Dylan estaba atrapado en un sueño tormentoso, cuando sintió una punzada de dolor en las costillas. Se levantó rápidamente, esperando ver algún enemigo o por lo menos un animal salvaje, pero en vez de eso se encontró con el semblante furioso de Cheslay.
— ¿Acabas de golpearme?− preguntó al tiempo que se frotaba la parte afectada.
— ¿Ahora si vas a hablarme? Llevamos dos días de viaje desde que escapamos de ese lugar y no me hablas, no respondes a mis preguntas, simplemente das por hecho que te estoy siguiendo, pero no me dices nada.
— ¿Qué quieres que te diga? Estoy preocupado por esas personas, y a diario vigilo la montaña para saber que nada ha sido incendiado. Además, no hace falta que te responda nada, tú puedes leer mi mente ¿Recuerdas?
—No me refiero a eso y lo sabes muy bien, Farmigan— espetó ella. Solo lo llamaba por su apellido cuando estaba más que enfadada, cuando estaba triste y ocultaba ese sentimiento con uno más familiar: La ira.
— ¿Y por eso me despiertas con un punta pie en las costillas? ¿Por qué no he querido hablar contigo? ¡Robaste mis recuerdos!― gritó fuera de sí y Cheslay dio dos pasos al frente.
Ambos respiraban agitadamente, Dylan no se dio cuenta de cuando se había puesto de pie, hasta que estuvieron frente a frente, casi chocando. Ya habían estado así de cerca antes, solo que nunca para discutir. Dylan podía sentir la energía fluir del cuerpo de Cheslay, esa rabia incontrolable. Se dio cuenta de que si había algún enfrentamiento, los dos saldrían perdiendo.
Tomó una respiración profunda antes de hablar.
—Estamos cansados, agotados y creo que también asustados. No hay un lugar en la tierra en el que podamos estar sin ser lastimados o lastimar a alguien. Tú me lastimaste a mí y yo te estoy castigando por algo que ni siquiera puedes controlar— Cheslay lo miró de vuelta— Levanta tus cosas, tenemos que avanzar— ordenó.
Había dormido más de la cuenta. El sol ya estaba en lo alto del cielo, en su zénit.
Ambos terminaron de bajar la montaña para antes del anochecer. Para cuando llegaron a las afueras del bosque, Dylan se sentía a desfallecer, pero Cheslay encontró un refugio temporal. Era uno de eso edificios viejos, aquellos que no habían alcanzado a demoler en la primera guerra entre las Alianzas. No parecía muy estable, pero les serviría para pasar la noche. Los cristales de las ventanas habían desaparecido y sido sustituidos por tablas y cartón. El suelo estaba cubierto de tierra, al igual que los pocos muebles que quedaban. Se dieron cuenta de que era una vieja tienda de ropa.
Cheslay comenzó a juntar los pedazos de tela en un rincón para poder acurrucarse a dormir sin perder de vista la puerta. Se estaba ayudando con la linterna.
Dylan simplemente se dejó caer en el primer aparador que encontró, pero esté se rompió bajo su peso. Siendo vencido por los años de abandono. Se quejó en voz alta, sintiendo algo incrustado en su brazo izquierdo. Estaba acostumbrado a las heridas y al dolor, pero por la debilidad en la que se encontraba su cuerpo, simplemente prefirió quedarse tendido en donde estaba, sobre los restos de madera y cristal.
Cheslay, al ver que no se levantaba, acudió a donde estaba, obligándolo a sentarse.
—Tienes un corte profundo desde el hombro hasta la parte baja del codo— anunció.
—Ya lo había sentido, muchas gracias— replicó.
Ella puso los ojos en blanco y buscó por todo el lugar un botiquín de primeros auxilios. Volvió unos minutos después, aplicó desinfectante y luego cosió la herida, ante un Dylan que parecía más muerto que vivo.
ESTÁS LEYENDO
Mente Maestra la saga
Science FictionNo tengo nombre. No tengo un pasado. No tengo recuerdos. Ellos me buscan. Otros me cazan y otros dicen que quieren protegerme. No sé en quien confiar. ¿En aquel que dice quererme? ¿Aquel que dice haber cruzado el mundo entero por...