Please, celebrate

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Mi cumpleaños.
El día había llegado acompañado de dolor por la reciente muerte del hermano de Danny, y yo no tenía idea de la forma en la que debía festejarlo, si es que lo iba a hacer, aunque probablemente no lo haría, de hecho, era algo seguro.
Apenas unas horas antes del amanecer había sido el funeral, con la presencia de los padres de Danny y Grace, además del equipo entero, y eso que solamente había sido una misa simple para despedirse pues el cuerpo de Matt estaba siendo repatriado para ser enterrado en Jersey, donde había nacido. Por eso mismo, el detective no estaba en la isla sino en su ciudad natal.
 
— ¿Bueno?— respondí adormilada, ya que el teléfono de casa había sonado y me había sorprendido por completo.

— Malo de hecho— solté un suspiro cuando la voz de Marcus traspasó el objeto, e hice el afán de colgar pero de nuevo siguió:—. Hey, abre la puerta.

— No estoy en casa.

— Te estoy viendo por la ventana, traes puesta la pijama de Bob Esponja, ¿no?— Viré los ojos un poco harta de no poder deshacerme de aquel hombre—. No me iré hasta que no salgas.

Apreté el botón rojo y, a regañadientes, hice lo que él pidió. Cuando estuve lista para recibirlo (que ni siquiera opté por ponerme otra cosa ni mucho menos cepillarme el cabello, solo respiré hondo y rogué por paciencia) me di cuenta de que Marcus no estaba cerca de mi hogar, de hecho estaba recargado en su camioneta, cruzado de brazos y con, debo admitir, una brillante sonrisa que resaltaba sus facciones. Él rió, luego sacó algo cuadrado del asiento del copiloto, cerró con su pie y avanzó hasta la puerta principal de mi hogar.

Éstas son las mañanitas que cantaba yo aquí, a mi ex la más bonita, se las canto feliz...

— Así no va la canción...

— No hables, interrumpes mi buen gesto de disculpa.
<<... Despierta, Charlotte, despierta. Mira que ya amaneció. Ya los pajarillos cantan, la luna ya se metió. ¡Bravo!>>

Pude mostrarme inapacible y como si no me importara, pero no me contuve. Y es que mientras Marcus cantaba con una alegría singular, también se dedicó a abrir una caja de tapa rosada que dejó al descubierto un pastel de chocolate en forma de calcetín, y eso me hizo reír a más no poder, aunque no sólo porque me causara gracia sino por las memorias que eso me trajo.
Lo admití ante él, había sido genial.

— Bien, sopla la vela— Caminé emocionada hacia la mesa del comedor donde el postre me esperaba. No cerré los ojos, en vez de eso, miré a mi compañero y, luego de eliminar el rastro de fuego, lo abracé y le agradecí—. Espera, falta lo mejor.

Mason entró a la casa con dos globos rosados, flotaban y rebotaban uno con el otro. Estaban amarrados a otra caja que esta vez era negra. Kent me recibió en sus brazos y me sacudió un poco, me felicitó y me hizo saber lo mucho que me quería, a la vez, nos separamos poco a poco para, finalmente, entregarme el regalo sorpresa.
Me sentía una niña pequeña, con las personas que tanto me habían dado sin siquiera saberlo, y es gesto tan despreocupado y tan lindo, me sacó una que otra lágrima de alegría que pasó desapercibida por el par masculino.
Me apresuré a romper la cinta que no dejaba abrir la caja, y al hacerlo, un portarretratos me dio la bienvenida: era una foto de los tres, la primera que nos tomaron estando afuera del hospital aquella vez en que retiraron mi yeso por la fractura provocada por Marcus; la puse contra mi pecho sin eliminar la sonrisa de sorpresa que plasmé. Debajo estaba una playera de Tom y Jerry que me coloqué de inmediato sobre la blusa de pijama, y al fondo tres libros que me hicieron demasiada ilusión, que en cierta parte me quisieron hacer llorar y sentir como una niña de nuevo.
Cumplir 32 me estaba llevando a aquel festejo de mis diez años.

Mason y Marcus habían dado en el clavo, no dudé en sonreír y abrazar mis regalos, pero me acerqué a ellos para agradecerles el bonito gesto.

— Bien, hice una reservación en un bar con karaoke incluido: la mesa del frente, bebidas ilimitadas y shots por tu cumpleaños, y adivina, temática de superhéroes, nuestro favorito—. Sonreí sin mirar a Marcus. No quería arruinar sus planes pero tarde que temprano debía hacer, y él noto la duda en mi rostro porque resopló al tiempo que se recargaba en la mesa del comedor—. No me digas que no vas a festejar como se debe.

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