I helped because I wanted

1.5K 86 2
                                    

De alguna forma, Steve McGarret se había enterado de que Adam nos había secuestrado a Joe y a mí, y aunque pronto nos vimos rescatados por el SEAL, eso no evitó que una incómoda y corta charla nos abordara dentro de las cuatro puertas de la Suburban azul que el jefe del equipo de Cinco-0 tenía.

—No me sorprende que estés haciendo esto, Joe, pero, ¿tú, Charlotte?— me encogí de hombros en mi lugar e hice una mueca que fue captada rápidamente por el conductor de la camioneta—, oh, y no me hagas esas caras. Se suponía que teníamos un trato en el que tu pasarías desapercibida en Hawaii, y estás haciendo justo lo contrario.

—Oye, hombre de la Marina, yo no pude hacer nada al respecto, era ayudar o mi cabeza en bandeja de plata, no es como si tuviera muchas opciones en realidad— respondí, haciéndome hacia el frente para poder ver directamente al de ojos verdes.

—Aún así no entiendo. Fueron secuestrados por Adam Noshimuri, el ahora jefe de los Yakuza, los saco del agujero pero se niegan a decir dónde está Hiro.

Me recargué en mi asiento, Joe White me miró por el espejo retrovisor y preferí evitar sus ojos, resoplé sabiendo lo que vendría y me crucé de brazos ya fastidiada por todo lo sucedido, sólo quería llegar a mi departamento y dormir hasta que las pequeñas bolsas debajo de mis ojos se borraran.

—¿Te diste cuenta que al sacarnos de ese agujero empezaste una guerra con los Yakuza?— inquirió el hombre de edad avanzada con una sonrisa torcida.

—No, Joe, t...ustedes lo hicieron cuando capturaron a Hiro Noshimuri, ¿sí? Ahora ellos piensan que lo asesinaron— respondió Steve al tiempo que pasaba su mano por su rostro como signo de irritación.

Harta de las falsas acusaciones hechas a nosotros me acomodé de nuevo entre el par de hombres y, apuntando con mi dedo índice a McGarret, lo enfrenté sin importar si Joe aprobaba que le dijéramos la verdad o no: —Ya basta, nosotros no lo asesinamos. Por si no lo sabias y por si nuestro sigilo no era obvio, tuvimos que ayudar a ese hombre a fingir su muerte.

—¿¡Qué!? ¿¡Por qué!?

—¡Creo que quedó bastante claro que no podemos decírtelo!

De repente, Steve golpeó el volante y acto seguido frenó la camioneta haciendo que casi me vaya de bruces contra la radio de la bonita Suburban azul que el SEAL conducía. Estaba enojado, muy enojado como para haberlo oído maldecir al mayor de los tres que, según sabia, era como un padre para él.

—Fui torturado por Shelbourne, ¡torturado!— Esta vez se dirigió a mí con mirada amenazante y enfadada—. Por Dios, tu hermana pagó con su vida. Merezco respuestas, ¡quiero respuestas, y las quiero ahora!

Estaba a punto de lanzarme sobre él y pedirle sin amabilidad alguna que dejara de mencionar a Jenna, pero la mano de Joe White en mi hombro tembloroso hizo que la furia poco a poco se disipara, así que respire hondo un par de veces, conté mentalmente hasta 30 y, con los brazos cruzados y echando humo por las orejas, me recargué por enésima vez en el asiento trasero.

—¿Sabes? Podría castigarte por ese comportamiento de insubordinación.

—Y tú sabes que ya no estamos en servicio y que ya no eres mi oficial al mando.

Un raro silencio se apoderó dentro de la cabina, donde lo único que se pudo escuchar fue como el mayor abría la puerta y se iba por un camino que a mí me resultaba desconocido.

—Vaya, tú sí que tienes tacto para soltar las cosas.

***

Después de haber tenido esa pequeña discusión con Steve McGarret y de salir molesta tras Joe White, me di cuenta de cuánto había extrañado mi cama. El ajetreo del plan que estábamos llevando a cabo para ayudar a Hiro Noshimuri me estaba dejando marcas de batalla que reconocían mi falta de sueño, y no solo por lo que el asiático me estaba casi obligando a hacer, sino por las pesadillas que casi a diario me atormentaban mostrándome a mi hermana con dos balas atravesando su cuerpo.

RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora