4.-Estadisticas:

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Necesitaba hacer algo contra ese malestar. Contra ese dolor que invadía cada parte de su cuerpo, que consumía su mente, aquel daño que no le permitía respirar. Sentía que su cabeza podía reventar en cualquier momento. Y estaba seguro de que si aún conservara el sentido del oído, este ya lo habría vuelto loco.

―Vas a chocar con los pinos― dijo Day. Le costó unos momentos darse cuenta de que su hermana estaba pensando las cosas. Ya ni siquiera se molestaba en hablar con él.

Dominique se pasó la mano por la sudorosa frente, la fiebre consumiendo cada uno de sus pensamientos.

―Voy a necesitar que tomes los controles― contestó en voz alta. Tal vez estaba gritando o susurrando, no le importaba.

Su gemela negó un par de veces, alternando su mirada asustada entre sí mismo y el control del deslizador.

―Sabes que no puedo volar estas cosas...

―Confío en que podrás― dijo Dom, tratando de ponerse de pie, y fallando miserablemente―. Estaré aquí para decirte cómo hacerlo...― sus palabras se perdieron y sintió su cabeza caer contra el asiento.

Un pozo negro, eso era. Simplemente podía cerrar los ojos y dejarse llevar por esa negrura que lo llamaba, totalmente llena de paz y tranquilidad. Pero había algo al final de ese pozo, un par de ojos verdes y los gritos de pánico de su hermana. Lo único que podía mantenerlo a flote.

Cuando era niño, a Dom le gustaba observar los movimientos de las personas, le agradaba ver como convivían entre ellos, como algunos aun podían reír, después de tantas cosas malas, ellos podían reír. En una ocasión preguntó a Day porque ella no reía como los demás, su hermana respondió que esperaba que todos ardieran en el infierno. Dominique tuvo que decirle que el infierno era frío. Su gemela respondió que ojalá se congelaran hasta el tuétano. Él realmente no sabía si el infierno era frío o caliente o si realmente existía. Justo ahora, al borde del abismo, esperaba que por lo menos pudiera ir a algún lugar después de cerrar los ojos.

― ¡DOM! ¡DOM!― los pensamientos de su hermana estaban llenos de pánico, mientras lo estrujaba por los hombros para que reaccionara.

Tal vez era hora de dejar de pensar en el infierno o de a donde iría después de la muerte, quizá era momento de renunciar a las ideas de sobre si era frío o caliente... Era momento de centrarse, de cosas que pudiera saber en concreto, de estadísticas, porque, estadísticamente hablando, los evolucionados estaban hechos para resistir más que los humanos inmunes o los individuos sin ninguna suerte, como los contaminados. Fue una sorpresa para él haberse infectado, pero hablando con estadísticas, el virus estaba mutando, y si podía invadir a los inmunes, entonces ¿qué exentaba a un evolucionado? Nada. Lo único en que la evolución lo ayudó, fue a que el virus avanzara más lento que en la mayoría.

― ¡DOMINIQUE! Si te mueres te juro que te mato ¿Me entiendes? ¿Puede tu mente hueca entender eso?

Él respiró profundo y abrió los ojos lentamente, su cabeza amenazaba con reventar y estaba a punto de vomitar sobre el tablero, pero lo contuvo, lo último que su hermana necesitaba era verlo caer lentamente. Para él, era mejor un golpe definitivo en batalla que una estúpida enfermedad.

―Toma el control― susurró Dominique, incapaz de saber si sus palabras sonaban coherentes―. Vas a presionar los dos botones que están en la orilla de la palanca, después quiero que programes el piloto automático. Todo va a estar bien.

―Nada está bien― contestó su hermana sentándose en el asiento del copiloto. Ella hizo lo que Dominique pidió.

Él ni siquiera sentía la fuerza para levantar los brazos que colgaban inertes a los lados del asiento. Estaba temblando, pero no hacía frío dentro del deslizador... su nave, aquella que había robado cuando era más joven. Fue un reto al que lo llevó Velika.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora