19. Caminata de la vergüenza

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Yo nunca había sido del tipo de mujeres que necesitaba de un hombre para sentirse completa. Al salir de casa me había prometido jamás depender de un hombre, de ninguna forma. Sin embargo, esa mañana desperté en la misma cama que Derek, siendo estrechada por él toda la noche y con la firme idea de que mi pijama olía a él.

Me tomé unos segundos para evaluar mi alrededor mientras me sentaba en la cama. Derek no estaba, pero en el fondo escuchaba el sonido del agua, como cascada, al caer de la regadera. Abracé mis piernas y pensé en todo lo que había sucedido, nunca, ni en mis jodidos sueños más locos de adolescente, hubiera imaginado volver a casa de mis padres, con casi treinta años, un corredor de la fórmula 1 colgando de mi brazo, un sequito de seguridad y una reputación de mierda como una puta.

Quizá si era una puta. Me gustaba el sexo, lo disfrutaba, tenía un record envidiable, considerando que al llegar a la universidad era tan virgen e inexperta que, si el puñetero espíritu santo hubiera bajado, mi vagina hubiera sido seleccionada. De cualquier forma, mi historial creció tanto en los primeros dos años de universidad y de la mano de Paula, que llegó a mi vida apenas unos meses después de llegar a Madrid.

Paula era mi amiga más especial. Su madre había muerto cuando ella era pequeña y su papá trabajaba bastante, la casa de Paula se convirtió en mi refugió y ella en mi familia. Estudiábamos en edificios distintos, pero encontrábamos la forma de vernos en el campus, yo trabajaba de medio tiempo para mantenerme, pero la vida era difícil. En ese tiempo no tenía permitido volver a casa, tampoco quería intentarlo. Conocí muchas festividades que para mis padres estaban prohibidas gracias a Paula y su papá. A veces, la plata que ganaba no era suficiente y sobrevivía gracias a la comida gratis que ellos me daban.

- ¿Lorente?

La pregunta rebotó en mi cerebro, chocando con cada una de las paredes y regresándome a la realidad. Derek estaba en el medio de la habitación, con una toalla enredada en su abdomen, su cabello castaño estaba mojado y alborotado y cada marca de músculo en su cuerpo parecía una osadía a las leyes de naturaleza. ¿Cómo alguien podía estar tan jodidamente perfecto? Todo en el parecía tallado en y perfectamente planificado por los dioses. Los putos dioses y sus estándares perfectos seguramente fueron quienes crearon al hombre de al menos 1.90 metros que estaba parado frente a mí.

Mi mente viajó a Las Vegas y deseché los pensamientos al instante.

- Buen día –dije y me levanté de la cama. Algo llamó mi atención sobre la cadera de Derek y procuré no dejar de caminar en dirección al baño.

- ¿Puedo ayudarte en algo? –él estiró su brazo, deteniendo mi paso y escaneándome. Su cabeza estaba ladeada y miraba hacia abajo, hacía mis ojos como si verdaderamente quisiera tener una respuesta.

Mi estómago cosquilleó con su mirada y tuve que concentrarme mucho para no saltar a sus brazos en ese momento. Quizá no era mi persona favorita, pero había pasado varios días de estrés y necesitaba una jodida distracción o un rato de placer que me hiciera olvidar lo destrozada que estaba mi vida.

Observé su brazo unos segundos y sacudí mi cabeza de un lado a otro. Él pareció creerme y bajó su brazo con rapidez, haciendo que chocara con su pierna al dejarlo caer. Yo me limité a caminar y me di la oportunidad de respirar hasta que me encontraba en el interior. Me recargué en la puerta y respiré hasta que sentí los latidos de mi corazón nivelarse.

La persona que me regresó la mirada en el espejo parecía cansada, harta de la vida y su reputación, pero al menos estaba en una pieza y eso era algo que merecía ser aplaudido. Quizá era la mujer más criticada de España, pero al menos había logrado mantenerme viva. Mientras lavaba mi cara y cepillaba con demasiada atención mis dientes recordé algo que había olvidado al grado de pasarlo a segundo plano. Mi paz se debía a algo evidente, no tenía mi celular conmigo. Yo sabía que el estúpido video se había filtrado, pero, no había leído nada ni pude hablar con nadie fuera de quienes orbitan alrededor de Derek, María y mi padre.

Promesa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora