4.- Pasadizos.

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Dejó de tener miedo cuando llegaron al segundo túnel. Dylan aún no sabía que esa palabra: miedo, cambiaria completamente su significado en los siguientes años. Cuando era niño le tenía miedo a la oscuridad y a desobedecer las reglas. Cuando fue mayor le provocaba terror el hecho de hacer las cosas mal, a equivocarse. Después todas esas cosas parecían pequeñas y estúpidas en comparación con su vida ahora. Ya que los miedos dejaron de ser algo que esperar y se convirtieron en su realidad, y no solo eran pasajeros, sino que estaban siempre, burlándose de él, jugando al gato y al ratón y, desgraciadamente, él siempre había sido el ratón.

No tenía miedo a la muerte, contrario a la mayor parte de las personas. Dylan ya solo le tenía miedo a una sola cosa. A perderla a ella, perderla para siempre.

Juntos entraron en el segundo túnel. El niño podía ver como la tiza marcaba las oscuras paredes del lugar.

Cheslay iba al frente, apuntando su linterna hacia abajo, para que pudieran ver en donde pisaban.

Dylan había dejado de tener miedo de ese lugar por dos cosas.

Una: Si los atrapaban ¿Qué era lo peor que podían hacerles? Desearía nunca haberse hecho esa pregunta.

Dos: La oscuridad no encierra monstruos, las personas lo hacen.

Sus pasos sonaban contra las paredes de roca, si a alguno se le ocurriera gritar su nombre en ese lugar, se darían cuenta de que el sonido rebotaría dentro y se llamarían a sí mismos de nuevo. Pero ninguno quería hablar, ya que el silencio en ese lugar parecía aplastante, abrumador, como si cualquier suspiro pudiera escucharse por todo el complejo militar.

Cheslay se detuvo de pronto, lo que provocó que Dylan se estrellara con su espala.

— ¿Qué pasa?− murmuró el niño.

Ella no contestó, simplemente levantó la mano y apuntó hacia el frente, al fondo del túnel.

Había pequeñas luces, pero no colgaban del techo, tampoco estaban al final del corredor. Se encontraban pegadas a la pared. Y no eran lámparas o bombillas, no, eran pequeñas ventanas que daban hacia algún lugar.

Cheslay se acercó corriendo, y Dylan la siguió, olvidando por completo el seguir marcando la pared con gis, aunque claro, la niña nunca se lo diría, pero él se dio cuenta después, que Cheslay había memorizado todo ese lugar, solo un vistazo y podía moverse como si fuera su hogar. Y años más tarde en eso se convertiría. Ella no necesitaba el gis, lo hacía para que él se sintiera más tranquilo. Se preocupaban más por el otro que por sí mismos.

La ventana no podía medir más de quince centímetros, pero podían ver perfectamente por el lugar. Daba a uno de los laboratorios, observaban como los científicos se paseaban de un lugar a otro por la sala de color blanco. Había muchos instrumentos para trabajar en ese laboratorio, además de capsulas que Dylan no sabía para que servían. Desearía nunca haberlo sabido.

Ambos contenían la respiración. La pequeña ventana estaba colocada en una parte alta del laboratorio, era imposible que ellos supieran que los niños los espiaban.

Cheslay respiró profundo y lo miró.

—Vi a una niña— dijo con seguridad.

Dylan tragó saliva a causa de su nerviosismo.

— ¿U-una niña? ¿P-podemos invitarla a jugar?− mordió su labio.

—Dije que la vi, no que viviera aquí.

—No comprendo...

—Soñé con ella. Dice que está asustada y que vive en un lugar donde no llega el sonido, tampoco la luz.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora