35.- Discursos de guerra:

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Dylan no quería moverse. Cheslay se quedó dormida con la cabeza recargada sobre su pecho, y el más mínimo movimiento la despertaría. Ella aún tenía problemas para dormir profundamente y él no quería echar a perder ese pequeño momento.

Le gustaba observarla cuando estaba dormida. Su cabello castaño enredado, con algunos mechones cubriendo su cara. Los parpados le temblaban, como si quisiera despertar, pero su cuerpo le exigiera mas descanso. Su piel pálida, sobre la cual descansaban las pecas que a él tanto le gustaban.

Dylan se dio cuenta de la hora y maldijo, tendría que despertarla. Ella había citado a los evolucionados que quisieran asistir, en la biblioteca. Tenía planeado uno de esos bonitos discursos. Ike, por petición de Dylan, le ayudó a escribirlo y ella necesitó un vistazo para memorizarlo. Cheslay estaba trabajando en ese proyecto desde que llegaron a la resistencia. Él sabía que la mentalista tenía razón sobre muchas cosas, pero no era por eso que la seguía.

Pasó su mano una y otra vez por el brazo desnudo de Cheslay. Sintió como su piel se erizaba y Dylan esbozo una sonrisa. Cheslay sonrió y sin abrir los ojos y metió los brazos debajo de las mantas.

― ¿Te diviertes?― preguntó con voz ronca.

―La verdad si―dijo Dylan, recargándose en su codo sin dejar de mirarla.

―Me estás mirando―murmuró ella sin abrir los ojos.

―Tal vez si―. Dylan sonrió y se inclinó para depositar un beso en su frente―. Es hora de despertar.

―Quiero dormir por siempre.

―No puedo dejarte hacer eso. Si no te hago asistir, estoy seguro de que encontraras el modo de culparme.

Cheslay resopló una risa.

―De acuerdo. Estaré lista en unos minutos― giró en la cama, quedando boca abajo.

Dylan sonrió, aunque ella encontrara el modo de culparlo, por ahora la dejaría descansar. Incluso Cheslay había levantado barreras en su mente para no escuchar los pensamientos de nadie alrededor, para no percibir nada. Él le dio un ligero beso en la cabeza y se levantó. Quería tomar un baño antes de ir a algún lugar.

Mientras Cheslay y su equipo estuvieran en esa absurda reunión, Dylan tenía que entrenar a Ian. Tampoco es como si quisiera estar en un lugar lleno de evolucionados, ninguno de su categoría, algo mas para recordarle que era el único que quedaba. Abrió el agua caliente y se quitó la camiseta, esperando que el vapor inundara el baño.

Se miró en el espejo unos segundos, mientras éste se cubría de vapor. Aun tenia la marca del golpe que recibió en la cabeza, y algunas heridas pequeñas que pronto serian cicatrices nuevas. Nada del otro mundo.

Tenía que agradecerle a Sander el hecho de seguir vivo, pero nada de esto hubiera sucedido si el tres no hubiese querido probar sus habilidades, en primer lugar, aceptó entrenar con Lanhart y en segundo lugar...

Dylan pensaba que sus sentidos de cazador ya no estaban alertas, después de todo, se encontraba en territorio no del todo peligroso. Podía percibir las vibraciones de un cuerpo que se movía nerviosamente, un corazón con palpitares controlados. Y dada su experiencia, solamente los asesinos lograban alcanzar ese nivel de control sobre sus emociones. El uno salió del baño y de la habitación, sin molestarse en cerrar la ducha. Caminó ocultándose entre las sombras, siguiendo cada uno de los pasos de aquel que había percibido. Era un hombre, llevaba puesto un abrigo café y sacaba un arma del interior del mismo. Dylan avanzó hacia él, y antes de que el sujeto pudiera abrir la puerta soltó el arma y un pequeño grito de sorpresa. El arma pesaba más que cualquier otra cosa, Dylan se había encargado de ello. El uno se quedó de pie a su espalda.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora