Capítulo 38

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— No te entiendo... ¿no deberías estar feliz? —dije a duras penas cuando me soltó, limpiándome los ojos por el llanto. 

— ¡Por supuesto que no! —respondió enseguida, ligeramente ofendido por mi comentario—. Yo quiero tu bienestar, sería capaz de verte con ella toda la vida si eso te hiciera feliz —sus palabras fueron puñaladas para mi corazón. Era demasiado lo que me quería, más de lo que yo había predicho. 

— Duele... mucho... —me expuse ante él. Ya no había marcha atrás, de ahora en adelante, sería él a quien pertenecía. 

¿En serio así sería? ¿Mis sentimientos por él habían comenzado a ser así de fuertes? Sabía en lo que me estaba metiendo, que teníamos más cosas en contra que a favor, jamás habíamos experimentado algo del estilo y que todo podía salir muy mal. La distancia no era para nada nuestra amiga. ¿Una relación a distancia? ¿Yo podría con ello? 

— Lo sé... no será nada fácil... pero aquí estaré para cuidarte —me sonrió y aquello me hizo latir el corazón muy rápido. Me afirmé de sus brazos buscando apoyarme en él. 

El resto del día fue difícil, no pude hacer nada más que quedarme en cama, lamentándome la decisión que había tomado. Una y otra vez, múltiples preguntas sobre si había hecho lo correcto o no, se repetían sin poder hallarles respuesta en ese momento. Las inseguridades me estaban devorando, el que pasaría en un futuro me daba terror y lo que podrían decirnos en redes sociales me daba muchísimo miedo. 

Phillip se estaba portando muy atento, pero lo notaba perdido. Estaba seguro de que no sabía como actuar. A veces parecía querer estar conmigo todo el tiempo para apoyarme y darme cariños, pero en otros momentos repetía que me dejaría solo para que yo pudiera pasar mi luto y que lo llamara cuando lo necesitara y lo quisiera. 

Ver su atención y las muchas ganas que tenía de ayudar me hacía sentir mejor. Pero, en el momento en que entraba con la cara larga y los ojos muy abiertos, supe de inmediato que algo había ocurrido. 

— ¿Phillip? ¿Estás bien, que pasó? —le pregunté al instante en que entraba y se sentaba a los pies de mi cama. 

— Tengo que irme... de forma urgente —murmuró de una forma lastimera. No podía creer lo que me estaba diciendo. 

— ¿Po-Porqué? ¿Qué sucedió? —de inmediato me acerqué a él en la cama, sin importarme que la estuviese desordenandola.

— Mi madre sufrió un accidente de coche, está estable, pero no puedo quedarme sabiendo que ella está en el hospital —vi sus ojitos cristalizados y mi corazón se estrujó al saber el motivo por el que debía irse, más aún sabiendo que era un motivo completamente valido para irse. Me quedaría especialmente solo—. Compré un boleto de última hora ayer... Amber vendrá conmigo. Lo siento. 

Él era tan dulce y considerado que era capaz de pedirme perdón por algo que no era en absoluto su culpa. Me acerqué aún más para abrazarlo. Debía estar tan agobiado por todo, desde lo nuestro y las inseguridades que de seguro también le había brotado, hasta el tema de su madre. Me apretó y poco me importó que doliera. 

— No debes pedir perdón... ve con tu mamá y cuídala —le dije con toda la dulzura que tenía, sonriéndole de forma tranquilizadora—. ¿Necesitas que te acompañe? 

— No hay más pasajes... además, no creo que ella quiera que nadie más la vea en ese estado —se revolvía el cabello de forma agobiada— ¿Por qué todo sale tan mal justo en el momento en que podía todo ir tan bien? 

Sus ojitos me suplicaban. 

— Son pruebas... —las palabras salieron de mi boca sin que yo pudiese hacer nada para detenerlas—, estaremos bien después de superar todo esto. ¿Sí? 

Pareció quedarse tranquilo con mi improvisada respuesta, pero ni yo estaba seguro de lo que estaba diciendo. La realidad es que no tenía nada más en que creer, esta era la peor de las suertes haciéndose presente y, en el fondo de mi cabeza, una voz gritaba que esto era una señal. Apagué y encerré en lo más profundo de mi ser esa voz. 

— ¿Puedo dormir contigo esta noche? —sus mejillas se tornaron rojas de inmediato, no sabía si estaba nervioso por lo pedido o por lo que estaba sucediendo en su país, pero no me negué para nada—. No quiero estar... solo. 

De inmediato le abrí un espacio en mi cama para que pudiese acomodarse en ella. No negaba que la idea de dormir juntos era una cosa que esperaba que pasase más adelante, pero ahora era una situación especial e inusual en la que era necesario. Ambos nos necesitábamos hasta un punto fisiológico. No tenía ningún sentido quedarnos cada uno en nuestros cuartos y sufrir por separado si podíamos apoyarnos de una manera mucho más cercana. 

Se cambió de ropa y se acostó a mi lado, manteniéndose lejano. 

— ¿Qué chingados haces? —dije, un poco risueño, al verlo tan recto, tapado hasta los ojos, en el extremo opuesto de mi cama. Él me miró como si yo le estuviese hablando en otro idioma—. Ven aquí we. 

No se hizo mucho de rogar, porque al instante se movió para quedar justo a mi lado, aunque estaba muy, muy quieto. 

— ¡No te voy a morder! —me reí. Él se carcajeo también. 

— No... pero a lo mejor yo a ti, sí —su respuesta me tomó por sorpresa, haciendo que la sangre subiera al instante hacia mis mejillas y quedándose ahí para hacerme ver tonto. Él se rio más fuerte si se podía—. Ya, pero que conste que tu pediste que me acercara  

Fue ahí que colocó su cabeza sobre mi brazo y se acomodó para quedar casi sobre mí, con su pierna rodeando las mías y su brazos en mi pecho. Yo me quedé estático. Por obvias razones no era la primera vez en la que alguien se acomodaba de esa forma conmigo, Mafer solía hacerlo todas las noches que se quedaba a dormir conmigo, pero esta vez era extraño. Su cuerpo era de mi mismo largo, por lo que estaba muy doblado y pesaba más. Sus manos eran grandes y su cabello mucho más corto incomodaba menos. 

Aún así, nada de eso evitaba que mi corazón latiese rapidísimo y que mis nervios estuvieran de punta. No me desagradaba en nada tenerlo así.

— Estoy... muy nervioso —admitió. Que dijera aquello sin problema hacía que no me sintiera tan patético, sabiendo que no era el único en estarlo sintiendo—, pero no me desagrada. 

Me decidí entonces a abrazarlo y tenerlo de la manera en la que quería. Él no se quejaba. 

— Ojalá quedarnos así —murmuré, oliendo el perfume de su cabello. Él tenía su cabeza escondida en mi pecho. 

— Creo que jamás había estado tan cómodo... —sus manos se posaron en mi espalda cuando me puse de lado—. Me gustas mucho... 

No me salieron las palabras para poder contestarle. Él no se quejó. 

Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora