Capítulo 35

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Phillip: 

Pude sentir sus pasos seguirme muy de cerca, no me dejaría irme. Conchetumadre, estaba muerto. 

Entré en mi habitación y no pude siquiera voltearme para cerrar la puerta, cuando Missa ya había entrado y había cerrado la puerta tras suyo. Estaba tan cerca, completamente serio, provocándome sensaciones inexplicables. 

— ¿Cómo es eso de que tuviste un sueño erótico conmigo, Pili? —lo soltó de una, sin siquiera preparar el terreno. No tenía como explicarle eso que había ocurrido. 

— En realidad... —comencé a decir. Estaba tan nervioso que no sabía si lo que estaba por comentarle era lo correcto o arruinaría más las cosas— no fue un sueño. 

Se acercó más, acorralándome contra la pared. Se parecía demasiado a lo que le había contado antes. 

— Dime que fue entonces. 

— Fue... —al instante mis mejillas se volvieron rojas—... fue una cosa que imaginé sin querer estando en la ducha. Tú me pedias el favor por el vídeo de los fanfics y... hacías cosas como —su mano subió, agarrando mi mentón para acercarlo más al suyo. AY DIOS MIO. Moriré de un ataque cardiaco— estas... 

— ¿Has imaginado más cosas conmigo, Phillip? —preguntó de nuevo. Sus ojos iban de mis labios hasta mis propios ojos y me estaba poniendo de los nervios—. Coméntame, quiero saber. 

No sé porqué, pero no podía callarme, deseaba seguir contándole las cosas que había pensado hacía un tiempo. Estábamos jugando con fuego. 

— Pues, una vez estaba mirando... ejem... videos para mayores —observé hacia un lado, evitando su penetrante mirada— y... comencé a imaginar que éramos tú y yo —un escalofrío me recorrió la columna cuando pasó la punta de sus dedos por la piel de mi cuello al descubierto—. Ta-También imaginé otras cosas más brígidas pe-pero no puedo decírtelas aún. 

Vi como su manzana de adán subía y bajaba. 

— ¿Y cómo hago yo ahora para controlarme? —lo oí murmurar entre dientes— ¿Cómo hago para no convertirme en un maldito infiel? —como la situación era tan excitante, una parte muy recóndita de mi ser, comenzó a calentarse con la situación. El amante. Era yo el encargado de darle placer al hombre que ya no se satisfacía con su mujer. Una fuerte presión comenzó a surgir en mis pantalones. 

— M-Missa... ¿Qué dices? —mi voz temblaba ante su cercanía, estaba aún más cerca que aquel pensamiento que tuve hace unas semanas en la ducha. 

— No puedes decirme eso y querer huir como si nada... —suspiró con fuerza— Hazte cargo, Felipe. 

Temblé, no sabía lo mucho que hacía efecto en mí escuchar mi nombre dicho por él, por su voz. Volteé levemente mi rostro, tratando de alejarlo pero él permanecía a una distancia no apta para dos amigos como lo éramos nosotros. Yo le había contado lo que él me había pedido y ahora, estábamos muriendo por dentro, las ganas eran mutuas pero ahora ninguno de los dos quería mover un músculo.

— ¿Hacerme cargo de qué, Ángel? —contraataqué con su nombre, aquel que nunca, nunca utilizaba. Noté como algo cambió en él cuando lo dije. 

— Hacerte cargo de... de... —apoyó su cabeza en mi hombro mientras escondía su cabeza entre mi hombro y mi cuello— de esto —le agarré la cintura acercando su cuerpo a mí, lo sentí tensarse pero correspondió al abrazo. Lo sentí susurrar— De esto que me estás haciendo sentir. 

— ¿Y qué te hago sentir, Missa? —susurré cerca de su oído, sus hombros se levantaron levemente. Sentí sus manos apretarme.

— Phillip... Tú me haces sentir que esto... —respondió suavemente, pero dejó de esconderse. Yo no le solté de mi agarre, creo que no se quejaba de eso. Me agarró de la cara y se acercó lo suficiente como para ponerme jodidamente nervioso— Que esto está bien.

Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora