Amanda Kaye era conocida por ser una mujer risueña, con sentido del humor y gran apego por su esposo e hijas, por mi y Jennifer por igual. Decir que era sensible era mentir, porque era raro ver que algo le afectara en su vida, al menos en público o delante de nosotras; lo opuesto a Jonathan, quien la mayoría podría suponer que era un hombre duro solo por sus facciones toscas y gran estatura.
Jonathan Kaye tenía un corazón demasiado noble, con expresiones faciales siempre sinceras y a la orden de cualquier acontecimiento; bien podría ver un perro mojándose en la lluvia y pararía sin dudar para llevarlo a su casa, bajo los regaños de Amanda Kaye que probablemente le haría un escándalo con tal de que pusiera al animal en adopción o dejarlo dormir en el patio por más que la lluvia le hiciera daño, sin embargo, ambos se complementaban de forma idónea, sin tener más que extrañas discusiones que se resolvían en menos de un segundo, demostrándonos, a sus hijas lo valiosas que éramos para ellos, enviándonos siempre toneladas de cariño en forma de abrazos inesperados o apodos graciosos. La relación familiar era hermosa, y aun cuando estábamos atiborrados de trabajo y misiones secretas, el contacto era demasiado anhelado, cariñosamente desbordado a veces en solo minutos de poder llamarnos los unos a los otros, por eso, la noticia de que su hija mayor Jennifer Kaye había muerto, no le sentó para nada bien a la de cabello rojizo que, al verme, a su inquebrantable hija menor Charlotte en ese estado tan raro y deplorable, no pudo evitar levantarse y arrojar todo a su paso, incluyendo un par de vasijas de barro que estaban en la mesa de centro, en la que yo estaba sentada y que, por la impresión del grito que pegó mi madre, me alejé de inmediato solo para verla caer a la alfombra, con las manos en el suelo y luego en su pecho, llorando sin cesar y pidiendo a Dios que todo fuera una broma.
-¿¡Cómo pasó, Charlotte!?- exclamó ella, poniéndose de pie y sacudiéndome con fuerza.
Me había dejado sin palabras, con una mueca de puro dolor y los sollozos que probablemente escucharía todo el vecindario. Me dolía la cabeza y solo podía lamentarme, observando los sucesos a mi alrededor que pasaban lentamente, sintiendo cada punzada en el corazón por la culpa carcomiendo cada rincón de mí.
-E-ella...mamá...
-¡Sólo dime qué pasó con mí hija!
Retrocedí el paso que había dado, temblando me estabilicé y formulé de nuevo las oraciones en mí mente, aunque con mí boca existía el problema de que no podía emitir sonido alguno. Mí madre estaba furiosa con el mundo y no dudaba que conmigo también, me insinuaba a mí misma que quizá me odiaba, y eso que no tenía ni idea de lo que vendría después.
El llanto enfadoso de Amanda Kaye paró, ahí hincada en el suelo levantó la mirada y extendió sus brazos hacia mí, que lloraba y sollozaba en mi lugar, viéndola con un hoyo en el centro de mí cuerpo creado por las acciones de las que mí madre pronto tendría conocimiento; ella me observó, con sus relucientes ojos verdes de los que ni Jenna ni yo tuvimos el placer de ser heredadas, abrió su mano izquierda y la tomé, copiando su acción de estar en el piso y con el terror de su rechazo por sus orbes de agua verde que no dejaban de escurrir.
-Dime, Charlie- murmuró con pesadez-, dime por favor.
Ambas rompimos de nuevo en ese llanto lastimero que nadie en su vida quiere oír jamás, ese tipo de lamentos que te imaginas en las leyendas de terror y que te conmueve en las películas, en las que la muerte y la desolación son la trama principal.
Yacíamos abrazadas, con la cabeza aferrada al pecho de mí madre y con nuestros brazos alrededor de la otra.
Respiré hondo, aunque sin dejar de lagrimear constantemente, hipeando y sorbiendo por la nariz, con el puchero al máximo en nuestros rostros y evitando ver directo a los ojos acuosos de mi mamá.
ESTÁS LEYENDO
Revenge
FanfictionVengar a tu única hermana nunca había sido tan fácil y lleno de aventura. Con Steve McGarret como mi compañero y el equipo de la fuerza de Hawaii, nunca me iba a cansar de estar con ellos. Steve McGarret FANFICTION