25. D

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Rodé en la cama y acabé con la cara sobre la sábana fría. El clima en España estaba bajando su temperatura y, pese a que ese solía agradarme, esa mañana en particular sentía más frío del que quería tolerar.

Lancé la mitad de mi cuerpo al frente y estuve por una cantidad de tiempo incalculable mirando la pared oscura de la habitación.

«Tengo que cambiar esa mierda, la escaza iluminación y el color solo me da ganas de quedarme en cama.»

Mi vista barrió la cama hasta llegar a la mesa de noche, entonces una caja azul llamó mi atención. La tomé entre mis manos y la analicé, tenía una nota sobre ella. Abrí el papel y lo leí con detenimiento, era un mensaje corto, pero me heló la columna vertebral.

Como si fuera radioactivo, regresé la caja a su lugar y me dirigí al baño. Cuando había lavado mi cara y dientes y estaba tan despierta como para comprenderlo, regresé a leer el mensaje en mi mesa de noche.

Es hora de que comiences tu nueva colección de joyas, esta es la primera.

La caja azul alojaba en su interior una cadena con un dije pequeño, pero muy brillante, era solo una letra, D. No necesitabas mucho cerebro para entender la razón de esa inicial. La pieza brillaba con la luz y con solo sostenerla a veinte centímetros de mi cara podía darme cuenta que nunca antes había tenido algo tan costoso en mis manos. Antes del robo yo había acumulado una pequeña, pero importante, cantidad de joyas, pero esa no tenía comparación, eran diamantes.

Abrí el cajón de la mesa de noche y coloqué la caja dentro para esconderla, mientras ordenaba mis ideas. Lo anterior me trajo recuerdos raros y grises de mi vida en el culto, cuando ocultar las cosas costosas, pecaminosas y divertidas era algo común y yo sabía básicamente todos los escondites de la casa gracias a mi fuerte necesidad de ocultarlos del pastor. 

Bajé uno a uno los escalones y encontré a Eva en la cocina. Debía convivir con ella en algún punto, cuando ella me sonrió, respiré profundo y me preparé para comportarme como lo haría con cualquier cliente que llegara a la oficina, sin importar si me agradaba o no. Eso me llevó a pensar que había cogido con el último cliente que no me agradó, estaba atrapada en un matrimonio con él y ahora una pieza excesivamente cara de joyería con su inicial estaba dentro de mi cajón, sin mencionar la que portaba en mi dedo anular. Sacudí la cabeza para dejar de pensar en ello.

-          Buen día, Abigail.

-          Buen día –la observé con cautela, estaba picando fruta en pequeños trozos.

-          ¿Yogurt y fruta? –señaló las fresas que acababa de rebanar.

Ni siquiera sabía si tenía hambre, pero, supuse que debía comer algo.

-          Puedo cocinar cualquier otra cosa –ella se apresuró a contestar, como si hubiera pensado que su oferta era todo menos agradable para mí-. Derek solicitó fruta y yogurt para él, pero siempre puedo hacer otro platillo para ti.

-          Eso está bien, de verdad.

La necesidad de callarla era tan fuerte que las palabras volaron fuera de mi boca.

-          Gracias –agregué mientras me sentaba en una silla.

-          Derek...

-          Salió hace una hora con Héctor, tenían trabajo que hacer. Tomó su desayuno muy temprano y entreno en el gimnasio antes de irse.

-          Debería hacer lo mismo –murmuré.

Durante quince minutos bebí la mitad de un vaso de jugo de naranja, y medio plato de yogurt con frutas bajo la mirada atenta pero encubierta de Eva. Quien buscaba cualquier cosa que hacer cuando se daba cuenta que yo la estaba mirando. Miré el reloj, Johnny seguramente llegaría en poco tiempo y quería hacer uso del gimnasio personal que esa casa tenía.

Promesa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora