23. 2 semanas

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La primera vez que descubrí el sexo tenía cerca de once años. Lo supe gracias a mi curiosidad constante por saber el origen de los bebés y a la vaga explicación que recibí de una de mis compañeras de escuela, los niños de nuestra edad ya estaban analizando esos temas en la asignatura de ciencias, mi madre no me llevaba esos días a la escuela para evitar que yo supiera de un tema como ese, durante las dos semanas que duró el bloque de reproducción, recibí educación en casa.

Por un tiempo creí la historia de mis padres, ellos decían que los hijos eran enviados por Dios, cuando él consideraba que era el momento apropiado. Pero, incluso yo, sabía que había personas que no estaban preparadas y los tenían, un par de veces había visto adolescentes embarazadas en el pueblo, ¿por qué Dios les enviaría hijos?

Cuando supe de la existencia del sexo, sentí tanta curiosidad que investigué tanto como podía, mi madre seguramente me hubiera dado una paliza al conocer lo que yo sabía del tema. A mis 14 años tuve mi primer orgasmo al estar explorando con mis dedos la zona que para mis padres hubiera sido prohibida. Desde ese momento, mi vida cambió para siempre.

El sexo era una parte importante de mi vida y desde que salí de casa me había propuesto disfrutarlo. Había cumplido mi palabra al pie de la letra y me resultaba difícil negarme a ese placer. Pero, en ese momento, sujetada por Derek en una habitación lujosa, sintiendo un cosquilleo en mi estómago a causa de sus besos en mi cuello, tuve que sujetar mi razón, antes de que resbalara por mi vagina.

Levanté, de forma miserable, un muro a mi alrededor y me recordé lo malo que sería involucrarme nuevamente con él. Ya tenía el agua hasta el cuello, no podía permitirme otro error.

- No –dije, guardando la compostura de una forma impresionante a pesar de estar tan mojada.

El despegó sus labios de mi cuerpo y me liberó. Su reacción fue tan rápida que me tomó unos segundos ubicarme en el espacio y caminar para poner distancia.

- Voy a -él tomó las orillas de su camiseta deportiva entre sus dedos y la estiró como si estuviera buscando plancharla. Cuando recuperó la compostura, levantó su cara y me miró, algo en él encendió mi interior y me arrepentí de haberlo rechazado unos minutos atrás-... hablaré con Eva. ¿Qué fue lo que te dijo?

Él estaba usando un conjunto deportivo negro y unas zapatillas deportivas color rojo. Su estilo me gustaba, no sabía si era porque era bastante bueno o porque en él todas las prendas se veían increíbles. Cada uno de sus músculos se marcaba a través de la tela de su camiseta, sus pectorales parecían dibujados y sus bíceps lucían como si estuvieran por explotar la playera. Tragué saliva y me concentré, estaba perdiendo terriblemente el enfoque.

- ¿Abigail?

- ¿Mmm? –bajé mi vista por su abdomen y llegué hasta su entrepierna.

- ¿Qué te dijo Eva?

Pestañeé y busqué salir del trance.

- Nada distinto a lo que el resto de España piensa de mí –levanté mis hombros.

El comentario sobre mi moral era seguramente lo menos agresivo que recibiría de su parte. ¿Me molestaba? En gran medida. Pero no cambiaría la realidad, yo era la puta de España.

Sus facciones se estrujaron y en unos segundos sus cejas se trasladaron a la mitad de su cara, rozándose entre sí.

- Eso no es parte de su trabajo.

Su comentario era tan tonto que me hizo reír.

- Creo que a ella y a tu mamá les importa una mierda –espeté-. Se supone que esto –lo señalé y después apunté mi pecho-, solucionará todos nuestros problemas y me regresará un poco de dignidad y respeto, espero verdaderamente que así sea.

Promesa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora