El joven está de pie sobre las rocas del derrumbe que él mismo provocó. Era una lástima haber tenido que acabar con ese grupo de cazadores, en especial con ese chico del cual no recordaba su nombre, era un sujeto agradable, pero lo habían descubierto y no podía darse el lujo de ser arrestado, no ahora. Él debía encontrarla, y luego llevarla a un lugar donde los dos estuvieran a salvo.
Aún era primavera. Podía sentirlo en el aire, podía verlo en las mariposas que volaban de un lugar a otro, en las aves... en aquellas malditas bestias voladoras que se habían encargado de esparcir el virus.
Salió de su trance con un movimiento rápido de cabeza. Debía irse antes de que los cadáveres comenzaran a apestar. El sol ya los estaba calentando. Podía ver los paneles solares moverse para seguir a la gran luz, de un lado a otro, de este a oeste. ¿Por qué no se habían descompuesto ya? Después de tantas cosas que habían pasado con el mundo y esas porquerías seguían funcionando.
Estaba varado en el lugar que antes había sido llamado México, mucho antes del virus, aun antes de los bombardeos, incluso mucho antes de que la vida se volviera lo que era ahora.
Dylan tomó una respiración profunda, de la cual se arrepintió al momento, ya que el aire estaba impregnado del olor a putrefacto, no eran los cazadores muertos, no, esos cuerpos estaban frescos, ese olor provenía de algún animal o tal vez del cuerpo de algún nómada que creyó que encontraría la salvación en este lugar.
Caminó alejándose del desastre, con la distancia el olor se disiparía. Pensó en los refugiados, en aquellas personas que vivían bajo tierra ¿Los afectaría el olor? ¿Les haría daño en su enfermedad este tipo de pestes? Esas personas no eran culpables de nada, pero igual fueron víctimas de las decisiones de otras personas, de los gobernantes, de aquellos líderes de los laboratorios que plantearon una solución para la sobrepoblación...
El joven apretó los puños y rechinó los dientes. Odiaba todo ese maldito sistema, odiaba al gobierno, a los vigilantes, a los cazadores... odiaba los tratados entre países. Detestaba que dejaran a los inocentes a su suerte, en el mundo podrido y lastimado.
Siguió caminando, esperando no encontrarse con algún nómada o con los refugiados. No quería matar a ninguno de ellos, pero si le presentaban batalla, lo haría, nada debía detenerlo.
Cheslay lo odiaría si supiera cuantas personas inocentes habían muerto por su mano, él se odiaba a si mismo por haberlo hecho, pero si quería encontrarla debía hacerlo, ella era su prioridad.
Con lo que no contaba, y hasta hace unas horas no lo sabía, era que los vigilantes habían decidido pactar un acuerdo con los cazadores para poder acabar con esta estúpida matanza de los evolucionados.
Ni siquiera sabían que el ultimo de su especie estaba entre ellos, no lo sospechaban, y para Dylan estaba bien así, entre más bajo mantuviera un perfil todo sería mejor.
El camino se extendía ante el cómo una fantasía, como aquellos libros que leía para Cheslay cuando eran niños. Se podía contemplar como el todo y a la vez la nada, lo podía observar como si de un paisaje tranquilo se tratase. Pero no debía engañarse, no, ese lugar que ahora estaba invadido por la naturaleza era letal, tanto para el como para cualquiera.
Escuchó como las llantas raspaban la tierra seca ¿Cómo pudieron conseguir gasolina? Era una de las tareas más difíciles en ese mundo abandonado por Dios.
Su instinto actuó primero. Ya ni siquiera pensaba en hacer las cosas, su cuerpo ya estaba oculto entre las ruinas de algún edificio mientras que su mente apenas lo asimilaba. Estaba cansado, tenía algunas noches sin poder dormir, aquel grito lo atormentaba, fue el último grito de ayuda que ella le pidió.
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Mente Maestra la saga
Science FictionNo tengo nombre. No tengo un pasado. No tengo recuerdos. Ellos me buscan. Otros me cazan y otros dicen que quieren protegerme. No sé en quien confiar. ¿En aquel que dice quererme? ¿Aquel que dice haber cruzado el mundo entero por...