14.- Desahogo:

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VELIKA:

—Bueno—digo una vez que se cierra la puerta—. Eso no estuvo tan mal.

Todos me miran como si me hubiese vuelto loca.

—Velika...— Day trata de acercarse pero retrocedo dos pasos. Estoy molesta con ellos, no durara mucho tiempo, por el momento no quiero estar en su presencia.

—Lo que hiciste adentro...—murmura Dylan.

—Era lo que tenia que hacer. Ahora, necesito un baño, comida y mucha cerveza, justo en ese orden—. Me doy la vuelta y puedo escuchar sus pasos siguiéndome—. No, no, no—digo agitando las manos—. Ustedes no están invitados, no quiero compartir mi cerveza con ninguno de los presentes.

Cuando me giro, nadie me sigue. Una vez que ya no siento su vista clavada en el cuello es que me permito correr por toda la plataforma, no quiero que Haru me haga preguntas sobre cómo fue la misión, de seguro ya lo sabe, debió haber revisado mi futuro.

No voy a llorar, llorar es para niños, lo que necesito es embriagarme y hablar, sacar absolutamente todo mi enojo y decepción. Pero no con alguien de la resistencia. En vez de ir hacia mi habitación, me dirijo a las regaderas de las salas de entrenamiento. Me doy cuenta de la hora, es de madrugada, no habrá alguien en las regaderas y si lo hay puedo correrlo, estoy en mi derecho.

Muy tarde me doy cuenta de que no llevo ninguna placa al cuello, ni la nueva ni la vieja, ahogo una maldición al tener que pedir de favor a algunos técnicos para que me abran las puertas, he recibido varios insultos de los sietes a lo largo de mi vida, pero sus burlas son lo peor.

Al fin, puedo llegar, me quito la ropa sucia y la lanzo a un rincón, no voy a recogerla, necesito quemarla. Abro la llave y dejo que el agua caliente corra por mi cara, por mi cabello, escurriendo toda la sangre, sudor y tierra de mi piel. Las gotas de agua entrelazándose con las líneas del tatuaje de mi espalda y cuello. Tomo el jabón y tallo lo más fuerte que puedo, hasta que mi piel se torna roja por la irritación. No me he permitido llorar desde hace mucho tiempo, aun así siento las lágrimas brotar de mis ojos, con un horrible nudo en la garganta, suelto un grito que suena más como lloriqueo y aullido. Tomo impulso con el brazo derecho y estampo la mano robotica contra la pared cubierta de azulejos. Veo las piezas resquebrajarse y la pared con un agujero que me deja ver la regadera de enseguida. ¡Genial! Ahora tendré que reparar las malditas duchas.

Tomo una respiración profunda, cierro las llaves y el agua se corta al igual que mi llanto. Me envuelvo en una toalla y voy a los vestidores. De nuevo recuerdo que no llevo la placa, así que al demonio, rompo una cerradura de los casilleros con la mano robótica y saco las cosas de dentro. Es el casillero de Mirta, no me importa, usamos casi la misma talla. Sin contar el hecho de que soy como diez centímetros más alta que ella. Me coloco la camiseta y su ropa interior. Ahogo una risa, le dará un ataque cuando se entere, pero en este momento, nada me importa. Salgo ya vestida, con mi cabello atado para evitar que se moje mi espalda con el agua que aun escurre de él.

Corro hacia las cocinas, me encuentro con pocas personas en el camino. Hay varios técnicos aun en sus puestos, a veces olvido que los sietes no duermen tanto como el resto. Entro al lugar, después de amenazar al siete encargado de esa área. Robo algo del guisado que comieron esa tarde, lo devoro con un poco de pan. Busco la cerveza por todas partes, hasta encontrarla en una de las jarras dentro de las neveras, encuentro un par de botellas y vacío la cerveza en ellas, la pongo dentro de una bolsa de color café y la cargo sobre la espalda. Tendrá un largo viaje hasta la ciudadela.

Salgo de las cocinas y le muestro el dedo medio al técnico a través de la pantalla, de seguro el maldito siete tardará en comprenderlo.

Voy hacia el hangar de despegue sin correr ya que no quiero romper las botellas, llego y pido de nuevo un favor, el siete me abre la puerta sin rechistar. Parece que no le importa mucho quien entra y sale.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora