8.- Contramedidas.

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Lousen se encontraba en el almacén, observando la escalera. Él sabía que los chicos iban ahí a ocultarse, a pasar un tiempo lejos te todo lo que los atormentaba, y eso no estaba mal. El sargento sabía por todo lo que esos chicos pasaban, por eso no los había delatado.

Pero alguien los descubrió, y esa misma persona cortó los peldaños de la escalera de metal, para que el siguiente en tratar de usarla cayera. Ese desafortunado resultó ser Dylan.

Nefertari vino hacia Lousen para decirle que Dylan estaba desaparecido, que no lo encontraba dentro del complejo. Lousen creyó que el chico al fin tuvo el valor de escapar, pero algo no estaba bien: Cheslay se había quedado. Fue cuando llegó a la conclusión que lo llevó a investigar los últimos pasos del chico: se lo habían llevado.

Lousen tenía una ligera idea de quien pudo haber sido, aquel que le había tendido la trampa. Sabía quién era y quería desenmascarar todos sus trucos, pero para eso necesitaría ayuda.

El sargento tomó una respiración profunda antes de llamar a la puerta. No podía llegar y culpar a Khoury con el general así como si nada, necesitaba pruebas, sin embargo, primero debía medir la situación, saber qué posibilidades tenía de ganar. La vida de Dylan dependía de ello.

Tocó dos veces la puerta y desde dentro, con una voz profunda el general le concedió permiso de entrar.

Era el edificio central del complejo militar. Una estructura en forma de rectángulo, con siete pisos de analistas y militares. Dos simples salidas, incluso las ventanas estaban contadas, era una fortaleza. La oficina del general estaba separada del resto por una puerta de metal con una muy buena imitación de madera, era gruesa y estaba blindada.

Lousen entró y cerró a su espalda.

Frente a él se exhibía la oficina, con un escritorio de madera fina y oscura. Los estantes tenían amontonados libros de estrategias militares, además de algunos sobre física cuántica el cual era un tema que tanto Lousen con el general disfrutaban. Había una pequeña ventana al fondo, con el cristal abierto, ya que el general Lanhart estaba fumando uno de sus apestosos puros. El lugar era de color café apagado, parecía que nadie pasaba tiempo ahí, ya que el hombre era demasiado ordenado y perfeccionista.

—Señor— dijo Lousen a modo de saludo, mientras se quitaba la gorra.

Era muy extraño que él vistiera con su uniforme completo, pero la visita lo ameritaba. Llevaba la casaca de color azul oscuro, las hombreras doradas y todas sus medallas ganadas en batalla. El uniforme lucía pulcro y limpio. Lousen se irguió para demostrar respeto.

—Siempre tan formal, Raphael— se quejó el general, pero respondió al saludo del sargento.

El general Lanhart era un hombre imponente. Su cabello negro, los ojos de un profundo y a veces frio color verde. Sabía cómo callar a las personas con una mirada, como sobreponerse a las situaciones y a las personas. Medía alrededor de un metro con noventa, su complexión era la de un soldado fuerte, una mandíbula marcada y un rostro que casi siempre dejaba ver una sonrisa, pero eso no significaba que fuera amigable con cualquiera, en pocas palabras, era una persona muy difícil de leer.

Lousen entró y tomó asiento.

—Tengo que hablar con usted de algo importante— anunció.

El general se llevó el puro a los labios y exhaló una gran bocanada de humo. Se dejó caer en su sillón, con los pies arriba del escritorio.

Lousen luchó por contener su ira. El general había tomado, se notaba a simple vista, cualquier persona que se atreviera a maltratar de una forma u otra su espacio... el general le arrancaría la cabeza. Sin embargo, él lo hacía, estaba ebrio, esa era la única explicación lógica que Lousen encontraba para su comportamiento.

Mente Maestra la sagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora