She's alright

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Había pospuesto el funeral de Jenna. Después de lo de mi madre, lo que menos me quedaban eran ánimos para a frenar la muerte y la resignación de que mi hermana ya no iba a estar conmigo de nuevo, sin embargo, después de la misión relámpago y de haber estado con el equipo, me di la tarea de continuar con el proceso tan triste, largo, y a la vez efímero.

Quizá habían pasado tres días y el papeleo era un desastre, pues el trámite para traer el cuerpo de Jennifer desde Corea tuvo que ser por medio de un intercambio, así como con el compañero de McGarrett, y él, además de Marcus y Mason, me acompañaron para recoger los restos de mi hermana, por eso, cuando todo estuvo en orden, no quería asistir a la ceremonia en el cementerio. ¿Estaba siendo egoísta? Si, no tenía miedo de expresarlo; no me importaba dejar solo a mi papá si eso significaba que yo iba a estar serena y sin rastro alguno de haber derramado lagrimas, empero, la voz tranquila de Kono y el apoyo emocional de Danny, me obligaron a dar ese paso tan terrible que había creído desaparecido de mi vida.
Mi cumpleaños también estaba cerca, siempre estaba al tanto de esa fecha por más tragos amargos que estuvieran envolviéndome, el problema es que las ideas sobre la posible celebración también me calaban en el alma, ¿podría yo partir un pastel y estar rodeada de casi todas las personas que amo mientras mi madre seguía en la cárcel y yo tenía días de haber velado a mi hermana?

***

Kono fue quien no se despegó de mí además de Steve. Ambas manos se ciñeron a las mías para no dejarme caer, literalmente, porque al llegar al cementerio después de la iglesia y ver el ataúd abierto con Jenna ahí, me partió el corazón e hizo que, al retroceder por la misma impresión que me causó ver a la ya fallecida por primera vez desde el intercambio con los coreanos, mi trasero chocara con el suelo a consecuencia de que uno de mis tacones se encajara en la tierra y se rompiera. Marcus traía un par de zapatos suyos que me quedaban enormes pero sirvieron para que mis pies no quedaran desnudos.

Mi padre estaba ahí a mi costado, con sus manos entrelazadas y una sonrisa pequeña que se mezclaba con las lágrimas largas y los no tan audibles suspiros que soltaba de vez en cuando, al contrario de mí que varias veces me levanté de mi lugar para tomar aire aún con la ceremonia en pie, y en esos instantes nadie me acompañaba, aunque no porque no lo quisieran sino porque yo lo había pedido; estar sentada con la expresión neutral me revolvió el estómago y causaba que mis pulmones jalaran mucho más oxígeno de lo regular y ni siquiera prestaba mucha atención a los rostros de los agentes, solo al padre de Josh, mi cuñado y quien ahora ya descansaba con mi hermana en su espíritu, felices y compartiendo la vida eterna que la muerte les daba.

De regreso en mi caminata final, vi cómo le entregaban la bandera doblada de los Estados Unidos a mi padre, que respondió con calma y también con los sentimientos a flor de piel, con su puchero instalado y el leve asentimiento de cabeza que le dio pie al agente para regresar a su lugar en la esquina del ataúd de Jennifer.

— Ya no va a sufrir más— susurró Jonathan Kaye sin mirarme a los ojos pero pasando uno de sus brazos por mi espalda—. Tu hermana, mi chiquita, ya está bien, con el amor de su vida, cuidándonos y...— Su voz se quebró y, con la pena y sin saber qué hacer, me envolví más en su brazo como cuando mi Jenna y yo escuchábamos los truenos de la lluvia y nos escondíamos en el cuerpo de nuestro padre. Él lloraba de una forma un poco más ruidosa pero sin ser escandalosa o todavía muy notoria—. Justo ahora siento que las tengo a ambas.

Mis lágrimas volvieron a hacerse presentes, esta vez con el calor del abrazo de mi papá y de la rara sensación de sentir a la propia Jenna que también nos cubría con sus brazos invisibles, que nos mimaba y nos decía que todo iba a estar bien, que íbamos a salir adelante. Como aquella vez en Japón y la captura de Wo Fat, al abrir un poco los ojos que escurrían de agua salada, vi el cabello castaño rojizo de Jennifer, pero no la actual sino, precisamente, la niña que jugaba conmigo y a la que le daba pavor la lluvia y sus sonidos estruendosos empero, al final, su gesto sonriente y amable me hicieron soltar un suspiro de incredulidad.

RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora