciencia estuviera tranquila con su situación y que, sobre todo, no le dolía haberme hecho pasar por el tormento de la culpa y del martirio que me provocó.
Aun estando afuera, me sentía como si el mundo se estuviera cerniendo a mi alrededor, el aire faltaba en mis pulmones, mi vista, a pesar de haberse recuperado, apreciaba los colores mucho más vivos que de costumbre.

Me detuve cuando vi salir a mi papá con la cabeza gacha. En cuanto nuestra mirada se hubo conectado, su expresión me dijo muchas más cosas de las que pude soportar.

— Tú sabías— murmuré, aunque los presentes entendieron y escucharon eso a la perfección. El hecho de escrutar a Jonathan Kaye me dio a entender aquello.

— Ella tomó la decisión, hija— comenzó él al tiempo que daba un paso al frente, mismo paso que yo retrocedí—, estuve a punto de decírtelo pero el general terminó el receso y... ¿A dónde vas?

A ese punto yo ya llevaba unos dos metros de ventaja a mi papá y a los demás. Oí a alguien trotar detrás de mí, y a sabiendas de que Mason Kent era el que me seguía, me detuve para girar y pedirle a mi amigo que me dejara sola, que me dejara en paz para pensar y resolver lo que tenía en el cerebro, que ya de por sí era demasiado, si no me daban el espacio necesario, probablemente terminaría llorando en alguna esquina y sin saber qué más pasaría.
El militar me dio un abrazo rápido y luego, con un beso en la frente a manera de despedida, me soltó para que encontrara un camino, aunque no lo hice, a decir verdad.
Anduve por un rato en la playa, luego pasé por el Palacio Kamehameha, incluso había comprado un raspado de la tienda que pertenecía a Kamekona, y continué con un rumbo no planteado.

No sabía que debía hacer, mucho menos qué era lo que debía pensar. Ese movimiento de mi madre me había dolido, o quizá me había aliviado porque me dio la paz como para saber que los sucesos con mi hermana no eran del todo mi culpa, sin embargo, me lastimó que, aunque ella supiera toda la historia con Jenna, me tratara peor que a la basura sin siquiera darme la oportunidad de demostrarle que podía enmendar mis actos, o que, con el tiempo, podríamos recuperarnos de ese golpe tremendo que la vida nos había dado.

Otra cosa que me calaba en el alma era ver, desde otro ángulo, que Amanda Kaye, quizá no me quería como yo a ella, que de alguna forma tejió todo ese enredo solo para perjudicarme o hacerme fuerte, ¿así? ¿De esa forma tan cruel? Eso también estaba terminando con todas mis neuronas y pensamientos coherentes, ¿y si yo no era su hija? Si todo resultaba ser como mis conjeturas lo gritaban...no, quizá todo era una alucinación mental creada por mi misma para hacerme perder el piso. Mi propia mamá no podría hacerme aquello, y tampoco tenía sentido porque, cuando era una niña, jamás noté algo perturbador en su comportamiento hacia mi, y de nuevo aparecía la interrogante de no saber la causa de ese embrollo al que, a final de cuentas, ella me había llevado.

Cerca de la playa en la que estaba, había un bar al aire libre. Me encaminé hacia una de las periqueras que estaban colocadas del otro lado de la barra. Probablemente era estúpido beberse los recuerdos lo suficiente como para que la mente dejara de trabajar, pero era justamente ese efecto el que quería en mí: no tener que estar en la realidad en la que las cosas buenas se esfumaban en menos de lo que canta un gallo.

La barra de madera me recibió gustosa, con la idea de no hablar y de solo estar presente en la vida de cualquiera que se sentara frente a ella, y el cantinero de edad avanzada y voz rasposa, me dio la sonrisa que necesitaba en ese instante como para perder el poco autocontrol que había en mí.

RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora