Capítulo 84: Nacimiento

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~Narrador

La sacerdotisa que alguna vez fue guardiana de la Perla estaba en una pequeña aldea atendiendo heridos de la guerra, tenía claro su trabajo y lo cumplía al pie de la letra viajando villa por villa ayudando a la gente con sus poderes y conocimientos medicinales. Como era costumbre siente una conocida presencia maligna en el bosque, aquel semi-yukai con una cicatriz de araña en la espalda venía a verla en oculto con demasiada frecuencia. El día anterior le tendió una trampa para intentar asesinarla —otra vez— tuvo suerte de encontrarse con su antiguo amor y ser protegida evitando su cometido, aunque no quiera admitirlo.

Sin temor se dirige al interior del bosque en busca de ese que solía vestirse con una piel de mandril, lo encuentra caminando hacia ella como si fuese un humano cualquiera. Lucía una costosa prenda morada, como el color de su veneno, su largo cabello negro se movía a su alrededor y esos ojos rojos no la perdían de vista. Gran contraste era un bello rostro en un ser tan malvado.

Kikyo: ¿A qué has venido? —le pregunta desafiante.

Naraku: a matarte.

Al oírlo la mujer da una burlesca risa acompañada de una engreída sonrisa.

Kikyo: eres incapaz de matarme, por eso tuviste que mandar a una serpiente devoradora de almas a hacer el trabajo. Mientras Onigumo esté en tu interior no podrás acabar conmigo, porque me deseas —dijo sin titubear.

Ese mismo discurso fue el que lo llevó a tratar de acabar con ella el día anterior. Odiaba que tuviera razón respecto a esas bochornosas emociones, las mismas que un miserable mortal.

Pero ahora las cosas eran diferentes qué hace una noche.

Naraku: pues te equivocas, Onigumo es libre, al igual que yo.

En un veloz movimiento se acerca a ella y la ahorca con su mano, la mujer intenta zafarse del agarre, pero era inútil, nada parecía funcionar. La muerte se le pasó por la mente, la conocía muy bien, ya había caminado por aquel sendero oscuro hace 50 años ¿Tan pronto? ¿Tan poco tiempo fue su regreso? Se aferraba a la vida aun en ese cuerpo, tenía tantas cosas que hacer antes de volver al inframundo.

No quería morir sin volverle a ver.

De un momento a otro el de rojos ojos la suelta, se separa y la que fue hecha por Urasue lo apunta con su arco y flecha.

Kikyo: ¿Qué sucede? ¿No ibas a matarme? —le increpa.

La mano que intentó destrozar su cuello se desfigura volviéndose un monstruoso pedazo de carne, la sacerdotisa se sintió asqueada de haber sido tocada por un ser tan repugnante. El que nació en una oscura cueva se mira su desfigurada extremidad frunciendo el ceño molesto.

«Tal vez debí pensar en las consecuencias» se reprocha la fusión de muchos demonios.

Naraku: por ahora te dejaré vivir, solo eres un espejismo de Kikyo que voy a hacer pedazos cuando sea el momento.

Y con paso lento abandona el lugar dejando atrás a la mujer que amaba ese bandido que no podía moverse por sus quemaduras. Tendría que ir tras ese hombre que ahora se hacía llamar Muso y volver a absolverlo.

Pero primero dejaría que acabara con el mitad bestia y con el humano que tanto odiaba.

La miko baja su arco una vez que el peligro pasó, la mano marcada en su cuello iba desapareciendo de a poco. Por suerte ese no era su momento de partir, aún le quedaban días en el mundo de los vivos.

«Necesita a Onigumo» piensa la mujer de barro con alivio.

Por ahora estaba a salvo, pero ¿Hasta cuándo? Tenía claro que Naraku estaba buscando la forma de deshacerse de Onigumo, solo era cuestión de tiempo para que encontrara la manera definitiva de extirparlo de su cuerpo e iría a aniquilarla sin siquiera cuestionarlo.

InuYasha A Través Del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora