7.- Serpientes y escaleras.

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El tiempo pasaba. No sabía diferenciar entre días o años. El tiempo con Cheslay pasaba horriblemente rápido y el tiempo de los experimentos era infinitamente lento.

Los científicos los llamaban pruebas, o prototipos. Dylan odiaba esos nombres. Había meses, en que las pruebas eran tan duras, que no podía disfrutar de su tiempo juntos, ya que ambos tenían que quedarse en cama durante mucho tiempo.

Ninguno de sus padres sabía que Dylan iba a la habitación de Cheslay cuando todos dormían, o que ella le hacía visitas nocturnas. Hablaban de todas las cosas, de las personas que odiaban, de lo dolorosas que eran las pruebas y sobre todo, siempre quedaban de verse en los túneles. Esa era su actividad favorita, hasta ese momento.

Habían pasado cinco años desde su primera tortura, desde aquella vez en la que abrieron sus cabezas. Desearía decir que seguían sufriendo igual, pero las personas se acostumbran al dolor y al odio, y por el momento, ellos lo tenían en cantidades similares.

Los días pasaban rápido, y a veces, lento. Pero el tiempo era una cosa curiosa y en unos años dejaría de tener importancia, ya que el tiempo no le importaría más que la distancia.

Dylan atravesó el jardín, para llegar a casa de Cheslay, él había esperado a que todas las luces estuvieran apagadas y de esa forma escapar de su habitación sin que nadie lo notara.

Él aún no sabía que pensar de todas esas cosas ¿Por qué no simplemente tomarla de la mano y sacarla de ese lugar? No era tan fácil. Tenía miedo de lo que podía encontrar afuera.

Observó desde su escondite en la oscuridad las aves volar hacia el sur. A Dylan le gustaban las aves, el modo en el que podían ser libres y recorrer todo el mundo en las estaciones más cálidas, la manera en la que debían sentirse al poder volar... era maravilloso. Las amaba y deseaba saber todo de ellas, no sabía que con el tiempo toda esa admiración se convertiría en enojo. Las aves no conocen de fronteras y eran la oportunidad perfecta para esparcir el virus, aunque claro, él aún no lo sabía.

Lo que más quería era salir de ese lugar para conocer más que esa jaula en la que había nacido, pero sus padres y otros doctores habían hablado con ellos, Dylan estaba enojado al principio, pero Cheslay lo hizo entender.

Ellos vivían en una nueva frontera entre México y Estados unidos, ahí es donde se encontraba el laboratorio. Los padres de Cheslay eran científicos rusos, que habían estado trabajando en un proyecto sobre vacunas en su país, pero el experimento se les salió de las manos, y el virus que trataban de curar se esparció por todo el mundo, matando personas y dejando contaminadas a la mayoría. La forma en la que el virus se manifestaba era muy parecido a la lepra, las extremidades de las personas se caían y sus caras eran una masa de carne putrefacta. En algún punto perdían la razón, y se devoraban unos a otros.

Los un grupo extremista ruso tenía la vacuna, así que la utilizaron para invadir una de las grandes potencias mundiales, pero la alianza de tres países opuso resistencia, esperaban el ataque, formaron un ejército especial para ello ¡Y vaya que eran especiales!

Dylan y Cheslay a veces se metían a los campos de entrenamiento sin que nadie los viera, incluso sabían cómo burlar las cámaras de seguridad. Podían observar como los soldados se colocaban esos trajes, tenían una tira muy larga con agujas que se insertaban en la columna vertebral del usuario, eran de metal y tenían unas piernas largas y fuertes para saltar muy alto. Los niños habían observado las prácticas con ellos y más de una persona salía lastimada. Los trajes se manejaban por medio de señales que se enviaban desde el cerebro de la persona.

Cheslay le dijo en una ocasión que las mentes débiles no podrían ser un usuario de exo-traje. Dylan no estaba seguro de porqué, pero tampoco quería preguntar, no le gustaba parecer ignorante frente a Cheslay.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora