Capítulo 10

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Phillip:

El día había llegado. Mañana por la mañana muy temprano partiría a México para reencontrarme por fin con mi mejor amigo. Tenía muchas ganas de verlo, no podía concentrarme en el vídeo que estaba editando por la emoción.

Cuantas ganas tenía de abrazarlo. Extrañaba esa sensación.

Estuve durante esa semana y media terminando todos los pendientes que me faltaban completar (y como supuse, terminé armando la maleta al menos cinco días antes del viaje por ansioso). A penas pude conversar con mi amigo mexicano por estar arreglando situaciones pendientes en mi hermosa tierra natal y aprovechando de visitar junto a Amber los lugares de comida que más extrañaría estando allá.

Ya que no podía estarme quieto, me levanté de mi silla para asegurarme de que llevaba todo lo imprescindible para quedarme allá durante las casi seis semanas. Había organizado el viaje para poder disfrutar lo más posible de aquel bello país y claro, de mis amigos. En especial de Missa. 

Las maletas estaban en orden, las comisiones listas para entregarlas en sus fechas, videos preparados para ser subidos durante ese tiempo, incluso había tenido ratos para avanzar con mis proyectos fuera de YouTube. 

Quizá mis nervios serían en gran parte por el hecho de todo lo que me había imaginado y pensado estas semanas antes del viaje. Ya no podía controlarme al oír su voz, cuando las bromas sobre joterías surgían entre nosotros me ponía muy feliz y algo nervioso, incluso el solo pensar en que me abrazara era motivos para exaltarme y emocionarme. 

— Me he vuelto adicto a imaginar situaciones que no van a pasar —me dije a mi mismo mientras me pasaba las manos por la cara frustrado. Me lancé a la cama aburrido, ya no tenía nada más que hacer y el editar videos no estaba dando frutos. Cerré los ojos para volver a ese universo en el que todo lo que estaba sintiendo por Missa estaba bien—. Deslúmbrame imaginación. 

"Bajé las escaleras lo más despacio posible, quería sorprender a Missa, quién hace poco había despertado y estaba en la cocina tomando un café mañanero. Grité alguna estupidez entrando donde él estaba y lo vi casi regar el contenido de su taza. 

Me rei ante su pequeño saltito de miedo. Respondió ante mis risas molestándome de igual forma. 

— Ven aquí wey, me voy a vengar —se acercó rápidamente hacia mí. Me agarró por la cintura y me acorraló contra el mueble de la cocina. Rozó mis labios con los suyos, sin dejar de sonreír y sin dejar de afirmarme. Me apoyaba fuertemente, poniendo su rodilla entre mis piernas. Comenzó a besar mi cuello, yo no dejaba de sonreír—. Como me encantas" 

El imaginarme esas situaciones hacía que la vergüenza y el calor llenara todo mi cuerpo. Pero al mismo tiempo nacía una emoción típica de un enamoramiento adolescente.
Missael se estaba convirtiendo en aquella fantasía recurrente a la que acudía cuando quería escapar del mundo unos momentos.

Me pasé la mano por la cara y la dejé sobre mis ojos. No podía creer lo que haría, pero lo necesitaba, quería hacerlo.

Bajo el silencio de mi habitación, en la tranquilidad de vivir solo, bajé la mano que tenía libre hacia mi pantalón, comenzando a acariciar por encima de la tela. Estaba comenzando a olvidar la vergüenza y a dejándome llevar por las sensaciones, queriendo seguir por más y más. 

Sentía mil mariposas recorrerme el estómago. La imagen de Missa que tenía mi cerebro me calentaba a niveles insufribles. El calor me recorría todo el cuerpo. Era capaz de imaginar a mi amigo sobre mí, disfrutando de la misma manera en la que yo lo estaba disfrutando ahora. 

— Missa... —susurré. Mis mejillas se encendieron a niveles inimaginables. Ladee la cabeza sintiéndome vulnerable. Mi cerebro se autoengañaba queriendo pensar que sería él besando mi cuello, metiendo sus manos bajo mi playera (que en realidad era mi propia mano subiendo por mi torso hasta mis pezones) y tocando a gusto— Mhn... 

Salían leves gemidos de mi boca, cada vez me acostumbraba más a oírlos y me encendían aún más. Tocaba sobre mi torso pasando las uñas, disfrutando de este momento como si jamás fuera a repetirse, y por supuesto que no volvería a repetirse. 

Las imágenes de Missa sonriendo, escuchar su risa, como me llama por esos apodos tan cariñosos, sus manos pasando por mis muslos, pensar en él acercándose a mi boca. 

Que lindo eres Phillip —me imaginaba su voz, como sería que él me halagara. Que me mirara con ojos fogosos. No podía evitarlo, me estaba calentando como nunca con solo imaginar aquella situación—. Quiero hacerte el amor Felipe. 

— Ay... Missael... —gemí su nombre al tiempo que metía mi mano bajo mis pantalones y comenzaba a darme masajes que terminarían en un movimiento sucio y provocador. 

No supe en que momento comencé a mover las caderas, a jadear fuerte, a pedir atención llamando al Missa que mi mente se había creado y que tantas situaciones excitantes me había regalado. Me acordaba de lo que imaginé en la ducha, como sería que Missa se cobrara el favor del vídeo de aquella forma. 

Incluso fantasee con que me atrapara las manos con el cinturón, que se sacaría firmemente. Estaba seguro que se vería increíblemente sexi. Que me diría muchas cosas sucias y me haría sentir bien de todas las formas posibles.

— Missa... sigue, por favor —reiteraba. Mis movimientos de cadera eran más fuertes, los de mi mano más veloces, más intensos. La situación era excitante. 

Me voltee, rozando con la cama, moviendo las caderas como si lo tuviese bajo de mí. Entonces la idea de tenerlo bajo mío, avergonzado, sumiso y entregado se hizo presente poniéndome a mil. Quería oírlo decir mi nombre, pero esta vez quería oír como lo gemía. 

— Gime mi nombre, dilo —ya no podía controlarme. Estaba absorto en aquella fantasía, en estar con aquel Missa que me había inventado para acompañarme en aquel momento de intimidad. Ese Missa ahora estaba bajo mío, con solo ropa interior, con sus brazos puestos sobre la cabeza, el pelo cubriéndole el rostro dejándome ver como abría la boca suplicándome por atención—. Me-me voy a venir... —avergonzado, continué más rápido y aceleré el movimiento con la cadera— Missa... Missa... 

El climax me inundó haciéndome sentir en éxtasis. Mi cuerpo se tensó, sentí como mi mano se humedecía al igual que las sábanas. Traté de controlar la respiración, había sido exquisito.

Y entonces me detuve. 

Me detuve y pensé en todo lo que había hecho. 

Me lancé a la parte limpia de mi cama, boca arriba. Miré el techo. Pude comprender entonces qué estaba pasándome, mi cara se enrojeció al completo y me ardía a niveles muy altos. Mi pecho se apretó, mi garganta se cerró y comencé a sentir como mis ojos se llenaban de lágrimas. 

— Él me gusta... —susurré tan bajito, lleno de vergüenza y odio interno—. Me gusta mi mejor amigo, me gusta el Missa. 

Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora