54. Todo se puso negro

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- Todo en orden, el tiempo de gestación es de aproximadamente doce semanas. Todo se ve sano.

El doctor levantó la vista para observar a Derek por tercera vez en cinco minutos. Era gracioso, tierno y molesto, parecía un niño conociendo a un súper héroe. Derek apenas parecía notarlo, pero el doctor le estaba prestando más atención a él que al embrión en mi vientre.

- ¿Les gustaría escuchar el latido?

Ambos sacudimos la cabeza de forma afirmativa. Cuando el sonido como un golpeteo resonó en la habitación, Derek se inclinó hasta que su frente estuvo sobre la mía. Era la segunda vez que los escuchaba, pero ahora estaba con él y, por alguna razón, se sentía como la primera vez. Sentí los labios de Derek en mi frente, dándome un beso y mi resistencia se vino abajo, lloré tanto como la vez anterior. Ni siquiera podía ordenar mis ideas lo suficiente para comprender la razón por la que estaba llorando, solo sabía que mis ojos arrojaban lágrimas suficientes para llenar un vaso.

Al acabar, me tomé unos minutos para recuperarme y retocar mi maquillaje, mientras Derek saturaba al doctor con preguntas que me hicieron querer irme a casa tan pronto como fuera posible. El equipo de seguridad hizo un trabajo impresionante, consiguiendo sacarnos del hospital por una puerta trasera, sin ser vistos por nadie. En el camino a mi departamento, Derek pasó su mano por mi vientre, acariciando cada espacio, la sensación fue tan relajante que comencé a quedarme dormida, pero antes de lograrlo, la camioneta entró en el estacionamiento subterráneo de mi edificio y fuimos escoltados al interior, estuvimos solos hasta que entramos a la sala de estar. El equipo de seguridad se quedó afuera, Johnny estaba descansando ese día y mi hermana tenía que trabajar.

- ¿Tienes hambre? –Derek me observó con detenimiento, como un depredador a su presa.

Me senté en el sofá, intimidada con su mirada, pero indispuesta a lucir afectada, él no podía saber la profundidad con la que me inquietaba con solo poner sus ojos sobre mí.

- Últimamente siempre tengo hambre y náuseas –era más una queja que un comentario, él me sonrió como si lo que dije hubiera sido un chiste con bastante gracia.

- También tengo hambre –sus ojos castaños estaban sobre mi cuerpo, oscureciéndose mientras observaba con detenimiento cada centímetro de piel. ¿Aún estábamos hablando de comida? - Pediré que nos traigan comida de algún restaurante cercano.

Su celular timbró, rompiendo el aura que habíamos formado, en el que yo creía que él acabaría saltando sobre mí y follándome hasta la inconsciencia. En cambio, sus cejas se acercaron entre sí y miró alrededor.

- Puedes responder la llamada en la habitación, ahí tendrás un poco más de privacidad.

- Es Héctor –levantó las cejas y respiró con profundidad.

- Suerte con eso –me reí, seguramente hablaría para quejarse de mí, de él o de ambos. Qué divertido.

Derek desapareció por el pasillo que conducía a mi habitación. Lancé mis zapatos fuera de mis pies y estiré mis piernas en la mesa de centro, estaba agotada. Johnny había vuelto a casa, mi hermana estaba cubriendo un turno en el trabajo y yo debía descansar. Sin embargo, tener a Derek cerca me nublaba todo pensamiento, no quería perder tiempo durmiendo cuando nuestra mierda aún necesitaba una solución.

El sonido de nudillos golpeando la puerta me hizo levantarme, ¿la comida había llegado tan rápido? Cuando abrí la puerta me di cuenta de mi error, del otro lado, Rafael estaba sosteniendo un ramo de rosas rojas y me observaba con una sonrisa en el rostro, yo conocía esa sonrisa, era de suficiencia, de egocentrismo. Rafael había visto los tabloides de mi separación, esa era la razón de su visita.

Promesa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora