60. Todo arderá mañana

659 42 3
                                    

Derek

La puerta principal de cerró de golpe, me recargué en uno de los sillones de la habitación que habíamos estado utilizando como oficina y me enfoqué en dirigir mi enojo para no estallar contra quien estuviera frente a mí. El primero en cometer una estupidez había sido yo, al saltar sobre el cuello del reportero, pero, ni siquiera lo pensé. Para ser honesto, cuando vi el cuerpo de Abigail ladearse todo se puso negro y cuando parpadeé nuevamente estaba sujetando al hombre con la intención de lastimarlo, quería destruirlo por lastimar a Abi. Nunca en mi vida había sentido la necesidad de acabar con alguien por una mujer, ella me había arruinado para cualquier otra mujer, nadie más sería para mí. Pero, eso no me molestaba en lo absoluto.

Además, nuestros problemas parecían haber pasado a segundo plano. Ella había demostrado estar de mi lado ese día, al tomarme nuevamente como su caso, esta vez para salvarme el culo de algo más que solo una ex esposa molesta. Sentirme respaldado por ella y verla darle órdenes a mi personal como la puta ama que era, fue tan jodidamente atractivo que en lo único que podía pensar era meterme entre sus piernas y lamerla cada parte de ella, darle todo lo que ella estuviera dispuesta a recibir. Hacerla recordar una y otra vez la razón por la que nuestra relación y matrimonio ficticios comenzaron por atracción sexual.

Pensar en Abigail me relajó, por unos segundos olvidé mis ganas de joder al mundo y me concentré en la paz que me generaba el saber que ella estaba respaldándome, a pesar de mi actuación de unas horas atrás, la mejor abogada de Madrid estaba defendiéndome, esperando un hijo mío y dándome las mejores mamadas que había recibido de vez, aunque eso ya no estaba anotado en mi futuro cercano. La idea de verla arrodillada en el suelo por mi mero placer me generaba incomodidad desde que me enteré del embarazo. Recibir una mamada siempre había sido algo bueno y nunca pensaba demasiado en ello, pero, con ella era diferente, ella era diferente.

-          ¡Ah! –el grito de Abigail me sacó de mi trance y caminé por el penthouse sin encontrarla. ¿Dónde estaba? - ¿Abi?

Al cabo de unos segundos, la encontré al final del pasillo que llevaba a las habitaciones, estaba con su espalda recargada en la pared y la vista fija en algún lugar al frente. Caminé hasta ella, pero no pareció notar mi presencia.

-          Abigail, ¿todo en orden? –la vi resbalarse lentamente por la pared y todas las jodidas alarmas en mi cerebro se encendieron. Acabé corriendo hasta ella, pero no pude sostenerla antes de que tocara el suelo-. Muñeca, ¿qué pasa? ¡Abi!

Dije su nombre varias veces mientras tocaba su cuerpo, aparentemente estaba bien. Seguí su mirada hasta la habitación de su hermana, dos pares de ojos me regresaron la mirada, Hugo estaba ahí. Sentí mis cejas rozarse entre sí mientras buscaba una explicación, pero no entendía nada.

-          ¿Qué haces aquí? –levanté mi barbilla en dirección a Hugo y lo vi tomar un bocado de aire con seguridad mientras Raquel era un manojo de nervios a su lado. Mierda, eso me hacía pensar en una posible explicación-. No me importa, llama al doctor, lo quiero aquí ya.

-          Estoy bien –Abigail escupió las palabras de su boca con dificultad, pero aún parecía perdida en sus pensamientos.

-          No me importa, te llevaré a la habitación –la tomé en mis brazos y caminé con ella hasta la habitación, depositándola lentamente en la enorme cama.

Abigail me observó unos segundos, con su cabello rubio enmarcando su cara, ¿cómo podía verse tan bien después de lo que le pasó?

-          ¿Qué pasó? –exigí mientras la observaba con atención. Su vista pasó al espacio detrás de mí. La puerta estaba cerrada, su hermana y Hugo se habían quedado fuera cuando entré con ella, estaba claro que entendieron el mensaje, necesitaba privacidad con mi mujer para averiguar que mierda pasó.

Promesa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora