24. Trofeo (parte 1)

780 46 7
                                    




Cuando desperté, Derek no estaba en la cama. Su horario matutino era estricto y extremo. Salía de la cama apenas salía el sol para ejercitarse dos horas antes de desayunar. Todas las mañanas me hacía la promesa mental de despertar y bajar las escaleras para conocer el gimnasio en casa que Derek había construido en el patio. Había visto la habitación varias veces, pero no parecía encontrar el tiempo para ejercitarme. Quizá una vez que Johnny estuviera en casa podríamos hacer una rutina para poner mi culo a trabajar.

Salté a la ducha y tomé un pantalón de mezclilla color negro, una blusa color blanco y zapatillas deportivas a juego. Me tomé el tiempo suficiente para maquillar mi rostro y solo tuve oportunidad de cepillar mi cabello rubio y esconderlo bajo una gorra de béisbol. Tomé mi bolso y bajé las escaleras con la emoción de un niño que está por conocer Disneylandia.

-          Abigail, ¿desayuno? –Eva se detuvo en el marco de la puerta de la cocina, la observé unos segundos y vi su rostro pasar de la neutralidad a la preocupación.

-          No... gracias –estuve tentada a ser descortés con ella y regresarle cómo me hizo sentir el día que me interrogaron, pero en el culto me habían enseñado modales y me rehusaba a atacar a otra mujer.

-           Yo... me gustaría que... -talló sus manos en el mandil que cubría su ropa.

-          ¿Derek habló con ustedes?

Ella asintió.

«Es bueno saber que conserva sus promesas.»

Le obsequié la sonrisa más amable que pude y caminé en dirección a la puerta principal. Entendía su molestia el día que llegué a la mansión Bravo con Derek, pero me costaba disculpar sus acciones, yo resultaba ser una persona bastante rencorosa y no era sencillo hacer las paces con la idea de permitir que las personas se acercaran después de atacarme.

-          Buen día, señorita Lorente –el chofer me encontró en la puerta de entrada y extendió su mano para ayudarme a bajar las escaleras.

-          Buen día –lo observé unos segundos-. No recuerdo tu nombre –admití.

-          Julen –me sonrió y una serie de arrugas se formaron en su cara.

Caminé a su lado hasta que subí al asiento trasero de la camioneta. Él condujo en silencio por varios minutos, hasta que el aeropuerto de Barcelona apareció en nuestro campo se visión. Sentí que me era imposible permanecer sentada, estaba tan emocionada que podía saltar del asiento. Apenas habían transcurrido tres días desde mi conversación con Derek, pero parecían un tiempo eterno cuando esperabas por alguien. Afortunadamente Johnny había sido capaz de arreglar su trabajo y pendientes personales rápido.

El chofer se detuvo en la acera y fue imposible quitar mi mirada del hombre que caminaba fuera del edificio como toda una diva, usando un conjunto negro y verde fosforescente, como si quisiera que se le encontrara con facilidad en una multitud, entonces supe que era él. Bajé del auto y corrí hacia Johnny, él hizo lo mismo mientras arrastraba sus dos maletas, nos encontramos a medio camino, nos abrazamos y gritamos de la emoción.

-          ¡Por Dios! Abigail, debes contarme todo, ¿qué carajo está pasando? Estuve muy preocupado, Paula también está angustiada por ti, tía. ¡Joder! Nos hiciste pasar un mal rato.

-          Lo sé –dije, con el volumen suficiente para que solo él escuchara-. Te diré todo, pero, no todos los lugares son seguros. Cuando estemos solos, lo hablaremos.

Él asintió. Con su dedo índice y pulgar simuló cerrar su boca y lanzar el candado lejos.

-          ¡Señorita Lorente! -Matiaz, el jefe de seguridad que estaba a cargo mío nos alcanzó, parecía estresado, su calva cabellera estaba sudando, él respiraba con dificultad, como si hubiera corrido un maratón y nos señaló la camioneta-. Suban, por favor. Yo me haré cargo del equipaje.

Promesa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora