3.- Conceptos:

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IKE.

Una jaula, parece una jaula de oro.

El aire viciado, las personas engañándose unas a otras, las sonrisas falsas, los saludos hipócritas. Estoy en una jaula de oro, donde algún día seré el mayor hipócrita de todos, y es que nadie se toma la molestia de salir, de pedir la libertad para la que nacieron. El ser humano no está hecho para vivir entre muros, aunque, además de Velika, parece que a nadie más le importa.

Suspiro lentamente, mi padre lleva más de media hora en el despacho hablando con la mayor Khoury.

Odio admitirlo, pero el hecho de tenerla dentro del palacio me provoca una sensación de inseguridad ¿No debería sentir lo contrario? Supongo que el hecho de que sea considerada una heroína por tratar de exterminar a los evolucionados debe ser motivo suficiente de admiración, pero se siente diferente para mí, y mantengo la esperanza de no ser el único.

Observo por el rabillo del ojo como hay movimiento en la esquina del salón donde será la cena con los ministros. Ellos se encuentran en su propia reunión, a la cual no tengo autorización de entrar sin mi padre.

Avanzo tranquilamente por toda la habitación, con las manos en la espalda, los roces del traje por el movimiento, es lo único que se percibe en el silencioso lugar. Camino hasta donde he captado el movimiento, como si en realidad no hubiera visto nada. Me detengo y miro del otro lado, hay un espejo justo frente a la persona y ni siquiera se ha dado cuenta. Recargo la espalda contra la pared, la joven está del otro lado, creyéndose muy lista, pensando que no la he descubierto, a pesar de que puedo ver su reflejo.

—No debes estar aquí— murmuro.

Veo en el espejo que se tensa, luego sale de su escondite. Anel lleva el cabello rubio atado en una trenza, el vestido se adhiere a su cuerpo, dando a entender que ya no es más una niña. Los grandes ojos verdes escudriñan la habitación, en busca de algún otro.

—Oh—dice con desdén—. Solo eres tú.

La tomo por el brazo, que está cubierto por holanes de su vestido gris, ella se queja y trata de liberarse. Claro que no puede hacerlo, pues forcejear está mal visto para la dama que quiere llegar a ser. Abro la puerta de servicio y la empujo ligeramente para que salga, Anel gira y e intenta golpearme, sin embargo, una mirada hacia las cámaras en el pasillo la detiene.

—No tienes permitido estar en estas reuniones— comento.

Mantengo la máscara que mi padre me ensenó a mostrar, supongo que puedo ser intimidante si me lo propongo.

Anel retrocede dos pasos.

— ¿Y por qué tu si? No he venido al palacio solo para morir de aburrimiento—. Levanta la barbilla, mostrándose un poco orgullosa. Ese es el problema con mi familia, nunca sabe cuándo rendirse.

—Sabes la respuesta de porque puedo estar aquí y tu no. Fue tu culpa que te echaran de las reuniones—expreso con ventaja. Su cara se cubre de un color escarlata—. Ahora, ve a tus habitaciones. Estoy seguro de que se encuentran equipadas para salvarte de una vida de aburrimiento.

Mi prima se da la vuelta en un desastre de telas y holanes. Con el dinero que gasta en sus vestidos, se puede alimentar a toda la clase baja, ella nunca repite ropa.

Observo como se pierde entre las paredes tapizadas del palacio. Espero que se quede perdida entre los laberintos del lugar y que nadie pueda encontrarla nunca. No es algo que pueda expresar en voz alta, aun así mantengo la pequeña esperanza.

Camino hacia la ventana una vez que ya no escucho los pasos de Anel. Mis zapatos provocan un ligero rechinido contra el azulejo con el que está cubierto el salón, la mesa de madera oscura se encuentra preparada para un debate, uno en el que se hablará sobre lo que es mejor para todos, aunque esto se trate de una dictadura. Miro a través de la ventana, no puedo salir al balcón, al menos no sin vigilancia.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora