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Me había levantado con tiempo de anticipación para el juicio familiar de Danny. Y desde las siete de la mañana, con una ducha y una vestimenta demasiado formal hasta para mí, porque quería impresionar al juez y al mismo tiempo sentirme segura de mí misma estando en la instancia de lo familiar.

Estaba desayunando huevos con tocino cuando el rubio llamó a mi celular, casi mordiendo cada una de sus palabras por la prisa que tenía, además de la intensa presión sobre sus hombros, respondí y terminé lo que hacía, yendo rápidamente a lavar mis dientes y retocar el maquillaje que llevaba. Tomé las llaves del auto y me dirigí al centro de Oahu, con los lentes oscuros puestos, cubriendo mis ojos del resplandor de un sol saliente del horizonte.

¿Estaba nerviosa? Probablemente, pero también tenía ese espíritu de amabilidad y amistad que había surgido para con el detective de Jersey, sabiendo que ese raro deber entre ambos tenía que cumplirse para apoyarlo, y porque yo también así lo sentía, así que forzado no era.

Estacioné y bajé del corolla rojo, viéndome en el espejo retrovisor y revisando que no hubiera algo fuera de lugar, acomodé el saco azul marino que llevaba, y de nueva cuenta miré mi reflejo en la ventanilla el piloto, sonriendo levemente y avanzando a paso firme hacia adentro del recinto. Y luego una mueca graciosa se apoderó de mi rostro, puesto que frente a mi estaba Steve McGarret, con Daniel Williams adelante de él, ajustando lo que parecía ser su corbata, con un semblante extraño y con sus ojos azules recorriendo cada centímetro del lugar, deteniéndose en mí y causando una severa incomodidad que solo sentimos él y yo.

- Eh, hola - saludé al par, quienes se alejaron inmediatamente el uno del otro y sacándome una risa corta -, espero no haber interrumpido algo.

- ¿Qué? - preguntó Danny, con voz tranquila pero con su confuso ceño fruncido.

- Esto no es nada - aseguró Steve, justo después del rubio, que viró los ojos y soltó un suspiro largo y lento.

- Gracias por estar aquí, me alegra que vengas.

- No es nada, si puedo ayudarte lo haré. Es lo mismo que tú has hecho por mí- espeté al detective, que sonrió de manera leve y se sentó en las sillas de espera que estaban fuera de la corte correspondiente-. Creí que no usaban corbata aquí en Hawái.

Steve bajó su mirada y luego puso su mano derecha en la prenda, sonrió sin mostrar los dientes y dijo: - No como mi amigo aquí presente, pero es una ocasión especial...además estoy en mi traje azul de gala. Si no llevo esto me harían caminar por la plancha.

- ¿Llamas azul a un traje negro? - cuestionó Danny, girándose de pronto a ver al comandante, que de igual forma nos dirigió una mirada rápida.

- Sé que es negro, pero nunca supe porque lo llaman así...ni lo sabré.

- Gracias por acompañarme, de verdad - comenzó el rubio de nueva cuenta, con sus orbes verdes pegados en la puerta que se estaba abriendo para nosotros.

- De nada, sé que harías lo mismo por mi.

Danny se levantó una vez que inhaló y exhaló, se paró totalmente derecho y se abrió paso entre las pocas personas que se atravesaron por su camino. Steve caminó apenas un segundo detrás de mí, y aun así, ese sentimiento extraño parecía no querer desaparecer de entre nosotros, sin embargo, eso quedó lejos de la mente del otro por el momento en el que estuvimos ya en nuestros lugares, apoyando a un buen amigo en común y a su causa como padre.

Daniel Williams me había llamado para acompañarlo en el día del juicio, y no es como que fuera a morir sino que, con los problemas entre Rachel y él, además del nuevo esposo de la mujer, querían llevarse a la pequeña Grace a Las Vegas, deseando vivir allí. Claramente, a Danny no le había parecido en absoluto esta idea de ellos, así que apeló para que la niña no se alejara de él sin su consentimiento.

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